Por FELIPE A. DE LA PEÑA
Petrus
En realidad, se llamaba Petronio, pero siempre se presentaba como Petrus. A Petrus siempre le gustó ir a esos moteles viejitos de la Zona Industrial. Siempre había lugar, y aunque ya habían pasado sus mejores épocas, el personal se esmeraba en mantenerlos limpios y adecuados para lo que eran y, a veces, un poquito extra, como poner unas cervezas o botanas gratis, para compensar en cierta medida las amenidades y el confort de los hoteles nuevos.
En algunos moteles ya lo conocían y hasta lo dejaban pasar a recoger cosas que se le habían olvidado o se las guardaban en la caseta de cobro de la entrada. En ocasiones iba solo para estar lejos de su familia, un rato viendo la tele o a la hora del lonche cuando podía salirse de su trabajo.
Petrus iba ahí con operarias de la planta donde trabajaba, o a veces, si le iba bien, con mujeres del personal administrativo. La vida en la industria se da mucho para eso y basta tener las ganas y construir poco a poco amistades dispuestas y con intención. Se aplicaba la regla no escrita “pues si ya todos lo hacen”. No era mal visto en la oficina y se consideraba normal, no tan privado, pero normal. Nadie hacía aspavientos porque, pues, todos habían tenido algo que ver con todos y para qué destapar la coladera si todos se iban a ir juntos por el drenaje. Hasta los de Recursos Humanos tenían “colas que les pisaran”.
Después de varios años, Petrus decidió llevar el asunto a otro nivel, no tenía la necesidad de juntar evidencia, ni siquiera de tener que revivir lo que había hecho con tal o con cuál, simplemente se le ocurrió un día al ver una microcámara en Internet que se le hizo barata e interesante. Nunca se había distinguido por ser una persona ingeniosa o curiosa, toda su vida había sido contador especializado en auditorías, y alrededor de ese puesto había resuelto su vida.
Aprovechaba sus visitas en solitario a sus cuartos favoritos para hacer las instalaciones pertinentes. Por lo general, en las rejillas del aire acondicionado, si las había, o buscaba pequeños lugares que pudieran pasar desapercibidos. A veces llevaba su herramienta y un poco de yeso para resanar, y en alguna ocasión hasta llevó una foto del color de la pared a la tienda de pintura para que le igualaran un botecito para poder ocultar mejor sus dispositivos, que con el tiempo llegaron a tener una mayor sofisticación.
Su fantasía, al principio, era más cercana a ser un espía de la CIA o la KGB que la de ser un voyerista. Cuando empezó a recolectar los videos, sintió gran excitación por ver lo que se había grabado, y sintió un poco de decepción al reconocer que, como actor porno, se hubiera muerto de hambre. En su mente les hacía el amor de manera sensual al principio y luego vigorosa, pero se dio cuenta de que sus estocadas eran más bien pequeños meneos y que se venía pronto. Tampoco sus parejas hacían el mejor papel en estos microfilmes, y si bien la intención inicial era la excitación de hacer algo prohibido e ilegal, después, realmente le nació la necesidad de mejorar lo que estaba haciendo en la cama, ya que de lo único que podía sentirse un poco digno, por no llegar a decir orgulloso, era del golpeteo de sus pelotas, que ya por la edad empezaban a descender un poco más de lo que habían sido en años mozos. Esto se convertiría en su obsesión: grabarse las pelotas mientras cogía.
Rosa
A Rosa siempre le hacían carrilla en la chamba con el clásico “rosa-meel-cacho” y demás aproximaciones. Siempre le molestaba. Respondía con una actitud más bien de fastidio. Su esposo era alcohólico y ya casi nunca lo veía en la casa, y peor que en esta empresa la hacían rotar turnos. Ya todos sus hijos trabajaban, a algunos les iba mejor que a otros y tenía la fortuna de verlos los domingos para comer. A veces, se presentaba su esposo, siempre borracho, aunque era uno de esos catarrines chistosos que no dejan de caer bien.
