Violeta García
El pasado 10 de octubre se presentó en el Museo de Arte Contemporáneo de
San Luis Potosí la exposición “Neomuralismo”, con la participación de once
artistas destacados, y aunque el evento fue un éxito en cuanto a asistencia,
hubo una obra que generó críticas y descontento: “Proud Girls”, de Javier
Medellín Puyou (“Jilipollo”).
La pieza, que desató reacciones en las redes sociales,
hace referencia a los “Proud Boys”, grupo supremacista estadounidense, e iba
acompañado de un statement redactado
por el propio autor en el que se alegaba la existencia del “racismo inverso” y
del supuesto sufrimiento de los blancos por la presión social generada por las
minorías. El texto aparecía sin firma, como si se tratase de una cédula de sala
redactada por la curaduría del Museo.
Ante esto, lo primero para mí es decir que el arte o
productos culturales que quieran pasar por “artísticos” nunca deben censurarse.
Cada quién es responsable de su propia opinión por nefasta o provocadora
(intencionalmente) que sea. Al arte debe ser un reflejo crudo de la realidad.
En este caso, el autor repite un gesto que fue innovador con Duchamp, que
reventó en los 60’s y que debido a nuestro atraso cultural a veces sigue
sorprendiendo a pesar de ser ya caduco. Además de que el de su mural es un tema
relevante para los Estados Unidos, pero que en México pierde potencia, dado que
aquí el racismo opera de maneras distintas, tenemos nuestro particular
escenario y escandalizarse es darle la razón con una transgresión
facilona. Finalmente, Jilipollo cambió
el statement para suavizar su
postura, lo cual resta mérito al objetivo polémico que haya tenido.
Lo políticamente correcto, el proteccionismo
paternalista es lo que ha permitido que se dé un momento histórico donde la
ultraderecha y personajes como Trump y los grupos supremacistas se han vuelto a
posicionar, porque son actitudes que atacan el síntoma y esconden la
enfermedad. La censura es propia del fascismo, de los conservadores. Querer
acallar a Jilipollo es negar, ingenuamente, que ese tipo de pensamiento
retrógrada existe. No querer ver la realidad y la etapa histórica que vivimos.
Lo terrible en este caso es que una institución
pública como el MAC, financiada por impuestos de los ciudadanos, haya incurrido
en la negligencia de exhibir una obra sin saber de qué iba a tratar (según su
propio alegato) y el texto sin firma como si se tratara de la curaduría del
museo. No es que deba negarle el espacio, pero es increíble que declaren en
redes defendiendo que “todas las opiniones son respetables”. Es de una
irresponsabilidad tremenda que avalen el racismo, la violencia, que se diga que
es respetable pensar de esa manera.
Al final del día, yo celebro que el Jilipollo exhiba
una obra que no es más que una muestra de nuestro contexto y su decadencia. Es
honesto (claro, involuntariamente, no creo que él haya pensado hasta ese
punto). Permite que se genere diálogo, crítica, y la sana resistencia a un
discurso de odio que lamentablemente existe. Nos deja percibir el momento
histórico, la manera de ver la vida de las personas poco empáticas, el
oportunismo, y si pedimos que lo supriman, nos perdemos de ver lo que está
ocurriendo frente a nuestras narices.