Gonzalo Lizardo
Para Eugenio
d’Ors, la más alta facultad de la razón —qué el llamaba seny— podría describirse como una armonía de contrarios: como “una
parte de trabajo y otra de juego, una de razón y otra de locura”:[1] una
supra razón que conciliaba la necesidad con la libertad, lo clásico con lo
barroco. Según d’Ors, la Ciencia es trabajo
y está sometida a la ley del mínimo esfuerzo, mientras que el Arte se origina
en el juego y es “fruto de una
sobreabundancia de fuerzas”.[2] El seny, por tanto, sería un pensamiento
que haría de la ciencia un arte y viceversa.
Esta hipótesis d’orsiana es coherente con la de Johan
Huizinga, quien dictó en 1933 una conferencia “Acerca de los límites entre lo
lúdico y lo serio en la cultura”.[3] Si la
civilización se cimienta en tres factores —el lenguaje, el mito y el culto— es
obvio que en los tres interviene lo
lúdico disimulado tras lo serio.
Para convencernos, Huizinga observa que todo juego, cuando es colectivo,
implica un elemento de enlace que “cautiva” a los jugadores en un mundo
extraordinario hasta que la representación concluye. Porque en todo juego,
además, se “representa” siempre algo, en el sentido teatral pero también
ritual, mítico, social y político.
De ese modo, el juego, el culto, el mito y la fiesta
se conjugan en una lucha donde los participantes (a través del ritmo, la
repetición, la cadencia, la fuerza, el virtuosismo) se comprometen a buscar y a
conseguir un estilo propio, de suerte que “la sabiduría, en cuanto sagrada
prueba de perspicacia, se practica en forma de juego”.[4] Esta
conjunción es más evidente en la música y en el teatro, como se advierte en el
término inglés to play, que significa
tanto jugar como interpretar. En su máximo nivel, un concierto es una ceremonia
donde los músicos —the players— ponen
en juego sus habilidades para
hechizar a sus oyentes y conducirlos a un mundo fuera de lo ordinario.
No en balde George Steiner ha supuesto que actualmente
“la poesía de la emoción religiosa está suministrada por la música” ya que “la
ejecución o el goce de la música desempeña funciones tan sutilmente
indispensables, tan exaltadoras y consoladoras como podrían tenerlas las
prácticas religiosas”.[5] Para
cumplir esta función, es obvio que la Música es un juego —como la Vida— que
debe jugarse muy en serio.
[1] Varela, Javier, Eugenio
d’Ors. 1881-1954, RBA, Barcelona 2017. Kindle.
[2] González, Antonino, Eugenio
d’Ors. El arte y la vida, FCE,
Madrid 2010, p. 32.
[3] En Huizinga, Johan, De lo
lúdico y lo serio, Casimiro, Madrid 2014.
[4] Ibid, p. 35,
[5]. Steiner, George, En el
castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura, Gedisa
Editorial, Barcelona 2005, p. 157.