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}}}pssst, pssst, Madigan…(34)

Alejandro García

… El 14 de octubre, hace dos días, comenzó a correr la notica de la muerte de Harold Bloom (1930-2019), el gran estudioso de la literatura en lengua inglesa y que de allí salió a acomodarla o incomodarla en su relación con otras literaturas y otras lenguas. Bloom no duda en colocar a William Shakespeare en el centro del canon occidental. Por cierto que no creo recordar si esbozó siquiera un canon oriental o nórdico o austral, para referirme a los cuatro puntos cardinales. Esa fijeza que liga a Hamlet, la soledad parlante y enloquecida ante el agravio de sus más cercanos seres, también contrasta con los posibles acompañamientos, bien en el centro mismo del canon, bien en un segundo nivel de la punta de la pirámide. A veces creo entender, Madigan, ilumíname, tú que tornas transparente las cosas más oscuras, los acertijos más blindados, que es a Dante a quien pone en segundo lugar. Otras veces habla de Cervantes. Y no sé hasta qué punto han sido los lectores, los que lo han llevado a decir que el centro del canon bien pueden ser Shakespeare y Cervantes. Quizás ha faltado un poco de más ligamento con las obras de comedia del escritor inglés, lo que daría las dos dimensiones, en sus extremos, de toda literatura que se respete. Sin embargo, también esas dos caras de enfrentamiento a la realidad están en el ilustre andariego de los caminos de la Mancha, que cabalga sobre un jamelgo. Mención aparte merece la debilidad de su postura frente a la literatura francesa, que según se cuenta pudo obedecer a una resistencia a esa lengua y a esas obras. El caso es que el asunto del canon nos metió en una nube donde Bloom era eso y nada más. Los ensayos del libro en cuestión son verdaderamente complejos. Recuerdo la dificultad del dedicado a James Joyce, por ejemplo: “El coraje de Joyce al basar ‘Ulises’ simultáneamente en la ‘Odisea’ y ‘Hamlet’ fue extraordinario, pues tal como observa Ellman, los dos paradigmas de Odiseo/Ulises y el príncipe de Dinamarca no tienen prácticamente nada en común. Una pista para comprender el plan de Joyce podría ser que el personaje literario que parece más inteligente después de Hamlet (y Falsaff) es el héroe de la ‘Odisea’, aun cuando Joyce lo elogie por ser un personaje muy completo más que por sus recursos mentales. Pero el primer Ulises quiere llegar a casa, mientras que Hamlet no tiene casa”. Bloom hizo un trabajo de pepena de casi toda la literatura en su idioma y también fue presto para poner en el centro del canon estadounidense a Walt Whitman. Para mí, humilde lector, dueño de mí mismo, tal centro no se explica sin Herman Melville, un centro: Whitman-Melville. Bloom no pudo hacer gran cosa con la literatura del siglo XX y creo que la actual centuria lo encontró ya muy desmejorado. En cambio, en su nombre, eso le puede costar caro para la posteridad, quién lo sabe, se construyeron ramas del canon que son muy disparejas. Pongo por caso “El canon del cuento” que más bien parece el trabajo de un equipo que rescata estudios previos y los acicala, con el visto bueno del autor, y donde a veces se extiende en el comentario y otras es muy breve. Como se ha dicho, El canon occidental fue agregando más que ensayos de la misma categoría de los incluidos en la primera edición, listas de autores que se incluían en las Edades que no revisaba exhaustivamente o no se habían dado aún (el regreso de la Edad Democrática). La otra gran ausencia es la literatura de griegos y romanos. Al final quiere enderezar la ausencia con una lista, lo que me recuerda aquellas páginas de explicación de algunas novelas faulknerianas. En fin, Harold Bloom metió ruido en nuestros estados de lectura y de patrimonio cultural, a menudo tan parecidos a cementerios. Nos dio por clasificar, por asumir nuestras grandes lagunas, pero creo que sobre todo por revitalizar ese bagaje cultural y esas experiencias de lecturas. Fueron éstas las que permitieron levantar opinión para reacomodar el canon occidental y los correspondientes a las literaturas y géneros y subgéneros. Por ejemplo, no sólo la risa parece subordinada al peso de la tragedia o de los hechos violentos de la vida, sino que hay una gran cantidad de prácticas literarias que están allí, en el poder de lectores de culto o de pequeños círculos. Es el caso de la casi total ausencia, al menos en México, de colecciones de novela negra, relatos fantásticos, ciencia ficción, novela erótica y todo aquello que obliga a la inserción de un adjetivo a la palabra literatura. En general, en lo particular, para mí Bloom fue una entrada de aire para la reinterpretación de los grandes flujos de la literatura y para valorar cómo andaba en mis lecturas y adquisiciones que de ellas obtenía. Siempre dará angustia saber lo que no he leído, pero más allá de esa provocación, que uno se salta a la torera con facilidad, si está dispuesto al riesgo. Yo recuerdo el tema de las influencias en los argumentos de Bloom, el desafío que representa su libro sobre Shakespeare, el acercamiento a los poetas visionarios. Allí aprendí a entender, siempre de manera tentativa, a William Blake. ¿Se convertirá Bloom en otro Samuel Johnson? La rueda de la fortuna da vueltas…

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