Por FRANCISCO VELÁZQUEZ
La otra Babel, el universo de los libros usados
Como había mencionado en las entregas anteriores de esta columna, cuando vivía en Ciudad de México compré varios libros nuevos y usados con la finalidad de revenderlos. Ahora que estoy en San Luis Potosí junté esos libros y comencé a venderlos porque en este momento no tengo un ingreso económico, pues dejé de recibir la beca CONACYT que tenía cuando estudiaba un posgrado.
Además de esos libros que compré en CDMX también seleccioné libros de mi biblioteca personal. Después hice publicaciones en Facebook Marketplace y luego salí a varios lugares públicos de SLP a venderlos.
La primera vez fui a la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la UASLP, sobre avenida Industrias, porque supuse que a los estudiantes de literatura les podrían interesar algunos. Apenas llegué y extendí una manta sobre el suelo para colocar los libros y una chica me compró Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor; dijo que era un libro que quería leer porque le tocaría hacer una exposición en clases. Ese mismo día también fui a Zona Universitaria y vendí El Silmarillion, de Tolkien.
Otro día que me puse en la Caja del Agua vendí otro libro de Fernanda Melchor, Aquí no es Miami; El lobo y otros cuentos, de Eugenio Partida; y una colección de cuentos rusos de la colección Sepan Cuantos de Porrúa. Por esos mismos días fui al tianguis de Las Vías y a un mercadito de arte y diseño. En Las Vías vendí un libro de cuentos y una novela de Mariana Enríquez, Las cosas que per dimos en el fuego, y Nuestra parte de noche; también El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; y varios libros de Herman Hesse en versiones del Grupo Editorial Tomo. En el mercadito de arte y diseño vendí Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de Thomas De Quincey; una novela gráfica de Sin City, un libro sobre el graffiti en Brooklyn y varios ejemplares de la revista Vice.
Hubo otros libros que vendí por medio de Facebook Marketplace, como Metafísica de los tubos, de Amélie Nothomb; Las chicas, de Emma Cline; Una familia lejana, de Carlos Fuentes; Agua corriente, de Antonio Ortuño; y El Diario de Satanás, de Leonid Andréiev.
De personas mayores y lectores de Stephen King Algo que distinguí durante las veces que estuve vendiendo libros en la Caja del Agua fue que la mayoría de quienes se detenían a ver los libros eran personas mayores.
Un día, por ejemplo, una señora de algunos setenta años me preguntó el precio de los libros. Le respondí que el costo era diferente y le dije que me indicara cuál le gustaba para decirle el precio. Acto seguido la señora recorrió con su mirada los libros que yo tenía sobre una banca y de manera apresurada dijo: “éste”. Aunque le mencioné el precio, supuse que solamente quería hacerme plática porque enseguida me deseó buena suerte y preguntó cuándo volvería a ponerme. Al día siguiente me puse en el mismo lugar y volví a ver a la misma señora. Cuando ella pasó junto a mí, saludó efusivamente y de nuevo volvió a desearme suerte con la venta. Algo similar me ocurrió con más personas de la misma edad.
Hubo otros casos donde la experiencia no fue la misma. Recuerdo que una vez se acercó un señor de unos sesenta años. Antes de ver los libros que yo llevaba preguntó si tenía de Stephen King. Le dije que era un autor que sí me gustaba, pero que lamentablemente no tenía ninguno de él. Al parecer el señor hizo caso omiso de lo que le dije porque recorrió rápidamente con su mirada los libros que yo tenía sobre el suelo y enseguida dijo: “Entonces de Stephen King no tienes, ¿verdad?”. Aunque le volví a responder que no, también le dije que tenía novelas policiacas y de suspenso que podrían interesarle. “Pero no son de Stephen King, ¿verdad?”. Acto seguido el señor comenzó a relatarme su experiencia de lectura con los libros del autor de Misery, después cambió el tono de su voz y dijo que era una lástima que yo no tuviera libros de Stephen King a la venta.
Quise seguir la plática; le conté de qué trataban las novelas policiacas y de suspenso que yo traía. Ahora sé que no fue la mejor opción porque enseguida el señor comenzó a levantar cada libro y a preguntarme de qué trataban: parecía que en su perfil de lector no había cabida más que para el autor de Carrie. Cuándo levantó el ejemplar de La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, me di por vencido y opté por decirle que no sabía de qué trataba. “Así pasa a veces”, dijo, “hay gente que no sabe lo que está vendiendo”.
Otro aspecto que distinguí cuando fui al tianguis de Las Vías y al mercadito de arte y diseño fue que quienes me compraron libros eran personas que tenían un puesto y que eran expositores en dichos lugares. En cuanto a los libros que ofrecí en Facebook Marketplace hubo quienes solo preguntaron el precio a pesar de que el costo de los libros aparecía indicado en la descripción y en las fotografías; por supuesto que también hubo quienes solo apartaron libros en mensaje escrito, pero nunca volvieron a escribir.
Continuará.
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