Alejandro García
…me encontré un lote de libros de Cal y Arena. Están con el 50 por ciento de descuento. Me han dicho que en Educal también están en promoción. Yo lo encontré en una librería enfrente de las nieves Don Mónico, a unos pasos de la pollería El Pastor (para los carnívoros) y del Jardín Independencia de la capital zacatecana. Se trata de un establecimiento que ofrece libros usados y un buen filón de volúmenes editados en Argentina, Colombia, España, Madrid, de editoriales como Penguin Random House, Planeta y Fondo de Cultura Económica. También pone a la venta saldos de libros editados en México. Es una buena aventura meterse a ese espacio. Ya había hecho mi selección cuando descubrí los libros de Fonseca, abajo a la izquierda, como dijera el Dr. IQ. Encuentro lo que considero verdaderas maravillas y dudo en algunos títulos, tendré que ir a casa a cotejar los libros de este autor brasileño que me ha venido a acompañar en estos tiempos de pandemia. Habrá que marcar en estos tiempos aciagos una jornada decameroniana bajo la presidencia del escritor calvo, de profunda mirada que me contempla desde la solapa de una de sus novelas. Veo mi ejemplar de Pasado negro en la edición mexicana de Seix Barral. Lo comparo con Bufo & Spallanzani. Esta versión es en Cal y Arena, de 2009. En la página legal se dice que el autor revisó el texto en 1991. El traductor es Silvio Rascón. El de Barral es Basilio Losada. Veo que mi lectura es de febrero de 1990. Me deslizo sin mucho compromiso por la publicación reciente. Al finalizar el primer capítulo hay una aportación que me detiene. La claridad de Fonseca permite que te distraigas y te enroles sin problema cuando regreses del periplo al que te manda la lectura: “En las pausas le leía versos, le gustaba en especial un poema de Baudelaire que habla de una mamada: “La très-chère était nue, et, connaissant coeur”, etcétera. De inmediato busco el poema de Baudelaire, mi versión Las flores del mal es de EDAF. Confieso mi incompetencia para encontrar la mamada. El ambiente erótico es evidente, pero las acciones se sugieren. ¿Habrá alguna clave propia del francés que no pasa al español? Ya con el norte que ha dado Fonseca trato de reconocerla. Se me ocurre ir a la traducción de Losada: “En las pausas le leía poemas. Le gustaba particularmente uno de Baudelaire que habla de un cunninlingus. “la très-chère était nue, et, connaissant coeur”, etc. Desde luego, aquí también opera un principio que se ampara en el prejuicio machista de que la mamada es al hombre. Ni modo, oh, Madigan, las secuelas de nuestra formación de un solo lado, surgen apenas aprietas la superficie. De cualquier manera el efecto eléctrico de la palabra, de la situación, convierte a Fonseca en un provocador, lleva al lector a reacciones que lo confrontan y proporciona un placer de esas experiencias de habitación adentro, donde mujer y hombre degustan de esa unidad que conforman por momentos. Yo no resisto la tentación de dejar aquí el poema que he leído en español tratando de hacer vibrar de varias maneras la cuerda del eros…
VI
LAS ALHAJAS
La muy amada estaba desnuda. Ella conoce
mi corazón: hacia sus alhajas sonoras,
semejantes a aquellas que brindan raro goce
en los cuerpos sumisos de las esclavas moras.
Cuando al danzar suscitan un extraño rumor
las alhajas ─metal y piedra─, estremecido
me siento por el éxtasis, y adora mi furor
las cosas en que se une la luz con el sonido.
Estaba recostada, y se dejaba amar
en lo alto del diván, sonriendo indolente
a mi amor, que es profundo y lento como el mar,
y que hasta ella subía como hasta la rompiente.
En mí fijos los ojos como un tigre amansado,
ensayaba posturas con aire soñador,
y en sus metamorfosis era lo inesperado
como una mezcla lúbrica de placer y candor.
Y su brazo, su pierna, sus muslos, su cintura,
como de aceite untados, cual un cisne ondulantes,
deslumbraban mis ojos absortos de hermosura…
Su vientre y sus racimos avanzaban triunfantes.
─¡oh, sus senos ─tan cálidos como ángeles del mal,
por turbar el reposo a mi alma concedido,
para arrancarla de la roca de cristal
donde, tranquila y sola, hace tiempo se ha asido.
Se diría, con mezcla de diabólico cebo
─tan escueto su talle y hermosa la cadera─,
que era el anca de Antíope y el busto de un efebo.
Soberbio aparecía su cuerpo de pantera!
Y habiéndose la lámpara resignado a morir,
Como sólo un rescoldo la alcoba iluminaba,
Su piel de ámbar y sangre se veía lucir
Cada vez que, gozosa, un suspiro exhalaba.
Como dijo aquél, si quieren y si no también. Pues ya si no…
Sé TESTIGO
