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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(96)

Alejandro García

…El azar me ha traído una estampa navideña que no esperaba. La buscaba en la literatura. La encontré en el cine. Es el pórtico de Fanny y Alexander de Ingmar Bergman. El film se estrenó en 1982 en Suecia, al año siguiente en los Estados Unidos y en 1984 fue ganador de cuatro premios Oscar. Refiere la celebración de la navidad de la familia Ekdahl. Fanny y Alexander son hijos de Oscar y Emelle, actores de teatro, éste administra el edificio y la compañía. La cabeza de familia es Helena, viuda, actriz en retiro, madre de otros dos varones: Gustav Adolf, dueño de un restaurante (que ofrece anualmente un banquete navideño a los actores) y Carl, un docente siempre saturado de deudas. La escena de la navidad de 1907 es fabuloso, barroca, recargada de objetos inertes y de manjares listos para el paladar. Alexander deambula entre personas y escenario sin ser notado. Enuncia nombre y no obtiene respuesta. Es un vagabundaje a medio distancia, casi como si se arrastrara, pero no tanto. Ante la nula respuesta, dormita entre muebles hasta que alguien, por fin lo llama. La cena familiar es el evento principal, mas va antecedida por el desfile con las viandas y los que la han elaborado. Es una actuación para los actores. Contrasta el tono festivo y carnavalesco de Gustav Adolf con la palabra entrecortada y melancólica de Oscar. No preludia a nada bueno. Hay también la escenificación, previa a la visita y al festejo, de una pequeña obra con el tema del nacimiento de Cristo y la paternidad bondadosa y protectora de Joseph y sus padecimientos en aquellos parajes legendarios. Ya en casa, tras un regreso con batallas campales con proyectiles de nieve, se da la diversión plena y se ventilan discretamente los problemas de los hijos: la cara preocupada de Oscar, la persecución por parte de Gustav Adolf a una de las chicas de servicio, las quejas monetarias de Carl. Y hay también los extras que le dan al evento la magia y la profundidad que neutraliza lo solemne, como la anuencia con risas de Alma a los enamoramientos de su marido, como el diálogo de Helena con su viejo confidente y amante, el judío Isaak, como la exhibición de fuegos artificiales de uno de los contertulios, a los niños de la casa, y que no es otra cosa que una exhibición de ventosidades. Alexander y su hermana Fanny estarán iniciando un periplo de algunos años en que perderán a su padre, asistirán a la boda de su madre con el obispo, y experimentarán el cambio de escenarios y actitudes: del barroco en que se pierde el individuo y da trámite a múltiples aventuras, al gris sobrio, moralino y punitivo de la casa y familia del clérigo. Allí Alexander conocerá de la verdad y de la sangre, del sadismo de la autoridad y de las mujeres que lo azuzan, lo apoyan e incluso lo rebasan. Será el judío Isaak el que combine magia y habilidad para sustraer a los niños, primero, y animar a la mujer a que escape. La actuación, la magia, las múltiples realidades aparecen en la película de Bergman de manera natural, sin que uno como espectador se atreva a cuestionar lo que allí sucede. El primer elemento es la aparición del padre muerto a Alexander. Uno piensa, es que en el momento de sufrir el primer colapso Oscar representaba a Hamlet en diálogo con el padre muerto. Después vienen más cosas: la sustracción de los hijos en un baúl en el que el obispo no ha podido detectarlos, gracias a que Isaak los ha cubierto con un pañuelo negro mágico. Y el momento más arriesgado para la película es cuando Alexander se deja poseer por Ismael, el sobrino en cautiverio del judío Isaak, quien no sólo lo conduce a la casa del tenebroso obispo, sino que propicia o al menos observa su destrucción a manos de la hermana tullida. La película agrega otro misterio: lo que se dice a escondidas: que el obispo encerró a sus dos hijas y que ellas intentaron escapar, pero cayeron de mala manera al río y su madre intentó salvarlas, ahogándose las tres. Fanny y Alexander se encuentran en una habitación de un segundo piso cuyas ventanas están selladas. El niño sufrirá el castigo de 10 azotes por propalar la versión, para esto cuenta con la labor chismosa de una criada. Todo eso desemboca en que el obispo pueda sacarse alguna parte de la animadversión que siente por el niño. En la versión que he visto esta madrugada, la policía le dice a la mujer, Emelle, que el obispo murió abrasado y abrazado por su mujer, lo que nos lleva suponer que la tullida no era la hermana, ni la mujer primera había muerto. No sé si sea un problema de traducción, porque los reportes que he leído se quedan en la identidad de la hermana. Ninguna de las versiones arruina la película. En todo caso, esa navidad fastuosa de 1907 de Alexander y su hermana Fanny son apenas la entrada a un pequeño infierno en el mundo loco en que vivía cierto ensueño, deviene en pesadilla del infierno, a causa de personajes santificados o al menos bañados en virtud que llenan de lodo y mierda el corazón humano. La película fue antes breve serie de televisión. No caeré en la trampa como cuando Lynch me mandó a conseguir los diversos cd sobre El enigma de Twin Peaks después de conocer la versión cinematográfica. Emelle convence al final de la película de que vuelva a la actuación en una obra de August Strindberg. La abuela se queda a leerla mientras Alexander llega a reposar sobre su regazo, una vez que no se ha encontrado con su padre, sino con el obispo, quien le ha advertido que las cosas no han terminado. Los Ekdahl festejan el nacimiento de uno de los hijos de Gustav Adolf con la chica del servicio y el del bebé que ha nacido de la unión entre el obispo y Emell… Oh, Madigan, Feliz Navidad…   

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