Gonzalo Lizardo
Según la Real
Academia, el Diccionario es un
“Repertorio en forma de libro o en soporte electrónico en el que se recogen,
según un orden determinado, las palabras o expresiones de una o más lenguas, o
de una materia concreta, acompañadas de su definición, equivalencia o
explicación”. Aunque insuficiente, la definición destaca tres características esenciales:
las “palabras o expresiones” que reúne, el “orden” que les impone y la
“definición” con que las acompaña.
Además de que excluye los de lenguas y los de sinónimos (donde
cada palabra viene acompañada no por su definición sino por otra palabra equivalente),
la RAE tipifica solo a los enciclopédicos,
los históricos y los ideológicos, olvidando que existen los
especializados, los lúdicos y los pseudodiccionarios. La relevancia de los antepenúltimos
es innegable: muchos no podríamos trabajar sin glosarios de filosofía, de hermenéutica
o de teoría literaria, pero cuando pienso en escribir un glosario propio lo
imagino como los últimos: como uno lúdico
(que parodiara el género irónicamente) o como un psudodiccionario (que respetara el género en su forma pero trascendiera
su intención).
Dentro de los lúdicos destacan, por supuesto, el Diccionario de ideas recibidas de
Flaubert y el Diccionario del diablo
de Bierce: en ellos no hallaremos definiciones sino “opiniones” muy divertidas.
El primero buscaba recopilar en orden alfabético las estupideces, los tópicos y
los prejuicios de sus contemporáneos, mientras que el segundo recopila los
conceptos que conformaban su sardónica (y diabólica) cosmovisión. Por ejemplo,
para definir Diccionario, Flaubert
cita la opinión socialmente impuesta (“Se ha dicho que está hecho sólo para los
ignorantes”[1]),
mientras que Bierce ataca a sus adversarios, los académicos (“Perverso
artificio literario que paraliza el crecimiento de una lengua además de
quitarle soltura y elasticidad. El presente diccionario, sin embargo, es una
obra útil”[2]).
Igualmente jocosas son sus “definiciones” de Novela. Flaubert se burla de la fobia social
por estos relatos que “Pervierten a las masas. Son menos inmorales en
folletines que en varios volúmenes. Sólo las novelas históricas deben ser
toleradas, porque enseñan historia”. Mientras que el diabólico Bierce confiesa su
propia tirria: “Cuento inflado. Especie de composición que guarda con la
literatura la misma relación que el panorama guarda con el arte”. Aunque en
sentido literal se apeguen a la definición de diccionario, las obras de
Flabuert y de Bierce resultan ser algo más vivo e irrefutable: dos tragicómicos
retratos de la sociedad en que les tocó vivir.
(Nota: Sobre los pseudodiccionarios y sus sutiles transgresiones
del género escribiré la próxima semana.)
[1] Flaubert, Gustave, Diccionario
de las ideas recibidas, Verdehalago, 3ª edición, México 2010.
[2] Bierce, Ambrose, Diccionario
del Diablo, Clásicos de la literatura, E-artnow 2015.