Al principio, se resistió, pero cuando vio que todos en el trabajo lo hacían, empezó a sentirse curiosa. No recordaba hace cuánto tiempo fue su última vez y, como le decía a su única amiga, la vecina, ya hasta tal vez era virgen de nuevo. El contador Petrus empezó un día a hacerle plática, y ella en un instante supo por dónde iba la tirada. El tipo este no era gran cosa; entrado en años, pelón, piernas flacas, vientre abultado; no obstante, olía muy rico, como a vetiver con sándalo. Si de algo se enorgullecía Rosa, era del olfato que pudo desarrollar para apreciar y reconocer esencias durante la temporada que trabajó como dependienta en una perfumería del centro de la ciudad.
La plática era por demás somera y ya en lo único que pensaba Rosa era en tener encima al contador y sentirlo dentro, con ese aroma tan rico que le hacía que el deseo se le despertara en todo su cuerpo por primera vez en años. Ella misma empezó a bañarse con jabones de olor y a lavarse muy bien allá abajo. Tiró su ropa interior rota y empezó a comprarse mejorcita y, sobre todo, calzones de abuelita ya no más para ir a trabajar.
El ansiado día llegó tres semanas después cuando Petrus la invitó a comer. Todos sabían lo que eso significaba. La mirada de complicidad de sus compañeras que parecían gritarle: “¡Vaya! ¡Te hacía falta!”, le provocó ruborizarse un poco. Ya tenía muchas ganas. A los tres minutos de ir manejando, Petrus muy amablemente le dijo sus verdaderas intenciones y ella le contestó que estaba bien, con voz bajita, una sonrisilla nerviosa y unos ojos bien abiertos y brillosos.
Al entrar al cuarto, Petrus empezó a quitarse la ropa. Rosa hizo lo mismo sin que le dijera nada. Preguntó si quería irse a la cama y ella contestó que sí, que estaba bien. Se acostaron uno junto al otro. Petrus pidió que si le ayudaba con su mano. Ella, sin ver, buscó su pene flácido y empezó a jalárselo y le preguntó que si así estaba bien. Él asintió con una respiración profunda llena de placer.
Cuando ya estaba duro, se incorporó y se puso sobre Rosa. No tuvo que hacer nada más, ella estaba mojada desde que se subió al carro. Rosa se sintió tan bien y se dejó ir; sentirlo adentro, sentirse mojada, abrazada, el calor de un hombre sobre ella y sobre todo ese olor tan delicioso de su perfume, de sus sexos.
El encuentro se repitió durante los siguientes tres años. Siempre era más o menos igual; a ella no le importaba. Un día, todo cambió. Petrus estaba nervioso y por primera vez le pidió que se pusiera en cuatro. Rosa asintió con cara de extrañeza. Estuvo acomodándola y dándole instrucciones de hacia dónde agacharse y cuándo. Ella se sacó de onda. De hecho, por primera vez sintió un poco de dolor cuando se la metió; ya no estaba tan mojada. Al principio ella estaba muy tensa, pero empezó a gustarle la nueva sensación y empezó a relajarse, hasta que él empezó a hablar. Nunca lo había hecho. Le preguntaba que si le gustaba y Rosa no sabía qué contestar. Luego preguntó si le excitaba el golpeteo de sus pelotas en su clítoris, lo que ella ni había notado, solo sentía placer, pero ahora, lo hizo consciente, y lo sintió raro: raro, rico. Petrus no duró mucho y se vino así, detrás de ella. A Rosa le faltó el olor de Petrus sobre ella; sin su aroma, no era lo mismo. No podía decir que no le gustó, mas no era lo que esperaba, lo que necesitaba.
Malena
El trabajo de Malena en el motel Capricornio consistía en estar detrás de una ventana de esas donde puede ver a los clientes, pero ellos no. Les cobraba la estancia a través de un interfono y de un cajón metálico como los que se usan en los bancos para intercambio de valores. A veces, le tocaba ir a apurar a las mucamas cuando se juntaban varios carros esperando por una habitación.
