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Poesía

Vivir en teoría

Por FRANÇOISE ROY

Entonces todas las preocupaciones terminaron

y vivieron juntos con gran alegría.

—Los hermanos Grimm

Un día, iré a vivir en Teoría, porque en Teoría, las cosas siempre salen bien, dice la primera habitante, cuya cabeza es un lugar de los posibles (que —lo sabe cualquier persona sabia— las más de las veces no son sino los imposibles). Oh, la comarca donde los lugareños nunca riñen, nunca envidian, donde el corazón está hecho de cristal de Bohemia y tañe con sonido angelical cuando se le toca. Nadie ha visto ese lugar de encanto donde las casas nunca necesitan fumigación, donde las fugas de agua se suprimen con varita mágica, donde las cuentas de electricidad y de gas, benévolas, se pagan solas, por arte de magia, donde las fosas sépticas nunca se desbordan y huelen a perfume de Las Mil y Una Noches, donde los motivos de ira —escritos con tinta indeleble— son borrados por esponjas celestiales manipuladas por seres de luz. Qué hermoso reino mental es ese lugar llamado “Teoría”, donde habitan corazones incautos que jamás son lastimados, esos lares de lagos siempre prístinos donde bailan, tomados de la mano, colonos que giran, henchidos de concordia, en el carrusel del amor, donde las paredes de los edificios jamás necesitan pintura. No haré caso a los demonios de la realidad, alega la primera habitante. Yo vivo en Teoría, y en este país tan parecido al Edén, nadie verá lo que hice.

Faenas nunca son vanas

Un éxodo es una empresa ardua

cuando uno carece de brújula

para ubicar con precisión norte y sur,

cuando a uno le falta un sextante

para ubicar la stella maris

o la estrella polar.

Arduos los días ázimos,

y arduo el tiempo de construir,

hacer de un desierto un cuadro de Bosch,

y arduo el reproche inmerecido.

Pero cada gota de sudor

que perla en la frente

es recogida en un grial invisible,

y el esfuerzo negado rinde frutos

en otro lugar del Paraíso.

Vientos contrarios

Sí, que con sus élitros de rumores olorosos regrese el viento, galgo invisible que trota en las vastas comarcas de la tierra, aunque me desgreñe, me arranque la cornamenta, me recorra furioso el rostro como la eternidad el rostro de los muertos, en una suerte de imposición de manos.

Aunque esté caída, con las manos descolgadas del cuerpo o extraviadas en laboratorio de quiromancia, quiero el polvo, quiero ser tragada, devuelta al fragor del pájaro que se desvanece en el arrebol de la tarde.

¿Te parezco odorante?: estoy lista para el ojo, la visión, el ceremonial de tormenta, estoy lista para el umbral verdadero.

No soy la de entrada sosegada, sino la que tumba la puerta.

Tareas de María en plena guerra

La Virgen, la Virgen explaya su manto azul sobre las flores secas de Palestina. Las costras se convierten en dátiles, liquen, lunares. ¿De dónde me vienen esas visiones, esta voz que rechina, esas piedras que florecen en mi mano y sus pétalos que se deshojan al viento del páramo?

La Virgen recoge a los pequeños, madre de corazón garapiñado y sangre fresca, madre de lágrimas que hoy en la noche formarán otro mar, otra deriva continental. La visión, los pabellones de luz. Los labios que se secan diciendo “¡Basta!”.

El corazón de la Virgen saltando como una liebre en su túnica, Dios mío, Dios mío, ponlo en su lugar de vuelta.

Embrujada

Ensorcelée:

suena peor en francés.

Por eso la diré en español.

La palabra más temible que hay.

La que nos hundió en la hoguera de luz,

pero una luz que lastima

y nos dejó a ambas,

tú y yo, chamuscadas

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