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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(36)

Alejandro García

…en el mundo de papel en que me muevo y que me lleva a muy diversas dimensiones de la realidad, el soplo de esta semana vino en pareja: Guy de Maupassant (1850-1893) y Antón Chéjov (1860-1904). El francés vive casi 43 años, el ruso poquito más de 44. Coinciden en el mundo entre 1860 y 1893, un tiempo de grandes cambios en el sistema capitalista y de muy importante presencia de la literatura de sus países. Los dos conocen el peso de sus novelistas: Flaubert es maestro y lector del autor de “Bola de sebo”. Y qué decir del poder escritural de Tolstoi y Dostoievski para el padre de “La dama del perrito”. Los dos escribieron novelas, que se mantienen allí como escenario de sus mejores producciones mayores. Y es que estamos ante dos maestros de la narración breve, del cuento. Editorial Páginas de espuma ha dado al público de lengua española “Cuentos completos” en dos tomos para  el autor de “Pedro y Juan” y cuatro para el de “Un drama de caza”. Este par se mueve en la levedad, frente al peso de instaurar y preparar el camino para darle madurez al campo literario francés sobre la pluma del autor de “La educación sentimental” y “Madame Bovary” o darle a los rusos un Siglo de Oro entre la realidad total de Tolstoi o los meandros del corazón y del cerebro humanos de Dostoievski. En aquellos tiempos en que el naturalismo entra en conflicto con los llamados “decadentistas” o “esteticistas”, Maupassant y Chéjov le dan la vuelta a la etiqueta de naturalismo y nos permiten establecer un puente entre las dos posiciones extremas. Sobre todo en el caso del francés, sus cuentos esconden las costuras, y el fatalismo, la sobredeterminación, dejan su lugar al predominio de la intriga y a la vida del lector, de tal manera que bien se pueden leer esos cuentos desde el naturalismo o bien desde el decadentismo o bien desde cualesquiera de las miradas del último tercio del siglo XIX. Total, que llego a uno de los volúmenes de Chéjov, al azul, que abarca de 1880 a 1885. Abro y me topo con “La cerilla sueca”. Es un cuento dividido en dos apartados. En el primero se nos muestra el problema: los hechos ocurren en la mañana del 6 de octubre de 1885. Psekov, administrador, se presenta en la oficina del comisario de S. a denunciar la muerte de su patrón Mark Ivánovich Kliauzov. Se trasladan al lugar de los hechos y se encuentran con la habitación cerrada por dentro; sin embargo, una ventana muestra signos irregulares. Llega el juez de instrucción, Nikolái Yermoláievich Chúbikov, un personaje centrado y conocedor de su oficio, quien de inmediato encuentra parecido con un caso sucedido unos quince años antes. Fuerzan la entrada al cuarto y no encuentran el cadáver, sólo un lugar revuelto, y una cerilla sueca en el piso. La ventana se desliza con facilidad y pueden apreciar huellas de desplazamiento sobre la vegetación y una bota, la restante. La otra estaba adentro. Coinciden en el comportamiento de crápula de Kliauzov, pero a la vez se entiende su cercanía con la gente bien del pueblo. Diukovski es un auxiliar del juez. Es joven, dinámico y rápido para hacer asociaciones, suposiciones y formular hipótesis. Chúbikov lo frena, lo ubica, lo riñe y se burla de él, pero las evidencias encajan dentro del modelo que desde el principio tiende el denunciante. No hay cadáver de Kliauzov, mas no puede tener un desenlace más lógico que la muerte. Un campesino fortachón y ahogado en vino, Nikolashka, quien le servía a su vez los tragos al difunto, es el primero en testificar. No sabe de su amo, pero no recuerda mucho. Sigue Psekov, el administrador, quien también ha bebido los días en litigio. Aparece una relación de estos dos con Akulka, una mujer que puede ser comparada con la zoliana Naná y quien ha sido arrebatada de los subordinados por los brazos de Kliauzov, el poderoso. Cuando intentan visitar a la hermana de éste, Maria Ivánovna, no muestra disposición para comunicarse siquiera, ni se conmueve con lo que ha pasado. Chúbikov, con su alter ego, deduce que el crimen fue contra la moral de Kliauzov y que se coludieron los dos empleados y la hermana. Cuando un testigo asegura haber visto a dos hombres con una larga y pesada carga, cerca de un lago, el juez tiene un caso. En la segunda parte se llevan a cabo los interrogatorios y se consigue una especie de sí de Psekov, angustiado y confundido. Pero Diukovski no está conforme, sospecha que la cerilla sueca es la clave. Y encuentra que una mujer, hermosa “Sólo por rozar sus hombros, daría diez años de mi vida”, es la cuarta implicada, además de Psekov, Nikolashka, Maria Ivávnova. Para acabar de complicar el panorama, se trata de la esposa del comisario, ella compró la única caja de cerillas sueca de aquellas tierras. Al presentarse a realizar la indagatoria, la mujer los recibe, a juez y a auxliar, sin muestras de nerviosismo, los invita a comer. Cuando Chúbikov le confiesa el motivo de su visita, se sorprende de que la hayan descubierto. Kliauzov no está muerto, ella lo tiene retenido, lo atiende como a un rey, le da de beber, lo consiente. Él está a punto de saturarse e irse. No hay caso. La mente calenturienta de Diubovski se ha impuesto sobre la mente ordenada y cauta del juez. Sólo pide ella, consciente de su derecho, no decírselo al marido. En las primeras páginas de este cuento que termina con la risa, de inmediato recordé “El crimen de Bonifacio”, historia rápida y sencilla, más bastante compleja en sus implicaciones y explosiones, de Maupassant. El cartero llega a una casa que juzgaba deshabitada y escucha extrañas quejas, lamentos y ayes, que le aseguran allí se está cometiendo un asesinato. Preso, va al pueblo a hacer la respectiva denuncia. Y corren junto a él a descubrir a los maleantes. Cuando llegan al lugar de sangre, todos estallan en risas y carcajadas, la casa está habitada por unos recién casados. No hay caso. Finos los dos, Chéjov y Maupassant, con la lógica irrebatible de la realidad más cercana, construyen dos historias en las que el lector también se traga el misterio y busca al asesinado y al asesino. En el ruso, el muerto está bien vivo en su prisión femenina; en el francés, el muerto y el asesino se están matando a besos y a caricias, y a luchas sin víctimas ni victimarios o quizás sí, Madigan…

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