Un día, temprano por la mañana, cuando hay pocos clientes, una de las mucamas vio algo raro en la pared, le rascó un poquito con la uña y observó un dispositivo raro empotrado. La muchacha fue y le dijo a Malena, que fue a ver. Le dijo a la muchacha que la dejara sola, que se fuera a la cabina y que le avisara por el radio si llegaba un huésped. Siguió rascándole al muro hasta que pudo retirarlo. Definitivamente, aquello parecía una cámara. La sacó, se la guardó en un bolsillo y le avisó por el radio a los de mantenimiento que, por favor, vinieran a reparar un hoyo en la pared en aquel cuarto.
Cuando llegó a su casa, estuvo un rato analizando el dispositivo aquel, y observó que tenía una pequeña tarjeta de memoria insertable adentro. Con cuidado la extrajo y le habló a su hijo. Le preguntó si sabía cómo podía ver que tenía y el muchacho le dijo que sí, que su computadora tenía una ranura para insertar y leer ese tipo de memorias.
Con su hijo, revisaron los contenidos, y pues eran videos, y el señor que salía en todos los videos era ni más ni menos uno de los clientes asiduos al motel, el señor que a veces iba solo. Le dijo a su hijo que le diera la memoria, y le dijo que sí, que solo tenía que cerrar todos los archivos y sacarla con un botón de la computadora, que en un momento más se la llevaba. Malena asintió, y en ese instante el muchacho aprovechó para sacar una copia de todos los videos.
La siguiente vez que Malena vio a Petrus llegar solo, lo pasó a su habitación como de costumbre. Luego fue a tocarle la puerta y le dijo que no podía estar haciendo eso y menos en ese hotel. Que si la gente se enteraba se irían a la quiebra y a él le iría peor con su familia y en el trabajo. Petrus nada más agachó la mirada y asintió. Unos momentos después se fue y Malena no lo volvería a ver regresar a aquel motel.
Jacinto
El hijo de Malena era básicamente un ni-ni. Le sabía muy bien a las redes sociales, cosas como editar videítos para TikTok y crear reels en Instagram, es decir, lo que cualquier otro ser humano medianamente funcional podría hacer, pero que su madre lo consideraba hasta cierto punto un talento desaprovechado.
Los amigos de Jacinto se reían junto con él al ver las ganas que le ponía el viejito y el énfasis en que el colguijeo de sus pelotas fuera evidente. Decidieron crear una cuenta en una página de porno abierto y subieron los videos. El canal se llamaba Viejit0_Pelotud0 y pronto el canal empezó a tener miles y después cientos de miles de views.
Las descripciones de los videos incluían el nombre de la ciudad donde vivían y, en la sección de comentarios, empezaron a aparecer referencias de las personas que reconocieron el hotel Capricornio. Jacinto tardó en darse cuenta, pues, después de todo, ¿quién lee los comentarios de los videos en un sitio porno?
El daño ya estaba hecho. Pronto empezaron a aparecer comentarios del verdadero nombre del viejito, la empresa, las señoras que llevaba, etc. Enseguida, el canal bloqueó los videos a petición de las afectadas (o de sus familias).
Jacinto no le comentó nada a Malena del lío que había ocasionado cuando esta se plantó en su cuarto y le ordenó que se vistiera para ir a ayudarla con las tareas del Capricornio, el cual, en lugar de quebrar, se volvió famoso. Al parecer, a ninguno de sus huéspedes se le ocurrió pensar que el viejito había plantado cámaras espías, puesto que lo usual era usar las cámaras del celular. Cuando iban manejando hacia el motel, Malena le jaló las greñas a Jacinto en modo cariñoso, diciéndole que el influjo de visitantes al motel causado por su pendejada había tenido como consecuencia que la nombraran gerente y que ahora él se haría cargo de las redes sociales del negocio.
