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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES XXIII. PARÁBOLA DE LA LUZ Y DE LOS ÁNGELES ÓPTICOS

Gonzalo Lizardo

Tras el concepto de lo Barroco se agazapa lo que algunos han llamado el mal de la metafísica, es decir, “el dualismo, los opuestos excluyentes como constitución de lo real (…) Sin embargo, la única oposición irreconciliable que la metafísica clásica es entre lo real y lo ideal; el resto de opuestos sólo se dan en el mundo de lo ideal”.[1] Para cierto pensamiento “clásico” —como el cientificista— sólo existe lo objetivo/real, pues lo subjetivo/ideal no pasa de ser virtualidad pura. El pensamiento barroco, en cambio, considera que lo “objetivo” tiene una parte “subjetiva” —y viceversa—, como ocurre con el fenómeno de la visión: un fenómeno “real” con un componente objetivo (la luz) y otro subjetivo (el ojo).

La visión, en consecuencia, permite una síntesis entre “los elementos de la realidad externa y la mente de quien ve”,[2] lo cual ha permitido que algunos filósofos —como d’Ors o Berkeley— construyan una teoría del conocimiento sobre la analogía entre visión y pensamiento, visión y poesía, visión y razón. No en vano, el barroco Leibnitz concibió la “mónada” como el mínimo ojo/mente que fuera capaz de ver/conocer el mundo/realidad. Aunque hay al menos dos autores —un pionero de la psicología y un narrador psicodélico— que exploraron más a fondo esa metáfora barroca: la visión como base del conocimiento.

En 1825, el psicólogo alemán Gustav Fechner (1801-1887), publicó con pseudónimo su Anatomía comparada de los ángeles, donde relaciona la constitución del cuerpo humano con “la constitución de criaturas superiores”. Supone que el ser humano, como microcosmos, se alimenta de luz solar y por ello dispone del ojo: un órgano al que los demás están subordinados, incluido el cerebro. Y concluye que, si existieran seres superiores al hombre, tendrían que ser “criaturas solares” a las que llama ángeles y son “ojos vueltos libres, y de la más elevada configuración interna, (…) la luz es su elemento, como el aire es el nuestro”.[3]

Según Fechner, estos “ángeles ópticos” u “ojos angélicos” son superiores al humano porque perciben y conocen el Mundo sin necesidad de otros órganos. Una premisa que permitiría imaginar a Dios como el Supremo Ojo: como un Ojo que vigilara sin parpadear a sus creaturas. Justo así lo concibió el barroco Philip K. Dick en The eye in the sky (1957), un relato que difracta “lo real” y lo objetivo en un caleidoscopio de múltiples subjetividades. (Una novela que debo releer, ciertamente, pues bien amerita una glosa.)


[1] González, Antonino, Eugenio d’Ors. El arte y la vida, FCE, Madrid 2010, p. 81.

[2] Idem, p. 73.

[3] Fechner, Gustav, Anatomía comparada de los ángeles. Sobre la danza, editorial Cactus, Buenos Aires 2017, p. 25.

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