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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES. XLVIII ERNIE PIKE O LA CRUELDAD SIN BANDERA

Gonzalo Lizardo

Hay escritores que poseen, por su misma vocación, una creatividad inagotable pero condenada al olvido. A diferencia de los poetas o los pintores, los guionistas (de cine o cómic) no producen obras a título personal, pues el público solo las conoce indirectamente, adaptadas por un mediador que suele llevarse todo el crédito: a propósito de la película Espartaco (1960), casi nadie recuerda a Dalton Trumbo pero casi todos a Stanley Kubrick. Aun así, quiero suponer que el argentino H. G. Oesterheld aprovechó esta posición (encubierto tras bambalinas) como una ventaja que le permitía amplificar su creatividad adaptando sus guiones a la medida de sus sucesivos dibujantes.

Resulta inverosímil, en concreto, que el mismo escritor concibiera El eternauta (1957) y Ernie Pike, corresponsal de guerra (1957), aunque ambos cómics aparecieran simultáneamente en la misma revista, Hora Cero Semanal. La diferencia se explica en parte porque fueron dibujados por plumas distintas —Solano López y Hugo Pratt—, pero aun así extraña que pertenezcan a géneros casi antagónicos: mientras El eternauta es una fantasía alegórica de ciencia ficción, Ernie Pike relata hechos bélicos realistas, crudos, apenas metamorfoseados. De hecho, el protagonista de la serie, Ernie Pike, alude a Ernest Taylor Pyle, el reportero “cuyas crónicas para la cadena Scripp-Howard (…) conmovieron a millones de lectores norteamericanos y le valieron el Pulitzer en 1944”.[1]

Más allá de sus diferencias epidérmicas, ambas obras manifiestan una constante: la intención de plegar nuestros prejuicios haciendo una barroca conjunción de contrarios. Así, mientras El eternauta parte de un relato apocalíptico para desplegar una visión alternativa del tiempo y la eternidad, Ernie Pike despliega, a partir de sus crónicas, una visión de la guerra que cuestiona las habituales oposiciones entre buenos/malos, lindos/feos, vencedores/vencidos. En otras palabras, uno transvalora nuestras nociones metafísicas mientras otro lo hace con nuestras nociones éticas.

Ejemplo magistral de esta transvaloración es el episodio “Un teniente alemán”, que narra el hundimiento del navío Lacinia a cargo de un submarino nazi. Aunque hubieran podido abandonar a los sobrevivientes, los alemanes deciden subirlos en barcas y alimentarlos mientras los remolcan a un lugar seguro, aunque quedan ellos a merced de los aviones aliados, uno de los cuales los ataca pese a los náufragos y a la bandera de la Cruz Roja. Por más que estemos habituados a ver a los nazis como villanos y a los aliados como héroes, Ernie Pike concluye que “La crueldad o la simple torpeza no tienen bandera”,[2] tal como lo demuestran los crueles datos de la Historia.


[1] Sasturain, Juan, “Prólogo” a Ernie Pike, corresponsal de guerra, Planeta Comic, Buenos Aires 2019, p. 7.

[2] Ibid, p. 39.

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