Alejandro García
…Yo te vi Oh, Madigan arriesgando tus ojos por encontrar erratas en un futuro libro, y vi al reverendo O’Hara al filo del sol, casi mordido en los talones por una pandilla de bandidos yoknapatawphasenses, expresar su descontento porque una línea había quedado en el renglón tres y no en el dos, y vi cómo David Ojeda se chupaba los dientillos mientras corroboraba que las ediciones de Las condiciones de la guerra no eran fieles a su intención de que las columnas representaran los laberintos del cerebro. Riesgos del oficio, pero el lector impertinente suele encontrar sólo gazapos y malasfortunas, es un cazador sanguinario. Hoy debo referirme a algunos detallitos dentro de los libros, en editoriales de fortuna. Al contario de los que agrían el gusto, me suelen divertir, pues debo agradecer a mis malos ojos que me hayan permitido leer algunas páginas. Con eso me conformo. En la contraportada del libro Poesía del exilio de Luis Cernuda, edición de Antonio Carreira, Fondo de Cultura Económica, colección Tierra firme, impreso en España en el año 2003, puede leerse en las tres últimas líneas de presentación: “…ha estudiado también a poetas como Emilio Prados, Jorge Gillén, Juan José Domenchina, Vicente Aleixandre o Federico García Lorca”. Por si las dudas subrayo el Gillén, pudiera ser que el señor Fox se documentara en algunas fuentes similares para aludir a José Luis Borgues y no a Jorge Luis Borges (la bella consorte mandó al transgénero a un gran escritor, premio Nobel, y lo llamó escritora Rabinagrand Tagora, allá ella y sus fuentes). En la edición conmemorativa del cincuentenario de La ciudad y los perros, en el artículo de Víctor García de la Concha señala en su segundo párrafo: “Pedro Páramo supuso en 1953 un giro radical”. La novela de Juan Rulfo apareció en 1955, el año aludido es el de El llano en llamas”. Es posible que sea un error del crítico, pero tratándose de una edición especializada, con el sello de la Real Academia Española y las Asociaciones de Academias de la Lenguas Española y la editorial Alfaguara, el dato confunde y entonces hay que recurrir a otras fuentes para corregir a los correctores de los asuntos del idioma. Y paf se acabó, como escribió don Julio. Volviendo al FCE, en su libro Rafael Buelna. Las caballerías de la Revolución (Colección Breviarios, México, 2019), en su página 14, párrafo quinto dice: Hacía 33 años que había nacido (el 23 de mayo de 1880), en Mocorito”. El año de nacimiento es 1890. En la primera edición de este libro en Leega-Júcar el dato es correcto. Un lector que se deja llevar por los datos y que no conecta mucho los tiempos puede pasar con esta fecha en donde Buelna tendría que haberse muerto diez años antes para ser fiel a salir de este mundo a la edad de Cristo. En días pasados, y ni modo hoy le tocó al Fondo de Cultura Económica, redactaba unos párrafos sobre los años de publicación de los libros de Amparo Dávila. Tengo claro que su opera prima es de 1959, año de mi nacimiento y que en 1977 ganó el Xavier Villaurrutia por Árboles petrificados, pero siempre se me escapa la fecha Música concreta. A esas alturas mi escritorio era un caos más inestable e intrincado que en días ordinarios. Por fortuna estaba al alcance de mi mano Cuentos reunidos (México, 2009) de la escritora pinense. Tanto en el índice como en la hoja que anuncia el libro mencionado da como fecha 1961. Así lo indiqué aunque mi memoria me decía que ese no era el año. Por fortuna no tuve que leer ese apartado, aunque sí obsequié una copia a alguien que me la solicitó. Le señalé que era apenas un borrador. Horas después, platicando con Javier Báez Zacarías, a propósito del evento dedicado a la escritora Dávila, él me hizo regresar al dato, al corregirme y señalarme que era de 1964. Después de eso fui a los Apuntes para un Ensayo autobiográfico y corroborar la fecha. Esa era la consulta que debí hacer en su momento. El error queda en la summa de las narraciones de Amparo Dávila. Si esto sucede en las mejores familias, en las mejores editoriales, qué sucederá en medios de impresión de menos profesionalismo o recursos, con personas que suelen aprender echando a perder. A veces uno se encuentra con el dueño del látigo que embiste contra las erratas, sin dejar lugar a que uno vea que ha dejado el campo sembrado de numerosos muertos. Gazapos malheridos o triunfantes, van y vienen…
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