Irene Ruvalcaba
Las
flores de lavanda son hipnóticas, con su aroma de palabras nos ponen
a dormir. Esas plantas que casi
agonizan,
parvo azul como las frases falsas que usamos, con sus silencios, como
decir adiós con la mano. Si la poesía, como lavanda, pudiera sedar
los pensamientos, aniquilar los encuentros, decirnos nuestra verdad
íntima sin analgésicos, el poema mataría. Pensándolo bien, la
vida es una espera larga para que las palabras acaben disecadas en
aceites con tal de conservar su perfume curativo.
Ana
Luísa Amaral es fragancia cotidiana, sutil y profunda. Ahí donde el
pensamiento remite a uno mismo, ahí donde el ambiente huele a hogar,
a romero. Cuando viajamos conservamos nuestro aliento y nuestro
perfume, el olor del Yo, humor interno, esencia del cuerpo ante el
día; estar en el mundo como bálsamo despedido.
“Aunque
hable de sol y montañas, / aunque cante los pequeños espacios / o
las grandes verdades, / todo el poema / habla de aquel / que sobre él
escribe”1.
Deseamos ser nuevos en la escritura, absurdo, la plana se seca, la
vida se consume y al final del día no somos otros, ni estamos en
quien nos lee, somos matrioskas en busca de nuestro ser más mínimo,
que se parece a nosotros, el más cercano a nuestra forma.
Discontinuidad
con la apariencia, espacio entre las cosas que se miran, con lo que
se ve: “Cuando las huellas de sí mismo / parecen excluirse de las
palabras, / aun así, es a sí mismo que se describe / al escribirse
en el texto /que es escisión de sí”, separar para dar propiedad.
Las palabras, esas que creemos de otros, nos dan cuerpo inconsciente
e hiperpresente. En el poema se torna inconsciente aquello que
creíamos propio: Yo.
Romero
y lavanda: su color leve, su olor penetrante. Somos contradicción.
La vida es algo más que los recuerdos que vienen tras un vistazo en
el espejo. “Todo el poema / es un estado de pasión / cortejando el
reflejo / del que lo creó”. Las uniones imposibles, la separación
perpetua y el olor en el aire con su manso calor impuro.
La
poesía no le pertenece a la mano que la escribe y sin embargo lleva
su tono, hedentina de narciso: “y así se ama de manera desmedida,
/ en la medida del verso en que se contempla / y en vértigo / se
ahoga.” Así, con tranquilidad, el poema, hecho a imagen y
semejanza de eso que somos, irradia en el aire su veneno más
delicioso.
1
What’s in a Name,
Ana Luisa Amaral, 2020, Sexto piso, España.
*Ilustración
de Ilse Ovalle.