Alejandro García
…Cervantes, el manco que no lo era. Su figura inmóvil en una de sus puntas da de qué hablar. En 2013 apareció “El tercer personaje” de Sergio Pitol en ediciones Era. Al año siguiente se publicó en España bajo el sello de Anagrama. El título viene del primer ensayo (no sé si haya variantes entre la edición mexicana y la española), donde el autor de “La divina garza” parte de Harold Bloom y de Jean Canavaggio, el primero en su par canónico entre Shakespeare y Cervantes en alguna conferencia, el segundo en las valiosas informaciones de la biografía del español, para proponer que además de Don Quijote y Sancho, Miguel de Cervantes Saavedra se agrega como personaje a las secuelas de la lecturas y una posible reconstrucción del contexto histórico o del contexto mismo de la lectura. El ensayo había aparecido en 2011 en la Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México. Pitol dibuja los pasos de la máxima figura de la literatura en español: su iniciación literaria, su presencia en Lepanto, su prisión en Argel, el regreso a la escrituras en la cárcel de Sevilla, donde escribe o al menos esboza “El ingenioso Hidalgo”. No es un retorno glorioso, es en las tinieblas de la celda, donde el Innombrable da la facultad al genio. A días de publicado el primer tomo, hubo muerto a las puertas de la casa del escritor. El vecindario fue llamado a dar detalles. Alguna información se coló en el sentido de que la casa de Cervantes, donde vivía con familiares, era visitada día y noche por caballeros de misteriosos apetitos. Cervantes produce una obra atípica, nada cercana al establishment literario, a la manera de Lope o Quevedo, señores de horca y cuchillo a la hora de ejercer poder. De un poco antes, 2006, es “Cervantes, un hombre que escribe” de Javier Blasco, a quien tuve la fortuna de escuchar en Guanajuato, 2002, durante el Coloquio Cervantino. Lo encuentro ahora y lo leo con fruición, a falta de algunos tomos publicados en la capital de aquel Estado en que nací. Blasco coincide en la falta de información sobre la vida Cervantes. Ahonda más en su carácter marginal, en su voluntad de una vida de medio tono, de impacto medio. El gran sol de la lengua española pasa casi desapercibido para sus contemporáneos. Será hasta siglo y dos décadas después de su muerte que algún estudioso se ocupe de su vida (Gregorio Mayans y Siscar, 1737). Medio siglo después después los tempranos románticos lo reencuentran y no es inferior la participación de alemanes e ingleses, lo cual es vital, pues la literatura y la cultura hispanas se hunden en sus propias contradicciones. De modo que los Siglos de Oro son una hechura a toro pasado, como lo ha sido, por lo general, el patrimonio de las literaturas romances. Los alemanes aprovecharon su siglo venturoso para rehacer la historia y para integrar a sus orígenes una épica gloriosa y única. Los poetas españoles del veinte trajeron a su tiempo a Góngora, ya lo habían hecho otros con Cervantes. Y a partir de entonces la vida literaria del Manco de Lepanto cobró una brillantez que nunca tuvo en su momento. Blasco apunta que aún no es posible fijar el corpus de la obra cervantina y qué todavía existen diferencias con respecto a la autoría o no de escritos diversos. Contrario a lo que uno pudiera pensar, hay pensadores como Unamuno que no encuentran punto doe comparación entre la monumentalidad de la novela y la biografía del autor. Los rastreos de nuestros dos autores dicen lo contrario. Me gusta, tanto en Pitol como en Blasco, ese fijar el punto de la excepcionalidad de Cervantes y su obra. Yo admiro más la atención sobre Shakespeare en el libro Cómo Shakespeare lo cambió todo. de Stephen Marche, caudalosa muestra de influencias del dramaturgo, que en esa trasnacional de la cultura que es el Instituto Cervantes. Claro, Pitol y Blasco entienden de la renovación, a pesar de los años, en el escritor de mano inmóvil, que desde su inmovilismo aparente, supo poner en el lugar adecuado a todos esos escritores que pintaron de oro el tiempo de aquel Imperio…
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