Irene Ruvalcaba
De
spleen
y de polvo los recuerdos. De alegrías y de polen las alergias. De
humo y vapores el pasar de las nubes. Y todo hecho de instantes
dispersos que fluyen y que flotan. Hay en el mundo un solo soplo que
dibuja figuras en la arenilla, que invade las telarañas y canta al
sentir su santo olor de anís y roble. Pegado a la piel avisa en su
desliz la ceremonia de quien seguro está de morir.
La
duda guarece entre capas grises, pizarras para desdibujar con el dedo
lo que somos, nuestra marca en el mundo. Cantamos con la garganta
vacía, llena de comezón. Así comienza la aventura de la libertad,
siguiendo el hilo de arena que deja el apego. La poeta Ana Pérez
Cañamares no despeja la duda, pero la traduce, de lo divino a lo
mundano y viceversa, nombra su dificultad por medio del poema: “De
qué sirve que limpie el polvo / de las estanterías. // De qué
sirve recoger las pelusas / de los rincones.1”
El polvo tiene un sentido de movimiento perpetuo en busca de un amor
abandonado entre los muebles, de un amor perdido en perdurar.
Bajo
su propia carga ancestral, de viejas limaduras y de nuevos vientos,
la poeta enlista imposibilidades: “para qué sacudir las sábanas /
barrer bajo la cama, / pasar la aspiradora.” ¿Y no es eso vivir,
la pregunta actual? Para qué invadir como el polvo las casas sin
habitarlas. Para qué ser más finos que ese polvo que aplastan los
zapatos. Para qué el pegajoso legajo desdoblado de nuestra historia,
para qué la historia.
Remedio
herbolario para no olvidarnos de que “hay un polvo que viene de
afuera /que la ciudad expulsa con sus toses.” Pulmonía musical
centrada en nuestros ritmos. En lo que el ritmo, en su anomalía,
tiene de humano. En las grandes ciudades invadidas por ese animal
mínimo, por los ácaros que en la nariz hacen sus fiestas, por lo
decadente de la intrascendencia del amor.
Ana
Pérez Cañamares, poeta de cicatrices y alambradas, recuerda,
además, que “hay otro desprendiéndose de mí / que cae como
terrones de barro”. Dejaremos huella de ese dios que habita las
casas y que de vez en cuando sale de nosotros para buscar lo bien
amado, cuando la muerte prende fuego. Así es como la poesía nos
enseña a desempolvar: “cada vez que abro el puño / y suelto una
certeza.” Cada que la melancolía no nos deje respirar.
1
Ana Pérez Cañamares, Mujeres
en su tinta. Poetas españolas del siglo XXI,
Editorial Antemporia, 2009, México.
*Ilustración
de Ilse Ovalle.