Alejandro García
…un niño y un secreto, un niño con la atención suspendida, fuera del mundo, y en proceso de radicalizar su alejamiento. Vive en el mundo, en la escuela, camina por la calle, interactúa con sus papás, pero carga y sabe algo que lo hace diferente, extraño, que los demás no deben conocer. Durante la clase de geografía escucha la voz de la maestra, la señorita Buell, y la intervención de Deirdre, la niña más aplicada, mas él sabe algo de otra naturaleza, que lo protege y debe proteger. La maestra lo capta en su distracción, le pregunta sobre el caso Hudson, él sale de su área de retiro y contesta lo adecuado. La mamá le advierte que si siguen sus distracciones tendrá que llamar al médico y él está consciente de que el proceso se normaliza si sigue la superficial conversación y convivencia de los padres. Él la oye: “Y entonces, abruptamente, descubrió que ya no sentía interés por la charla, miró el pudín en su plato, escuchó, esperó, y de nuevo empezó: ¡ah, qué maravilloso era también al principio oírla y sentirla¡, porque… ¿de veras podía oírla? ¿Podía oír la nieve silenciosa, la nieve secreta?”. Ésta es una cita fundamental para salir bien librado de una riña con “Nieve silenciosa, nieve secreta” (1934) de Conrad Aiken (incluido en la edición de Richard Ford Antología del cuento norteamericano, Barcelona, 2001, Galaxia Gutemberg/ Círculo de Lectores). La primera vez fue una mañana de diciembre. No escuchó los pasos del cartero, seguramente amainados por la nieve que había caído toda la noche. Su gran deseo era ver la nieve. Despertó y se asomó por la ventana esperando el manto blanco sobre su campo visual. No lo encontró, en su lugar el sol brillaba con toda intensidad. Pero la nieve había llegado, estaba cerca de él, dentro de la casa, custodiando lo que hacía. Era un mundo nuevo y diferente, atractivo, ajeno al mundo de todos los días. Era el principio de algo y de una tensión con los otros que le pedían atención y sometimiento. Paul es inmensamente feliz. La cita con el médico se da en casa. No encuentra nada en el cuerpo. Tampoco en lo expresado en las respuestas. Hay recelo de la autoridad médica, hay pesadumbre y sospecha de los padres. La nieve está allí, si no en las calles que siempre están soleadas, en una especie de remolino que atestigua el coloquio con el otro. Al ser enviado a su cuarto, Oh, Madigan, la madre lo sigue, quiere mantener la cooptación con la presencia y el afecto, también con la punición implícita: “─¡Madre! ¡Madre! ¡Lárgate! ¡Te odio!”. Ha decidido, la nieve crece en su movimiento prometiendo una vida mejor. La infancia desvalida, la decisión de El Jardín de los senderos que se bifurcan, la prepotencia de la autoridad paternal y/o maternal, la cacería de la dictadura médica, muchos temas se me agolpan en la cabeza con la simpatía por el niño, por su futuro, por su sensibilidad. El gozo se va al pozo cuando consulto la versión de Leopoldo María Panero, quien de entrada altera el orden del título: “Nieve secreta, nieve silenciosa” en Visión de la literatura de terror Anglo-Americana (Madrid, Felmar, 1977), de la cual es editor, cuando señala en “Nota a la selección y traducción de textos”: “el cuento fantástico o de terror: tan pronto considerando a éste como lo que es capaz simplemente de producir, un pánico no necesariamente de origen sobrenatural, y cuya causa puede ser la amenaza a la identidad (decía Schwob que esta era la principal causa de terror: ‘el egotismo vital que experimenta temores personales: es el sentimiento que llamamos Terror’) como en el cuento “La máscara de plata”, o bien la locura desprovista de toda connotación mágica (como otras veces tiene ─así en “El empapelado amarillo” o “Nieve silenciosa, nieve secreta”─”. Panero sabía de la locura, vaya sí sabía, y acaso el tema se nos haya impuesto y prefiramos evadirlo de nuestras interpretaciones. Ahora ya no. En fin, es una puerta más en este angustiante y desigual encierro en el que es muy probable que la nieve latiguee. El reto es saber si es locura o entrada un buen nuevo mundo…
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