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Columna

Poesía entre lilas // Anne Carson: Malcolmia triloba

Irene Ruvalcaba

Como un fruto aparente, los bosques guardan la fluorescencia del amor. Un camino fecundo para las bestias solitarias que no quieren arraigar. La libertad dejará de ser el justo sitio de reposo. Escribe Anne Carson: “Si no eres la persona libre que quieres ser, busca un lugar donde puedas contar la verdad sobre ello.” Qué retoño para quien nace sin lenguaje, necesitándole. Carson escribe clorofilas intravenosas y pulsos de corteza para revivir lo íntimo y darle un cuerpo a la hojarasca.

Acomódate a tu propia forma, como cáscara de nuez, emerge para “contar cómo te va con todo.” Lo que pasa se destina a lo profundo, aunque accesible: trasparente. “La franqueza es como una madeja que se produce a diario en el vientre, tiene que desenrollarse en algún lado.”

“Podrías susurrar de cara a un pozo” mientras un fantasma confunde su voz con el contoneo de los pinos. Y la soledad se enreda en las copas del silencio. “Podrías escribir una carta y mantenerla guardada en la gaveta” con destinatario y letras blancas. La palabra se confina a la prudencia.

“Podrías escribir una maldición en una cinta de plomo y enterrarla para que nadie la lea por mil años. No se trata de encontrar un lector, se trata de contar.” Como una casa adentro de un tronco de árbol añejo, condenada a la verdad que las raíces guardan.

Esto no es mística ni mítica, y no quiere contar la realidad. Es prosa que azula al pensamiento: el bosque de noche cuando el cazador es condenado a observarse presa. La invitación continúa: “Piensa en una persona de pie, sola en un cuarto. La casa está en silencio. La persona lee un pedazo de papel. No existe nada más.” Personaje que se entierra al pensamiento con la fuerza de filamentos nerviosos.

“Todas sus venas se pasan al papel. Toma la pluma y escribe en él unos signos que nadie más va a ver, le confiere así como una plusvalía, // y todo lo remata con un gesto // tan privado y preciso como su propio nombre”. Cuánto hay que esperar para atinar eso que llevamos en la sangre, cuánto para sus interconexiones misteriosas. No. El poema no dice la verdad y al decirla se conmueve. Se convierte en un silbido lejano de alguien que, luego de un tiempo nocturno dilapidado en el bosque, por fin se encuentra con la bruma.

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