Por FRANCISCO VELÁZQUEZ
Hace un par de meses regresé a San Luis Potosí luego de haber vivido cuatro años en Ciudad de México. Cuando estaba planeando mi regreso me di cuenta de que no iba a poder traerme todos mis libros en un solo viaje. Como mi plan era regresarme en julio, hice tres viajes a SLP entre enero y mayo con la finalidad de traerme exclusivamente libros.
La primera vez que viajé los empleados de ETN que se encargan de subir las maletas al autobús no me dejaban abordar por exceso de equipaje: yo no sabía cuál era el límite y llevaba tres maletas de entre quince y veinte kilogramos cada una. A pesar de que advirtieron que debía pagar el exceso de equipaje, al final me dejaron viajar así.
Aunque las siguientes veces viajé en Primera Plus con dos maletas en cada viaje no pude traerme toda mi biblioteca. Nunca me había arrepentido de tener tantos libros, pero luego de tres viajes seguidos y de cargar las maletas en los pasillos de la Central del Norte, y algunas veces en el metro, terminé exhausto, con dolor de hombros y espalda. Antes de regresarme a San Luis, opté por mandar por paquetería los libros restantes.
Cuando por fin me instalé en San Luis y estaba acomodando todos los libros me di cuenta de que la mayoría correspondían a libros que me había llevado a CDMX cuando me mudé. Durante los cuatro años que estuve en CDMX vine a SLP a visitar a mi familia; en cada viaje que hice me llevé unos cuantos libros que yo pensaba que debían estar en mi biblioteca de CDMX. Suponía que me serían útiles en algún momento, pero de los más de cien libros que me había llevado así, solamente releí y ojeé once.
También me di cuenta que otro conjunto de libros correspondían a títulos que me había llevado para leerlos por primera vez, pero no fue posible que los leyera. En otra categoría ubiqué los libros que compré en CDMX y que no leí, y en otra los que compré y sí leí. Muchas veces compré libros sabiendo que no tendría el tiempo suficiente para leerlos: casi todas las lecturas que he hecho en los últimos cuatro años son relacionadas con la especialidad que cursé en la UAM-Azcapotzalco y la maestría que recién terminé en la UNAM. Entre los libros que compré hay algunos que no sabía que existían y me llamaron la atención, otros que son ediciones nuevas o novedades literarias que quería leer, unos más que ya había leído pero que no tenía, y unos cuántos que compré porque estaban en oferta y los pienso revender. Me llamó la atención que la mayoría de los libros que sí leí no rebasan las trescientas páginas; otros están incompletos porque son libros que tienen varias obras del mismo autor en un solo tomo.
Con base en estas descripciones decidí acomodar todos los libros que tenía en CDMX de acuerdo a la siguiente clasificación, donde cito cuáles son algunos de esos títulos. Espero que la lista de libros pendientes pueda disminuir próximamente.
Libros que me llevé de San Luis a Ciudad de México que no consulté ni releí (90)
Nací, Georges Perec.
La gran caza del tiburón, Hunter S. Thompson.
Microcosmos, Claudio Magris.
La canción de la bolsa para el mareo, Nick Cave.
Barcelona, libro de los pasajes, Jorge Carrión.
Libros que me llevé de San Luis a Ciudad de México que sí releí (11)
Procesos de la noche, Diana del Ángel.
Marienbad eléctrico, Enrique Vila-Matas.
El palacio de la luna, Paul Auster.
Ermitaño en París. Páginas autobiográficas, Italo Calvino.
Nombre falso, Ricardo Piglia.
Libros que me llevé de San Luis a Ciudad de México con la intención de leerlos porque no los había leído, pero no los leí (25)
En estado de memoria, Tununa Mercado.
Volar en círculos, John le Carré
Rutas argentinas, Carlos Bernatek.
G., John Berger
Eternas palabras, Johnny Cash
Libros que compré en CDMX que sí leí (89)
Otro día: (poemas sintéticos), Verónica Gerber Bicecci.
La escritura aumentada, Eric Schierloh
En breve cárcel, Sylvia Molloy
Autorretrato, Édouard Levé
El libro de Tamar, Tamara Kamenszain
Libros que compré en CDMX que no leí (46)
Poesía completa, Idea Vilariño.
El capitalismo ha muerto, McKenzie Wark.
La amante de Wittgenstein, David Markson
El discurso vacío, Mario Levrero.
Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato.
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