El pasado 22 de septiembre, en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez de Zacatecas, Zacatecas, el Grupo Negro inauguró una exposición en homenaje a uno de sus integrantes, Tarcisio Pereyra, fallecido en 2008. Cuando el pintor Javier Cortés, me invitó a presentar la muestra, acepté de inmediato por dos razones. Primera: por la amistad y la complicidad artística que sostuve en vida con Tarcisio Pereyra. Segunda: porque, sinceramente, creo que la propuesta estética del Grupo Negro renueva nuestra fe en el arte, como alternativa material y espiritual frente a la hegemónica virtualidad de nuestros tiempos, tal como lo explico en los siguientes párrafos:
Mezclar pigmentos en el mortero, urdir gamas de colores, premeditar la viscosidad del barniz o el goteo de la pintura. Mensurar el lienzo, la amplitud de su espacio, la profundidad de su vacío: las vías de su (des) composición. Beber entonces algo de vino, fumarse un cigarro, sustraerse del mundo (su vanidad, sus leyes, su avaricia) y refocilarse en la atemporalidad de la experiencia pictórica. Vivir y pintar por el gusto de pintar y vivir, sin someterse a la tradición ni a la teoría estética, evadiendo las leyes del mercado, del compromiso político y de la tentación alegórica. Dejar que el pincel vele o desvele formas sin figura, orografías cromáticas extraídas del azar, del desvarío, del inconsciente.
Para el Grupo Negro, integrado
por Charlie Tomorrow, Javier Cortés, Cora Van y Tarsicio Pereyra, el arte de la
pintura debe despojarse de toda figuración y toda geometría en búsqueda del
trazo primigenio, de la forma originaria. Con una mezcla de paciencia y furor,
de método e improvisación, sus obras anhelan el grado cero de la pintura: la
pureza (casi) absoluta de lo pictórico. Nada dicen, en sí mismas, sino el
silencio, y nada hacen sino exhibir su existencia material, irrefutable. Más
allá de las coincidencias de sus autores, cada una delata personalidades y
emociones únicas. En una sobresale la energía del trazo, la línea y la mancha,
en otra los ritmos minerales o las formas orgánicas, en ésta las sutilezas
cromáticas, en aquella la serenidad o el sutil desequilibro.
Dispersas en lo geográfico y en lo cronológico, pero unidas por una estética irreductible, las pinturas del Grupo Negro confluyen hoy para evocar un compañero ausente y un espacio común. Mientras vivía, Tarsicio Pereyra hablaba de Xalpa como el pueblo donde nació y había crecido, pero también como algo más íntimo: como el manantial de su energía, como la querencia de su pensamiento. Caminar de Paseo a Xalpa, más que volver al origen, es hacerlo presente, tal como Tarsicio es invocado, ahora mismo, por nuestros ojos, a través de su pintura y la de sus camaradas.