Gonzalo Lizardo
Ineluctablemente,
cada vez que se acerca el 2 de noviembre, día de muertos, pienso en José de
Jesús Sampedro, el sabio poeta, mi viejo amigo, que cumple años ese día, bajo
el signo de escorpión. Las coincidencias no existen, asegura Jung, y así lo
confirma el ejemplo de Sam, un hombre que ha consagrado todas sus energías a esparcir
la poesía por todo nuestro semidesierto, con pocos pero doctos libros juntos,
en perpetua charla con sus difuntos, escuchando con sus ojos a sus muertos. Si
existe hoy en Zacatecas un ambiente propicio para la creación y la reflexión poéticas,
se lo debemos a Sampedro, a su discreto pero incansable esfuerzo para leer,
traducir, editar, conocer, transmitir la obra de sus clásicos y de sus
contemporáneos.
Así lo comprobé hace cuarenta años, casi, cuando yo estaba en la
prepa y conseguí en la librería universitaria la maravillosa antología que él
había preparado para sus alumnos, junto con Un
(ejemplo) salto de gato pinto, el libro con que ganó el Premio de Poesía
Aguascalientes 1977. Un libro lúdico y extraño, gracias al cual yo conocí a
Rilke, a Apollinaire, a Artaud y, por supuesto, a Breton, quien “está en su
biblioteca meditando / reposa un tomo de física ilustrada” mientras Sampedro
“está enfrente y escribe su libro / Breton lo ve y lo saluda / cierra su
manuscrito pronto terminado /…/ dejemos eso Breton ya terminaremos (hemos
terminado) / es fría la ciudad cuando amanece”.
Tenía yo quince años entonces y por supuesto ignoraba que alguna
vez Sampedro me invitaría a colaborar en Dosfilos,
su revista, que yo admiraba desde 1988, cuando compré el número 26 porque traía
en la portada mi álbum preferido de The Kinks. La colaboración se hizo habitual
a partir del número 65, cuando me invitó a escribir sobre David Bowie, y ya perdí
la cuenta de los libros, carteles, eventos que hicimos juntos, aunque no son
sino una ínfima parte de los que ha hecho él. Esta confianza me llena de
orgullo porque me ha permitido disfrutar de cerca la inteligencia y el humor de
Sam, su cultura y su contracultura, su carácter exuberante y su generosa
amistad, que varias veces me tendió la mano, cuando yo más lo necesitaba —en
esos momentos, difíciles y oscuros, cuando la existencia parecía ensañarse en
contra de uno.
Por eso, cada vez que se acerca el 2 de noviembre, me sirvo una
copa y brindo por José de Jesús Sampedro, ineluctablemente, para darle sinceras
gracias por todo el rockanrol y toda la poesía que nos ha compartido. Porque,
gracias a la obra y al ejemplo suyos, siguen vivos los sesenta, sus sueños, su
esperanza, su utopía.