Ramona
La hija mayor de Petrus llegó un día a casa y notó que el carro de su papá tenía unos huevos de plástico colgados de la defensa. Al entrar a su casa, su padre estaba sentado en la orilla del loveseat de la sala, con la mirada perdida en los diseños de la alfombra, mientras su esposa lo sermoneaba de pie frente a él.
Los hermanos de Ramona estaban todos sentados en los demás sillones alrededor, con los ojos perdidos y otros hasta sollozando. Nadie sabía qué estaba pasando. Si bien, Petrus era un don nadie en la casa, su esposa nunca lo había tratado así.
A sus dieciocho años, Ramona se sintió con la autoridad suficiente para interrumpir y preguntar, qué estaba pasando. Y ahí es donde la señora empezó con la letanía de que su papá era un infiel, puerco, pornográfico, que había destrozado a la familia y que ya no tenían cara para salir a la calle, y que, de allí en adelante, serían unos parias que ni cambiándose de ciudad podrían ocultarse de las atrocidades cometidas por su progenitor.
Continuó arguyendo que lo despidieron de la empresa y que las putas con las que se iba a los moteles a hacer sus videos cachondos no tuvieron otra que renunciar. Fue aquí donde Ramona se unió a su madre como atormentadora, esta vez en la defensa de las pobres mujeres que el inútil de su padre se había llevado entre las patas. Le recriminó que ni siquiera le había pasado por la mente el daño que les ocasionaría a las ahora víctimas de su egoísmo.
Esa misma noche, Petrus tuvo que pasarla en uno de sus otros moteles frecuentados, a los que tenía que entrar de gorra y gafas oscuras para evitar ser reconocido.
Melissa
Era enfermera en el hospital del Seguro Social. Por varios días estuvo a cargo, en terapia intensiva, de las heridas externas e internas de una paciente que fue molida a golpes por su marido borracho. Tras ser sometida a varias operaciones, se le mantuvo intubada e inconsciente, con ya muy poca actividad cerebral.
Después de quince días, sus escaneos dictaron muerte cerebral, y sus hijos decidieron desconectarla. Melissa registró la hora de la muerte, la cubrió con una sábana hasta la cabeza, y se hizo cargo del papeleo y de acompañar el cuerpo en su trayecto desde la sala de descanso hasta la camioneta del servicio fúnebre.
Al día siguiente, la nota roja del diario local dictaba en segundo plano “Fallece ‘Rosa Melas’ actriz porno amateur que se hizo fama al ser partícipe involuntaria de los videos del ‘Viejito Pelotudo’, tras ser castigada con violencia por su esposo…”.
Mr. TTBoy
Dejó tarjetas y fotos en todos los moteles de la ciudad, y una módica propina, con la consigna de que se pusieran en contacto si reconocían al ya famoso viejito pelotudo. Mr. TTBoy era un actor famoso de porno de los ochenta, de esos reconocidos por tener un pene de varios decímetros y que ahora se dedicaba a producir videos y películas porno. Petrus atendió la llamada a la puerta del motel y Mr. TTBoy se presentó. Fue directo al grano. Recientemente, había empezado un servicio en internet de videos para el público con gustos gerontofílicos. Pensaba que sería un buen negocio contar con alguien que había ya recabado cierto número de seguidores. Petrus lo dudó un poco, sin embargo, ya no tenía trabajo, familia ni dignidad. De algo tendría que vivir, así es que aceptó la oferta. Se firmaron los contratos y durante algunos años Mr. TTBoy se aseguró que el Viejit0_Pelotud0 amasara una pequeña fortuna, hasta que Petrus falleciera un día de un infarto, tras el tercer intento de una escena que le exigía tomarse varias píldoras de Viagra. Después de hacerse cargo de los servicios funerarios, Mr. TTBoy se cercioró de que los familiares recibieran lo que Petrus se había ganado con el sudor de sus pelotas.
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