Por Javier Acosta
- El juego, la guerra, lo virtual
El juego cruel, es una selección de poemas que abordan el asunto de la guerra, reunidos y traducidos por Giampiero Bucci, acompañados con obra gráfica del pintor Alfonso López Monreal (uanl, 2017). El libro alude desde luego a la guerra, pero recuerda que detrás de ella hay un impulso, un ímpetu atávico, del cual el mismo juego es una forma de representación. En efecto, el juego (entendido como actividad lúdica) nos puede hacer experimentar las emociones de la guerra, sin necesidad de asumir algunos de sus altos costos. Experimentar el riesgo, la táctica y la estrategia, asumir alternada o simultáneamente los roles de la presa y del depredador, a los que imitamos con gusto, y de cuya imitación somos producto como especie. El ajedrez o el futbol, el piedra papel o tijera o el Call of duty, nos hacen explorar de manera virtual el viejo epos. El relato de la conflagración, de la victoria (para la cual los griegos tenían una diosa, Niké), de la derrota (para la que no tenían otro dios que el destino) y de su inevitable mezcla. El enfrentamiento de los dos reyes, el negro y el blanco, que hacen avanzar sus peones y sus caballos de manera silenciosa y plástica, custodiados por un par de torres, confiados en el recurso de sus pasadizos secretos. Dispuestos a sacrificar al diagonal obispo y a la irrestricta reina, en una partida en la que regularmente los reyes se van quedando solos, diezmada la infantería y abatido el caballo, y apenas quedan un par de piezas, mientras el tablero se vuelve más grande y la palabra tablas se cierne sobre ambos, como una consuelo aún más insatisfactorio –por desabrido e insípido– que la derrota. En el ajedrez impera la precaución y la razón, en otros juegos el azar introduce el componente de la desgracia injustificada o del benéfico azar –el poste salvador, el gol en propia meta, la mano de Dios. En todos estos juegos observamos de soslayo la catástrofe, sufriéndola y gozándola por la mera afición al polemos, al enfrentamiento y a la anticipación de la supremacía.
- La belleza, la guerra y la mano de Ulises
La belleza y la guerra han estado unidas. Además de verse reflejado en el mito y en la historia del poema, tiene un correlato pictórico, en la representación de Venus y Marte, Afrodita y Ares; de la misma manera que en griego apenas un fonema separa a Eros (el amor) de la Eris (la discordia). El mismo nacimiento de Afrodita es esclarecido por Eugenio Trías en Lo bello y lo siniestro como fruto de la eris, del crimen del hijo contra el padre. De la sangre de Urano, el cielo, surgen las Erinias, del semen, la afrodisiaca hermosura de Venus. Que la guerra es una de las fuentes de la poesía lo sabemos bien los mexicanos, aficionados al corrido y a las novelas e imágenes de nuestras revoluciones. También lo sabía Homero cuando decide cantar el terrible y formidable sitio de Troya (causado por cierto por la belleza irresistible de una reina y recuperada gracias al obsequioso movimiento de un caballo). Un personaje de la Ilíada, Ulises, que primero fingió demencia para no ir a la guerra, levantó la mano cuando el resto de los combatientes griegos, convencidos de la necedad de la guerra, se disponían a deponer las armas y regresar a casa, les dijo algo así como, ¿pero compañeros, qué va decir de nosotros la eternidad? ¿Que no se dan cuenta que de esto depende que se escriba la Ilíada?
iii. El juego cruel
La estupenda colección de poemas sobre la guerra que ofrece Giampiero Bucci, reúne poemas de tiempo y tradiciones dispares. Comienza con Homero, pero ofrece también magníficos ejemplares de Yeats o incursiones chinescas de Pound. Poemas de Eluard y Eliot, Ungaretti y otros. Mientras lo leía edificaba mi propia antología, a la cabeza de la cual está un poema recogido por Keene en su breviario sobre la literatura japonesa. Se trata del poema de un guerrero la víspera de la batalla. ¿La luna llena/ hay quien no escriba / poemas esta noche? El poema es bello no sólo por sí mismo, si hacemos caso a Keene y a Trías. Lo embellece la luz de una escena que se ha dejado fuera: la del campo de batalla al día siguiente, que se proyecta ominoso sobre un suspiro de tres entrecortados versos. La belleza es siempre soslayada por lo visible. Tampoco la nieve, ni la flor, ni el rocío, ni la vida humana son dignos de admirarse solo por la blancura o la delicadeza de los pétalos, sino porque están sometidos a la demolición, la que produce el tiempo, la que produce el depredador o el cambio de fortuna La violencia es la vida, la aniquilación su resultado, escribió otro italiano, Giorgio Colli. La belleza despierta el eros porque suspende la discordia. La guerra es bella cuando ha podido ser cantada, es decir, cuando despierta en nosotros el deseo de escuchar; cuando Marte ha caído en los brazos de Venus. Por sí mismo nada es bello, ni la flor, ni el rocío, ni el campo de batalla, ni siquiera la guerra, ni la paz; nada, salvo cuando está sitiado por aquello que lo destruirá, el tiempo o el relato; nada, salvo cuando el trazo ha despertado en nosotros el deseo de mirar, cuando el poema ha despertado en nosotros el deseo de escuchar.
Para terminar, una magnífica muestra del libro, encarnado en el poema de Simónides que nos recuerda la terrible y hermosa historia que vimos en el cine con el título de Los 300.
Bella la muerte, gloriosa la suerte
de los caídos en las Termópilas.
Su tumba es un altar;
su recuerdo, alabanza y llanto.
Un sudario que no destruirán ni el moho
ni el tiempo que todo lo devora.
Bajo la piedra de estos héroes
vive la gloria de Grecia.
Nos lo dice Leónidas de Esparta
ejemplo de valor y fama que no muere.
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