Por CITLALLI MENDOZA
Se agacha con lentitud y toma una hoja que se ha caído del naranjo más grande del jardín, la sujeta por el tallo cuidadosamente con la pun ta de sus dedos pulgar e índice, luego con la otra mano señala y dice:
–Este lado de la hoja se llama haz, y este otro envés. La línea que va aquí en medio es la nervadura central, y estos hilitos son las nerva duras secundarias. La parte más ancha es el limbo.
Deja la hoja en el suelo y recoge el resto de otra que también se encuentra al pie del árbol.
–Este es el esqueleto de una hoja, solo se ven las nervaduras. Le da la hoja cuidando de no romperla.
La Canela, echada, los observa desde la sombra del patio.
Él se levanta y va a abrir la llave del agua. Comienza a regar las plantas mientras ella entra a la casa, va a guardar la hoja en una caja de madera donde conserva toda clase de objetos pequeños, desde canicas transparentes, hasta piedras muy lisas y redondas de los ríos que han visitado.
Cuando su hija vuelve, él está tirado sobre el pasto húmedo; la Canela lame la cara de su amo mientras el agua corre. Hay un aroma dulce que se mezcla con el olor a hierba mojada. El polvo que se desprendió de las plantas flota brillando en el aire.
–Desearía que mi padre, después de estar un tiempo en la tierra, fuera como el esqueleto de una hoja: limpio y liviano.
