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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(23)

Alejandro García

…de pronto pensé en Jean-Paul Sartre, al concluir la lectura de El arte de la ficción de James Salter y me quedé con esa etiqueta que daba al traste con la sugerencia vital de todo el trayecto de lectura. Total: más sentimental que ingenuo, pero también dentro de las preguntas del gran gurú de medio siglo veinte: por qué escribir, qué escribir, para qué escribir. Al regresar me encuentro con dos diferencias evidentes: uno: son conferencias y no pretendían otra cosa que expresar algunas ideas ligeras, libres del peso de tratado que se la ha venido dando al ¿Qué es la literatura?, al que cuesta mucho trabajo tomar a la ligera o darle sus toques de liviandad que permitan que surja una mínima dosis de dialéctica o juego. Dos: Salter nunca se sale a pregonar la nueva buena, al contrario va y viene en toda su trayectoria. De manera que la tercera charla es un recorrido por cómo las experiencias vitales (sobre todo las mujeres, matrimonios y anexas), la vida laboral y la madurez de estilo, así como el contacto con nuevos cómplices de lectura y escritura permitieron ese paso de los hechos cotidianos, a través del trabajo del lenguaje, a la novela, a la literatura, a otra forma de vida mediante universos específicos. Hay un paralelismo entre su escrito sobre la relación con su mujer y el conflicto que vive Saul Bellow con la suya, una vez que se le ha otorgado el Premio Nobel y recibe de inmediato una demanda para un aumento de pensión. También nos cuenta cómo su superior en las fuerzas armadas lo tilda de estúpido al enterarse de que se dará de baja para ponerse a escribir. O trae a cuento su vida como guionista, sus impresiones del cine italiano, amo y señor del celuloide por unos años, o la personalidad de Roman Polanski en unas cuantas líneas. Salter parte de su percepción de Bertolt Brecht en “cuestiones tales como la esencia del arte, que describe como simplicidad, grandeza y sensibilidad, y su forma, el desapego”. Él, autor en ciernes, no encuentra en sus apuntes esos preceptos, preocupado por escribir, por llegar a plasmar lo que está en su cerebro, por usar el lenguaje más efectivo y lograr la obra. Sus conferencias muestran que se mantuvo de esa manera siempre, si acaso en estadios de evolución diferente a la manera de una espiral más que ascendente, de múltiples apreciaciones según la perspectiva desde dentro y desde afuera. Autores: además de Bellow, Isaac Bashevis Singer, Vladimir Nabokov y William Faulkner, el imprescindible, pero sólo dentro de una parte del mundo y sin discusión en el campo literario, sin querer llevarlo muy lejos. También un militar al que le dicen debemos otorgarle un viaje (paseo) aéreo a Faulkner, pues escribirá un relato sobre las fuerzas armadas marca ese límite: “¿Quién es Faulkner?”. Y el mito y búsqueda de la gran novela americana: Norman Mailer, Philip Roth, John Updike, William Styron. Pero la literatura, Madigan, es otra cosa, contra la oralidad que se escapa, contra el mundo que va y corre en lo inmediato, levantando monumentos y lápidas: “Llega un día en que adviertes que todo es un sueño, que sólo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de ser reales”…

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