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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES II. Pertinencia de lo Neobarroco

Gonzalo Lizardo.

Antes de proseguir con estas glosas sobre la vida, las ciencias y las artes neobarrocas, conviene preguntarse por qué reflexionar sobre “lo barroco” en pleno siglo XXI, en plena crisis de la modernidad, entre el fracaso del comunismo y la hegemonía del capitalismo, entre la información globalizada y las fake news de la web. Acaso por esta misma crisis, es urgente un ethos alternativo que nos permita sobrevivir a los estragos de la Modernidad. Así lo supone Bolívar Echeverría, uno de los autores que más han aportado a dilucidar el “paradigma barroco”, no tanto para educir una alternativa radical de orden político al capitalismo, sino “una estrategia para hacer vivible algo que básicamente no lo es: la actualización capitalista de las posibilidades abiertas por la modernidad”.[1]

Para Echeverría, existe una dolorosa contradicción entre los valores que promueve la Modernidad —libertad, igualdad, fraternidad— y los medios empleados para conquistarlos: el capitalismo liberal y el comunismo totalitario —que no fue sino un capitalismo de estado. Además de llevarnos al borde del apocalipsis, estas dos alternativas olvidaron una tercera vía: el “paradigma barroco” que se forjó a partir del humanismo pero fue desdeñado por la Ilustración. Para ejemplificar esta solución intermedia —esta conjunción de contrarios—, Echeverría cita la propuesta que los jesuitas formularon para resolver el dilema entre la Gracia y el Libre albedrío, una polémica que enfrentó, durante el siglo XVII, a los teólogos de la Reforma con los de la Contrarreforma.

Más interesante aún es la analogía que Echeverría establece entre el ethos barroco el erotismo de Bataille como “aprobación de la vida (el caos) aún dentro de la muerte (el cosmos)”. A contrapelo de la sexualidad “natural” —enfocada a satisfacer un apetito natural y a reproducir la especie—, el paradigma barroco no pretendería concentrar las energías vitales del hombre en el trabajo ni en el ahorro, sino también en el juego y el derroche. Por eso Eugenio d’Ors anhelaba una filosofía para el “hombre que trabaja y juega”: para que el individuo se consagre no sólo a producir valores, sino también a disfrutar el arte, la fiesta, los deportes, la mesa y el vino. “Lo barroco”, necesariamente, es un paradigma centrado en el Arte, no en la Economía: de ahí su carácter subversivo, pero también su carácter huidizo.


[1] Echeverría, Bolívar, La modernidad de lo barroco, Ediciones Era, México 1998, p. 15.

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