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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES §LXXXI. HACIA UNA TAXONOMÍA DE LOS DICCIONARIOS

Gonzalo Lizardo

Según la Real Academia, el Diccionario es un “Repertorio en forma de libro o en soporte electrónico en el que se recogen, según un orden determinado, las palabras o expresiones de una o más lenguas, o de una materia concreta, acompañadas de su definición, equivalencia o explicación”. Aunque insuficiente, la definición destaca tres características esenciales: las “palabras o expresiones” que reúne, el “orden” que les impone y la “definición” con que las acompaña.

Además de que excluye los de lenguas y los de sinónimos (donde cada palabra viene acompañada no por su definición sino por otra palabra equivalente), la RAE tipifica solo a los enciclopédicos, los históricos y los ideológicos, olvidando que existen los especializados, los lúdicos y los pseudodiccionarios. La relevancia de los antepenúltimos es innegable: muchos no podríamos trabajar sin glosarios de filosofía, de hermenéutica o de teoría literaria, pero cuando pienso en escribir un glosario propio lo imagino como los últimos: como uno lúdico (que parodiara el género irónicamente) o como un psudodiccionario (que respetara el género en su forma pero trascendiera su intención).

Dentro de los lúdicos destacan, por supuesto, el Diccionario de ideas recibidas de Flaubert y el Diccionario del diablo de Bierce: en ellos no hallaremos definiciones sino “opiniones” muy divertidas. El primero buscaba recopilar en orden alfabético las estupideces, los tópicos y los prejuicios de sus contemporáneos, mientras que el segundo recopila los conceptos que conformaban su sardónica (y diabólica) cosmovisión. Por ejemplo, para definir Diccionario, Flaubert cita la opinión socialmente impuesta (“Se ha dicho que está hecho sólo para los ignorantes”[1]), mientras que Bierce ataca a sus adversarios, los académicos (“Perverso artificio literario que paraliza el crecimiento de una lengua además de quitarle soltura y elasticidad. El presente diccionario, sin embargo, es una obra útil”[2]).

Igualmente jocosas son sus “definiciones” de Novela. Flaubert se burla de la fobia social por estos relatos que “Pervierten a las masas. Son menos inmorales en folletines que en varios volúmenes. Sólo las novelas históricas deben ser toleradas, porque enseñan historia”. Mientras que el diabólico Bierce confiesa su propia tirria: “Cuento inflado. Especie de composición que guarda con la literatura la misma relación que el panorama guarda con el arte”. Aunque en sentido literal se apeguen a la definición de diccionario, las obras de Flabuert y de Bierce resultan ser algo más vivo e irrefutable: dos tragicómicos retratos de la sociedad en que les tocó vivir.

(Nota: Sobre los pseudodiccionarios y sus sutiles transgresiones del género escribiré la próxima semana.)


[1] Flaubert, Gustave, Diccionario de las ideas recibidas, Verdehalago, 3ª edición, México 2010.

[2] Bierce, Ambrose, Diccionario del Diablo, Clásicos de la literatura, E-artnow 2015.

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