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Poesía

Poemas de Fervor de Tierra

Por ANDREA COTE

La merienda

También acuérdate, María,

de las cuatro de la tarde

en nuestro puerto calcinado.

Nuestro puerto

que era más bien una hoguera encallada

o un yermo

o un relámpago.

Acuérdate del suelo encendido,

de nosotras rascando el lomo de la tierra

como para desenterrar el verde prado.

El solar en donde repartían la merienda,

nuestro plato rebosante de cebollas

que para nosotras salaba mi madre,

que para nosotras pescaba mi padre.

Pero a pesar de todo,

tú lo sabes,

habríamos querido convidar a Dios

para que presidiera nuestra mesa,

a Dios pero sin verbo,

sin prodigio

y solo para que tú supieras,

María,

que Dios está en todas partes

y también en tu plato de cebollas

aunque te haga llorar.

Pero sobre todo

acuérdate de mí y de la herida,

de antes de que pastaran de mis manos

en el trigal de las cebollas

para hacer de nuestro pan

el hambre de todos nuestros días

y para que ahora,

que tú ya no te acuerdas

y que la mala semilla alimenta el trigal de lo desaparecido,

yo te descubra, María,

que no es tu culpa

ni es culpa de tu olvido,

que es éste el tiempo

y éste su quehacer

Casa de piedra

Era corriente

y deslucido

y mohíno

el ademán,

con que dábamos la espalda a la casa de piedra de mi padre

para ondear faldas floreadas

y de luz

en nuestro puerto desecado.

Por primera vez

y sin nodriza,

bordeábamos la arcada de la tarde,

todo para no ver

las manos de piedra de mi padre

oscureciéndolo todo,

apresándolo todo,

sus palabras de piedra

y cascarrina

lloviendo en el jardín de la sequía.

Y nosotras en fuga hacia calles blanqueadas

y farándula de mediodía

y ellos repitiendo

en la puerta de piedra:

catorce años,

falda corta,

zapatos rojos sin usar.

Éramos en avidez musical

y de fasto

y malabares,

ante la lustrosa acera,

antes de quedarnos paradas

y sin voz

para ver la desolada estampa,

la ruina.

Pues el silencio,

que no el bullicio de los días,

atraviesa.

El silencio,

que es que son treinta y dos los ataúdes

vacíos y blancos.

Puerto quebrado

Si supieras que afuera de la casa,

atado a la orilla del puerto quebrado,

hay un río quemante

como las aceras.

Que cuando toca la tierra

es como un desierto al derrumbarse

y trae hierba encendida

para que ascienda por las paredes,

aunque te des a creer

que el muro perturbado por las enredaderas

es milagro de la humedad

y no de la ceniza del agua.

Si supieras

que el río no es de agua

y no trae barcos

ni maderos,

solo pequeñas algas

crecidas en el pecho

de hombres dormidos.

Si supieras que ese río corre

y que es como nosotras

o como todo lo que tarde o temprano

tiene que hundirse en la tierra.

Tú no sabes,

pero yo alguna vez lo he visto:

hace parte de las cosas

que cuando se están yendo

parece que se quedan.

Desierto

La tierra que jamás quiso tocar el agua

es el desierto que al norte está creciendo

como un estrago de luz.

Pero los hombres que han visto el despoblado,

su amplitud sin sobresaltos,

saben que no es cierto que la tierra está reseca por capricho

o sin ninguna bondad,

es su manera de mostrar

lo que transcurre en claridad

y sin nosotros.

De ausencia

Es para el dios de lo deshabitado

que se alzan templos invisibles

en la borrasca del desierto.

Es para él

que los árboles enanos inclinan en la arena sus ramas

humildes,

fervorosas.

Es para que no te aferres

que existe un dios de la ausencia,

seor del desierto

y de las cosas que,

como la sombra,

existen por la fuerza de la luz que las rechaza.

Padre entrando al paisaje

Quin pudiera irse así con una ráfaga,

sin pálpito,

sin madrugada,

en la cola del estruendo.

Y no dejar cuerpo sino llama y un sonido cóncavo,

y sin fondo,

un portazo

y un aullido dando tumbos hasta pulverizarse.

Muy cerca cruzan los insectos

y un papel rendido en la explanada allá en lo yermo,

donde nos dicen que has muerto, es otra esquirla de plata

espejeando

la herida de la tierra.

No nos permiten pasar hasta ese plano ni quedarnos a dormir

sobre la espalda de la hierba seca.

