Por ARMANDO ADAME
Cuando el tiempo juega a nuestro favor –y los recursos comunicantes de hoy- es muy probable que lo que queda de vida esté plagado de reencuentros, descubrimientos de tesoros, como la amistad, a pesar de lo aciago de esta era.
La república de las letras, que es algo así como el internacionalismo literario, está diseminada en el territorio de nuestra república y en ella habitan muchos seres humanos con quienes compartimos proyectos, esperanzas, vivencias, siempre en torno a la palabra escrita. A veces se quedan en la memoria casi como invención, a veces como apariciones intermitentes de quienes lo único tangibles que nos queda son sus libros.
Es y no es el caso de Mariano Morales, de quien no recuerdo su primera presencia, seguramente debida a su pertenencia a un taller literario que funcionaba en Puebla coordinado por Miguel Donoso Pareja y David Ojeda, sucesivamente.
Vienen después proyectos que si no comunes, sí acompañados por quienes en San Luis o en Zacatecas, en Puebla con escala en el entonces DF, formaban parte de nuestro acontecer literario cotidiano, por así decirlo.
Poeta y periodista, editor, hacedor de revistas institucionales y no, de diarios regionales, narrador, ensayista; en suma, hombre de escritura, que como suele suceder, es un referente para Puebla y sus alrededores y es un enlace más, con su entusiasmo y dedicación, de esta ya referida república, que quiérase o no, ha sido escenario para la construcción de una literatura nacional cada vez menos concentrada en la metrópoli.
Esta reunión está motivada por el deseo de Mariano Morales de recorrer estas comarcas del Centro-Norte para activar la memoria de viejas y vivas amistades, de rastros que el tiempo no borra porque están construidos de vida.
Esta reunión está inspirada por la necesidad de dar a conocer lo que produce un poeta: poesía, en esta ocasión agrupada en el libro La mar, la muerte (y otros poemas), que rigurosamente no es “nuevo”, pues se editó en 2020, pero el imperio de la pandemia lo sitió un buen rato, hasta hoy que llega a nuestras manos.
El libro tiene una presentación escrita por Federico Silva con ilustraciones de él mismo, lo cual nos habla de la necesidad de un artista, cuando lo es en serio, de vivir y convivir con las otras artes aparentemente ajenas a la que cultiva.
Cito de la presentación de Federico Silva: “Mariano, con su poesía se muestra como un hombre de la tierra y del infierno de la pasión –al fin y al cabo, todo el arte arde en el infierno-. Es lo terreno y lo etéreo. La fuerza de su poesía está en su coherencia, en su íntima sinceridad. Mariano es un periodista y es poeta y esto habla de una dicotomía en donde se resuelve el ser estético. Lo dionisiaco y lo apolíneo; la razón pura de Kant y el ser estético de Schiller”.
Los poemas que contiene este libro no podrían agruparse totalmente como recientes a la fecha de la edición, pues hay textos de los ochenta; pero la obra no puede describirse como recopilación de textos más o menos distantes que se aprovechan para engrosar la bibliografía del autor, son textos que hacen unidad; de algunos de ellos solo sabemos su antigüedad porque el autor los ha datado.
Se trata de escritura amorosa en el más estricto y amplio sentido: la pareja, la familia, los lacerantes actos represivos que parten del poder. Pero también se trata de un espacio para la experimentación, para jugar con el lenguaje, y aquí no puedo menos que remitirme a la poesía ingeniosa, polisémica, que se apoya en lo visual, a la que fueron tan afectos los autores novohispanos, dieciochescos, barrocos y hasta churriguerescos, tan propia del naciente México que entonces se avizoraba. Acaso sea la impronta poblana.
Celebro participar en este acto, donde damos a conocer un libro que en la diversidad de sus temas, en la suficiencia de sus recursos, nos dice, además de lo que cada texto dice, que escribir poesía implica no solo inspiración u ocurrencia, uso de cierto lenguaje “poético”, sino influencias bien asimiladas, lucha con el lenguaje, adscripción a una línea de tradición o ruptura contra ella, inteligencia e intuición.
Mientras, quedémonos con estas líneas fechadas en enero de 1991 que al decir de Mariano, su autor, fue rebasado con creces por la realidad:
La muerte pierde rostro, definición,
en esta posmodernidad guerrera,
deviene no la desconocida, deseada/ odiada, meta;
un número, estadística tergiversada, postal, costal polímero,
pierde su horrible imagen descarnada, descarada.
Se arropa, cobra cuerpo
en las estupideces del poder
Y de su cómplice, el dinero.
Sé TESTIGO