Connect with us

SUSCRÍBETE

Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES XXXII. EL MANUSCRITO CADÁVER COMO VOYNICH ESQUIZOIDE

Gonzalo Lizardo

Entre las incontables teorías formuladas para explicar los misterios del manuscrito Voynich o Beynecke MS 408, la más divertida me la compartió un amigo: publicada por una revista conspiranoica de los años 70, ahí se insinuaba que había pertenecido al rey Salomón y que contenía la fórmula para crear “una fuente de energía superior miles de veces a la bomba atómica”.[1] Una conjetura desquiciada, sin duda, pero al menos con una virtud: la de interrogar el manuscrito no a través de su grafía, sino de su iconografía.

La idea suena viable. Ya algunos han señalado que las figuras del Beynecke recuerdan a ciertas ilustraciones alquímicas del siglo XV, en tanto combinan elementos heterogéneos para crear composiciones fantásticas. Sin embargo, en las alquimistas casi todos los elementos son reconocibles por separado, mientras que en el Beynecke casi ninguno lo es. En este último se percibe, además, un menor oficio: dibujo ingenuo, colorido torpe, rudas pinceladas. Para hallar una obra parecida, no habría que buscar en bibliotecas ni en museos sino en el llamado Art Brut: entre esos “artistas marginales” que plasmaron en papel sus alucinaciones, como Martín Ramírez o Adolf Wölfli, entre otros.

Sobre este último, Cortázar escribió: “A Wölfli lo conocí por Jean Dubuffet, que publicó el texto de un médico suizo que se ocupó de él en el manicomio”. Recluido en una celda por violación y otros estupros, este montañés era caso perdido para la psiquiatría hasta que un doctor le ofreció papel y crayones. Desde ese instante el paciente se apaciguó y no se detuvo hasta completar, veinte años después, “una obra perfectamente delirante”. Más aún: cuando el médico le preguntaba qué significaba alguno de sus dibujos, Wölfli hacía un rollo de papel y “soplaba una melodía que para él no sólo era la explicación de la pintura sino también la pintura”.[2]

En otras palabras, Wölfli no distinguía entre la representación y lo representado, entre música y pintura, entre delirio y realidad. Sería formidable (¿a poco no?) imaginar que el Beynecke MS 408 fue creado por personajes así: por un puñado de locos geniales,[3] recluidos en algún monasterio, donde apaciguaban sus demonios dibujando y escribiendo. Acaso porque sus monjes custodios vieron en esas imágenes y en esa escritura una ventana a lo supraterreno: esa tierra a la que sólo se arriba cuando uno ha tirado por la borda el lastre de la cordura.


[1] Anónimo, ¿Destruirá al mundo el Manuscrito Voynich?”, en Duda. Lo increíble es la verdad, no. 80, Año 3, México enero 10, 1973, p. 24.

[2] Cortázar, Julio, La vuelta al día en ochenta mundos, Siglo XXI Editores, 4ª edición, Buenos Aires 1968, p. 50.

[3] Como los “gemelos pitagóricos” que Oliver Sacks describió en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (Anagrama, Barcelona 2009), capaces de calcular al instante números primos de ocho o más dígitos.

S U S C R Í B E T E

Sé TESTIGO

DESTACADOS

DE LA B A LA Z. CINE GORE

Columna

TRAZOS DISPERSOS PARA ÓSCAR OLIVA

Columna

DE LA B A LA Z. LA TETRALOGÍA DE PEDRITO FERNÁNDEZ

Columna

ESPEJO DE DOBLE FILO: POESÍA Y VIOLENCIA (RESEÑA)

Poesía

S U S C R Í B E T E

Sé TESTIGO

Todos los derechos reservados © 2024 | Los Testigos de Madigan

Connect
S U S C R Í B E T E

Sé TESTIGO