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Libros

Cuadro de resiliencia, de Armando Salgado

Citlalli Mendoza

Cuadro de resiliencia de Armando Salgado es un libro integrado por cuatro voces ficticias provenientes de distintos lugares geográficos. En esta polifonía nos hablan Zazil Calakmul (Campeche, 1982), Silvia Esquivel (Tzintzuntzan, 1979), Pedro Misol-Ha (Comitán, 1985) y Otilia Peñaloza (Arcelia, 1987) a través de las letras del autor.

A decir del autor: «Esta obra surge de la multitud de hablas que replantean nuestros imaginarios a través de mitos, leyendas e historias de familia». Esta multitud de voces se podrían leer por separado o como una sola obra, la cualidad de la inclusión de estas voces masculinas y femeninas reside en que podrías acercarte por separado a cada uno de los apartados del libro y verlo como un solo poemario o leerlos juntos y notar cómo todos estos están conectados, ya sea por los temas que abordan o por las emociones a las que nos remiten.

Así, los temas que aparecen a lo largo del texto son la muerte, la enfermedad (aneurisma), el nacimiento, lo materno, la infancia y la familia. Además, hay también destellos de erotismo, y se hace mención de remedios y venenos presentes en la sabiduría de nuestros abuelos y abuelas.

A la par, también es un libro quinestésico ya que evoca nuestros sentidos la fuerza de sus imágenes, no solo tienen impacto en nuestra imaginación, sino que también despiertan el gusto y el olfato, por ejemplo, al hablar del Día de Muertos se dice lo siguiente «(…) Durante la noche las ofrendas respiraban el humo de los comales. La canela y el ponche de fruta, todos nos enroscábamos en una misma nariz: la dirección del incienso como flecha confusa y el olor de la calabaza junto al vaso de leche, corrían como niños que descubren sus primeros pasos».

El poemario conecta con elementos socioculturales anclados a las geografías desde las que nos hablan estos seres que habitan la voz de Armando, ejemplo de ello son los versos que nos remiten a la migración, la pobreza, la revolución, las creencias y costumbres.

Además de lo anterior, en el libro hay una búsqueda por la palabra precisa y también el autor nos da algunas definiciones que me parece importante retomar por la fuerza de sus imágenes.

«La locura es el ojo abierto del gran arenal».

«Y respirar

por primera vez

es un acto marítimo».

«El mar es la escritura

de las primeras cosas».

«Es el cuerpo otro acuario del mundo».

«El diablo es un poema con bardas infinitas».

«La añoranza es un terror de piloncillo y café sobre la mesa».

«La eternidad es río que arrastra nuestros días».

«El calor es un indocumentado que cruza nuestro cuerpo».

La riqueza de este poemario también es notoria en los recursos literarios y visuales, por ejemplo, algunos textos que están de cabeza, porque «el mar se lee de cabeza». Además, juega con la alineación del texto, algunos aparecen alineados a la derecha y en cursivas y en poemas de Pedro Misol-Ha aparecen fragmentos de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. En el último apartado podemos ver fotografías que forman parte del acervo de Armando Salgado acompañadas de descripciones que interactúan con la imagen.

Como mencioné, este texto se integra por cuatro voces. Les iré platicando de cada una. La primera es la de Zazil Calakmul, cuyo nombre nos remite a la cultura maya y ella nos habla de lo materno, siempre vinculado a lo marino, a ese fondo acuoso y cálido en el que todos habitamos antes de nacer. En las palabras de Zazil hay ternura, pero también la vivencia de la enfermedad del hijo y el envés del lado materno, es decir, lo paterno que aparece vinculado a la insatisfacción, pero también al acompañamiento.

Así, podemos leer:

El agua en su invitación

Al desprendimiento.

Un paso firme y, a la vez,

El corazón en picada:

Sus pliegues

Junto a las manos de la madre

Posan nuestro cuerpo

En la ducha

Ella nos enseña a ir y venir

Como las olas,

Remueve nuestros pasos

Y con ternura

Enjabona nuestros miedos.

En el segundo apartado, los poemas de Silvia Esquivel de Tzintzuntzan de la Isla de Janitzio nos acercan al Día de Muertos. En él nos recuerda cómo en este ritual los vivos se mezclan con los muertos; aparecen las historias del abuelo y hay también aquí una nostalgia por la infancia y congoja al rememorar un pasado en el que no había detonaciones de cañones de granizo y donde el «progreso» no había aún cobrado factura.

En el poema «Es día de muertos», podemos leer:

«Las fogatas

Se encienden alrededor del lago

El silencio descansa

Y señala de forma pueril

La orilla de la isla.

La luz muestra a la distancia

Un portón de cempasúchil.

Poco a poco, la lancha se abre camino

Entre las almas que se han perdido.

Es Día de Muertos:

Mi corazón cuarteado flota».

La poeta también nos recuerda que:

«[Para] evitar la asfixia: [hay que] viajar acompañado».

La tercera voz es la de Pedro Misol Ha. Aquí Armando Salgado jugando con la intertextualidad retoma algunos fragmentos de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Este apartado lleva por título «Río de hormigas», y en este río se habla de la familia, la muerte, el tiempo y el dolor, temas universales anclados a una vida particular.

Así, en su poema «Melquiades», se lee:

No solo es el olor del demonio

Como dijo Úrsula:

Hay que sumar un aura de tristeza

Y el rostro de todos los siglos.

Melquíades tuvo la capacidad

De conocer el otro lado de las cosas,

Descifrar no solo

Las claves de Nostradamus,

Sino el futuro exacto de una familia

Cotidiana, sistemática y visceral

ante la pesadumbre.

El dolor humano es la fiebre

Que más se contagia.

Finalmente, aparece la poeta Otilia Peñaloza con el poemario «Tierra Caliente». Ella, a través de poesía y prosa poética acompañados de fotografías, habla de la supervivencia en una tierra hostil marcada por el «hambre histórica», la migración y múltiples formas de violencia. También muestra cómo una familia puede enseñarnos de sus experiencias en un lugar en el que

El hambre y la historia

Hierven

A más de cuarenta y cinco grados.

De este apartado comparto el siguiente poema:

«Hambre histórica»

Muevo los dientes del fogón,

Atizo el pegamento,

Pronto me remendaré la mandíbula.

Don Roque aún no abre.

El letrero anuncia

Cajitas de pan de Teloloapan.

Da lo mismo si te arrebatan

La comida de la boca

O de la despensa:

El hambre se yergue

De finca en finca.

Atraviesa cercas y veredas

Aunque use cubrebocas.

Son los usos y costumbres

El lenguaje del estómago

Traduce el chillido de las tripas

Las malas noticias

Se sirven solas

Y el porvenir de los políticos

Tiene estómago escurridizo.

Acercándonos a la parte final del libro aparece una fotografía tomada por Salgado en la que se contemplan: «Condiciones extremas, y un lecho de esperanza. Un grupo de vacas pasta el paisaje seco. Una familia feliz nos da cátedra de resiliencia».

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