Por JESÚS NAVARRETE LEZAMA
Una rata pasea por la barra de postres de un McDonald’s en
Hat Yai, al sur de Tailandia.
Un príncipe se pasea por las calles de Londres en autos de
oro…
Antes desayunaba buenas lecturas. Despotricaba como nadie. Ahora
me gusta hojear los periódicos. Saber donde cayeron las bombas.
En días pasados leí sobre las extravagancias de un sujeto de
esos que siempre llaman la atención por su opulencia.
Su fortuna es de treintaidós mil millones de dólares. Lo pusieron
en la lista de Forbes.
Tiene chefs y cocineros privados a su disposición. Tiene una
colección de joyas valuadas en setecientos millones de dólares. Compró el
primer Mercedes Benz cubierto con una pintura con incrustaciones de diamantes
que le costó cuarenta y ocho millones.
Posee su propio jet privado, un Airbus A-380 diseñado
especialmente para él, con jacuzzi, gimnasio, sala de oración, garaje para dos
automóviles, dos amplios dormitorios y un trono dorado.
Donó su fortuna −el total de sus ingresos, según otras
fuentes− para fortalecer tres causas benéficas, entre ellas, el empoderamiento
de la mujer.
Algunos lo ven como una estrategia política, otros dicen que
teme una investigación, los más opinan que es para evadir impuestos.
En 2013, según la prensa, se molestó porque Forbes no
valuaba adecuadamente su riqueza. Le calcularon veinte mil millones de dólares,
y él aseguraba tener por lo menos veintinueve mil.
En 2016 dijeron que tenía treintaidós mil y lo pusieron en
el lugar veintitantos.
El cuarto hombre más rico del mundo tiene 89 años y una
fortuna de sesenta y cuatro mil millones de dólares en su haber, pero viste
ropa de segunda mano, y en el súper compra el yogur que está a punto de
caducar.
Compra en un pequeño supermercado de la localidad.
Ahorra hasta en peluquería. Se corta el pelo siempre durante
la estancia en un país en vías de desarrollo. La última vez que lo hizo fue en
Vietnam.
Conduce un Volvo 240, modelo 1993, robusto y duradero −pone
entre paréntesis el redactor de la nota−.
Prefiere la clase turista cuando vuela. Una vez no lo
dejaron entrar a una entrega de premios porque lo vieron bajar de un autobús.
Hace cuadernos con hojas recicladas y las selvas se lo agradecen − escribe,
otra vez entre paréntesis y con signos de admiración−, el redactor. Lo han
visto llevándose sobrecitos de sal y pimienta de los restaurantes, remata.
En Argentina, el glaciar Perito Moreno comenzó el proceso
hacia su cíclica ruptura, que congrega a miles de turistas y no se producía
desde 2012. Cada ruptura es única, dicen los reportes. El espectáculo está
garantizado. El glaciar se rompe mínimamente todos los días.
Una mujer cruza la calle, un hombre cruza las piernas
mientras espera en la banca de un parque, un gato cruza la estancia para llegar
al sitio donde impacta el rayo de sol que cruza por la ventana.
Mirar es elegir, y elegir es el principio del vicio, dice
Jean Cocteau.