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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES XXVIII. LA MÚSICA, LO LÚDICO Y LO RELIGIOSO

Gonzalo Lizardo

Para Eugenio d’Ors, la más alta facultad de la razón —qué el llamaba seny— podría describirse como una armonía de contrarios: como “una parte de trabajo y otra de juego, una de razón y otra de locura”:[1] una supra razón que conciliaba la necesidad con la libertad, lo clásico con lo barroco. Según d’Ors, la Ciencia es trabajo y está sometida a la ley del mínimo esfuerzo, mientras que el Arte se origina en el juego y es “fruto de una sobreabundancia de fuerzas”.[2] El seny, por tanto, sería un pensamiento que haría de la ciencia un arte y viceversa.

Esta hipótesis d’orsiana es coherente con la de Johan Huizinga, quien dictó en 1933 una conferencia “Acerca de los límites entre lo lúdico y lo serio en la cultura”.[3] Si la civilización se cimienta en tres factores —el lenguaje, el mito y el culto— es obvio que en los tres interviene lo lúdico disimulado tras lo serio. Para convencernos, Huizinga observa que todo juego, cuando es colectivo, implica un elemento de enlace que “cautiva” a los jugadores en un mundo extraordinario hasta que la representación concluye. Porque en todo juego, además, se “representa” siempre algo, en el sentido teatral pero también ritual, mítico, social y político.

De ese modo, el juego, el culto, el mito y la fiesta se conjugan en una lucha donde los participantes (a través del ritmo, la repetición, la cadencia, la fuerza, el virtuosismo) se comprometen a buscar y a conseguir un estilo propio, de suerte que “la sabiduría, en cuanto sagrada prueba de perspicacia, se practica en forma de juego”.[4] Esta conjunción es más evidente en la música y en el teatro, como se advierte en el término inglés to play, que significa tanto jugar como interpretar. En su máximo nivel, un concierto es una ceremonia donde los músicos —the players— ponen en juego sus habilidades para hechizar a sus oyentes y conducirlos a un mundo fuera de lo ordinario.

No en balde George Steiner ha supuesto que actualmente “la poesía de la emoción religiosa está suministrada por la música” ya que “la ejecución o el goce de la música desempeña funciones tan sutilmente indispensables, tan exaltadoras y consoladoras como podrían tenerlas las prácticas religiosas”.[5] Para cumplir esta función, es obvio que la Música es un juego —como la Vida— que debe jugarse muy en serio.


[1] Varela, Javier, Eugenio d’Ors. 1881-1954, RBA, Barcelona 2017. Kindle.

[2] González, Antonino, Eugenio d’Ors. El arte y la vida, FCE, Madrid 2010, p. 32.

[3] En Huizinga, Johan, De lo lúdico y lo serio, Casimiro, Madrid 2014.

[4] Ibid, p. 35,

[5]. Steiner, George, En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura, Gedisa Editorial, Barcelona 2005, p. 157.

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