Gonzalo Lizardo
Desde Boboli hasta Villa de Este, los jardines florentinos comparten un ideal:
que el Arte domine a la Naturaleza y la Geometría al Caos. Por eso Tzvetan
Todorov comparó a la democracia con un jardín imperfecto,[1] pues desea
instaurar un orden frágil pero perfectible que requiere de constantes cuidados,
siempre insuficientes frente a las plagas y sequías que lo amenazan. Pero hay otros
jardines renacentistas que persiguen lo contrario: vergeles donde el Caos se vuelve
Forma, como el Parco dei Mostri, el Parque de los Monstruos que
Pierfrancesco Orsini mandó construir a mediados del siglo XVI en memoria de
Julia Farnesio, su esposa recién fallecida.
Al lado del castillo Orsini, sobre las laderas de
un bosque cercano a Viterbo, este parque reúne un grotesco grupo de criaturas
fantásticas y míticas (¿acaso las pesadillas de Orsini cuando perdió a su
esposa?): colosales esculturas de piedra que, a merced del musgo y la
intemperie, no exponen un orden simbólico sino su deterioro: la derrota del
Orden ante la Entropía, de la Razón ante el Delirio.[2] Así lo
sugiere también Elsa Cross en el poema que escribió sobre este parque: “En
Bomarzo terminaban nuestros sueños. / Era un depósito donde podíamos dejarlos,
/ como entes vivos, / sabiendo que al volver a ellos / habrían cambiado, /
estarían recubiertos de alas de insecto y hojas secas”.[3]
Habitado por la congoja de un epicúreo, en este
jardín no hay sitio para la certeza ni el optimismo. “Bomarzo, / donde
dejábamos asentarse como hojas de té / los sueños flotantes […] Petrificados, /
deidades bifrontes / con un rostro fijo en los sueños / y el otro en los
enigmas, / no saciados aún de la forma”.[4] Es un
sitio, por tanto, donde se desborda toda esperanza y se vierte en melancolía. Porque
esos dioses terribles que la muerte de Julia Farnesio inspiró son acaso los
mismos de nuestros lutos: ídolos paganos que susurran historias a nuestro oído y
que nos inducen una ebriedad mítica “con el olor de sus musgos, / la blancura
de las cortezas desgajadas— / y esos líquenes suaves cubriendo / el torso y los
muslos de Neptuno, / el sexo de Perséfone”.[5]
Apenas cierro el libro de Elsa Cross, comprendo
que en algún rincón de Bomarzo (que aún desconozco) yacen los dioses fúnebres que
aún no he soñado.
[1] Todorov, Tzvetan, El jardín imperfecto. Luces y sombras del
pensamiento humanista, Paidós, Barcelona 1999, p. 20.
[2] No es inverosímil que Sir Edward James se haya inspirado en el Parco
dei Mostri cuando decidió construir su célebre jardín de Las Pozas, San
Luis Potosí.
[3] Cross, Elsa, Bomarzo,
Ediciones Era, México 2009, p. 15.
[4] Ibíd., pp. 16-17.
[5] Ibíd., pp. 22-23.