A esa temprana lejana nos condenan.

Me pregunto si habrs echado en falta

el sostenido resplandor

que vela los ojos de los moribundos

y si realmente me dirías que prescinda

de este fondo sin fondo de las cosas que llaman

el dolor.

“Hay que salir”,

Sentencian

no entienden que en estas circunstancias podrías no saber

que no fuimos

los primeros en partir.

Por suerte viene una tormenta,

te lloramos con la furia

y la osadía de los truenos.

Desierto rumor

Padre, madre, ya tengo el peso de un hombre.

Aquí es el puerto del primer día,

no escojan alimento para mí,

no vigilen mis pasos,

ya he desembarcado en mí,

soy solo.

Denme una hoja de eucalipto para el viaje,

un impreciso pronóstico del tiempo

la brújula quebrada que sólo marca norte,

un mendrugo de pan.

Desmantelen la habitación en que crecí,

abran fuego en la noche con mis mantas,

otórguenme el don del despojo.

De ser posible,

un momentáneo olvido.

Dispuesto estoy para partir

no ostento

otro peso que el nombre.

Visión

Casi todo era escombros,

árboles enanos,

piedra que nació quebrada

como si este fuera

el predio en que arrojaron

la pedriza que sobró después de hacer el mundo.

Esqueletos de barcos y ballenas,

soplando en el costado de todo lo que vive.

De este lado, madre,

No envío misivas que incluyan mi apellido,

-No lo preciso-

me he hecho uno con él,

y los que tienen temor de pronunciarlo me llaman “aquel”,

uno cuyo nombre es su rostro.

Noticias del abismo

Madre, padre

al cruzar la espesura de vaco

queda una cumbre,

hasta allá he subido

por traerles noticias del abismo.

Abran el pórtico,

díganle a ella que en la verja me reciba,

y trozo a trozo me desprenda de las botas

el rastro de cantera,

el polvo de animales muertos

que sin querer he arrastrado hasta su casa.

Traigo noticias del abismo

acéptenme el don de lejana,

la malherida pureza de esta ofrenda,

el racimo en que perviven

las negras raíces

de todos los árboles

que faltan en el mundo.

Center

A las cuatro y cuarto

entre los viajantes de Chinatown

le digo:

yo sobreviví al terremoto y al agua.

Soy 1989 partiéndose en dos

y lo que usted piensa ahora mismo,

también lo soy.

Soy una muchacha suave

-soy chinacomo esa que usted cree

se vería mejor callada

y despeinada

en otra parte

y no aquí,

que se vería muy bien desnuda

y estirada

en un cuadro de Modigliani.

Soy ella,

sí,

y por supuesto,

señor,

yo soy Modigliani.

Soy la punta de la estrella,

la cosa de papel que cae desde el aire en los aniversarios,

el autor de la teoría

de que el espíritu

es el hueso que no se puede roer.

Soy las ganas de romperse y de decir algo.

No puedo pagar la entrada al cine,

pero salgo en todas las películas

y por eso estoy sucio

y cansado

y más triste que dios.

A esta hora soy el cartón

y la masa,

la esterilla de papel

y la esquina morada

y lo que dejaste en la estación.

Soy el pie en el estribo

y la última cosa que pensó Paul

y soy capaz de decir cualquier cosa porque estoy sucio

y no puedo pagarme la entrada al cine.

Soy el autor de la teoría del espíritu,

soy un lado del espíritu,

soy la muchacha ideal.

En verdad,

señor,

yo soy Chinatown,

a toda hora

y en demasía,

tengo una calle en cada esquina del mundo

y soy,

naturalmente,

lo único que nos queda.

Andrea Cote:

Es autora de los libros de poemas Puerto Calcinado (2003), La Ruina que Nombro (2005), En las praderas del fin del mundo (2019) y Fervor de Tierra (poemas reunidos, 2024). Ha publicado los libros en prosa: Una fotógrafa al desnudo: biografía de Tina Modotti (2005) y Blanca Varela o la escritura de la soledad (2004). Ha obtenido los reconocimientos: Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia (2003), Premio Internacional de Poesía Puentes de Struga (2005), Cittá de Castrovillari Prize (2010) y el International Latino Book Award (2020) a su antología de mujeres poetas colombianas Pájaros de Sombra (2019). Es traductora al español de los poetas Jericho Brown, Tracy K.Smith y Kahlil Gibran. Es profesora de poesía en la maestría bilingüe en escritura creativa de la Universidad de Texas en El Paso. 

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