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Narrativa

El fantasma del pozo de la parroquia

Por JUAN JOSÉ ALVARADO

Muchas personas aseguraban verlo desplazarse con los brazos extendidos hacia adelante tratando de sujetar a alguien cerca al brocal del pozo del curato de la parroquia de Santa Catarina de Rioverde. Cuando los fieles cruzaban el patio donde está el pretil, el fantasma se desaparecía en el aire y, aunque ya no lo miraran, se movían las hojas del árbol de guayaba que estaba junto a la escalera del actual curato; lo anterior ocurría sin que venteara ni hubiera una causa natural que sacudiera las ramas; no obstante, éstas se agitaban como si alguien anduviera ahí.

El ambiente se volvía denso y, con la zozobra de que el fantasma en cualquier momento volviera a aparecer, los fieles salían corriendo muy asustados con la boca reseca con sabor a espanto, porque algunos sentían unas manos frías que les jalaban la cabeza, y otros, que los asfixiaban.

También me lo contó mi prima María Olivo Castro, que estudiaba con la profesora Rosa María Mata, en la Escuela Nacional cuando esta institución impartía clases en el curato, antes de que el edificio le fuera devuelto al clero. Al respecto, me dijo mi prima, aun temblando y con la voz entrecortada:

–Fue la noche en que celebramos un festival, al término del evento. Con mi grupo decidí subir al segundo piso y cuando ascendíamos sobre las escaleras vimos que bajaba un hombre sin cabeza, pues la traía destrozada y la sotana empapada de sangre.

–¿Luego que pasó? – Le pregunté tratando de calmarla.

–Todas nos bajamos espantadas, pero alcanzamos a ver al hombre que se dirigía al árbol de guayaba y desapareció al llegar al pozo. En la mañana siguiente fuimos a revisar el trayecto que debió recorrer el supuesto sacerdote y no encontramos rastro de sangre, ni de él.

Después, la maestra Rosa María Mata nos explicó a todas que los hechos paranormales se relacionan muchas veces con acontecimientos violentos registrados en el lugar donde se ven fantasmas, y en relación con esta vivencia en particular, – noscontó la profesora– que ese sitio corresponde a la escalera, donde después de una sangrienta derrota, descendió Mariano Escobedo, militar liberal, con su sable asido por el lado de la hoja para entregárselo, sin condición, a Tomás Mejía, del ejército conservador, quien subió en su caballo hasta el segundo piso cuando tomó la ciudad.

Esa vez –agregó la maestra–, que ocurrió la capitulación de la plaza estuvo espantosa, en verdad fue numerosa la cantidad de soldados heridos que bajaron, junto con cadáveres cargando, por esa escalera que conduce al segundo nivel de esta escuela, donde está el pasillo con arcadas y al fondo un pasadizo de escalones que daba al coro del templo donde está el órgano, ahí se abría otro pasaje, también oscuro y con escalones que terminaban en el primer cuerpo de la torre. En aquella ocasión, tanto el campanario como las azoteas sirvieron de fortín a los defensores de la Reforma de la vida pública del país, que pelearon entre gritos, olor a pólvora, tronidos de cañón y disparos de fusiles.

En ese evento, un sacerdote se asomó por una claraboya para ver a los atacantes que cerraban el sitio e, inesperadamente, una bola de cañón le arrancó la cabeza, y enseguida corrió como gallina descabezada hasta llegar al pozo y desplomarse. Según se cuenta, después se apareció buscando su cabeza. Estas apariciones dieron lugar a la “leyenda del padre sin cabeza del pozo de la parroquia”, dado que se contaba también, que el espectro se aparecía para encontrar su cabeza o bien para tratar de quitársela a quien estuviera cerca del pozo, y recuperar la que había perdido.

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