POSTAL DESDE EL VOLCÁN
Los niños que recojan nuestros huesos
nunca sabrán que fueron, una vez,
veloces como zorros de colina;
que en otoño, cuando las uvas tornan
más recio al aire recio con su olor,
tenían un ser que respiraba escarcha;
y menos supondrán que, con los huesos,
dejamos mucho más, lo que aún constituye
la visión de las cosas, todo lo que sentimos
sobre lo que miramos. Nubes primaverales
se disipan arriba del palacio tapiado,
más allá de la puerta, y la borrasca,
con un desánimo letrado, gime.
Mucho tiempo supimos del aspecto
del palacio; cuanto dijimos de él
formó una parte de lo que es. Los niños,
entretejiendo aureolas florecidas,
dirán nuestro discurso y nunca sabrán nada;
hablarán del palacio, en el que pareciera
que quien ahí vivió dejó su espíritu
tomando por asalto las paredes vacías,
una casa muy sucia en un mundo saqueado,
sombras hechas jirones que llegaron a blancas,
untadas con el oro del opulento sol.
***
Wallace Stevens
(Estados Unidos, 1879-1955)
Versión al español de Hernán Bravo Varela