Violeta García
Aunque
la discusión sobre la validez del arte contemporáneo se inició en los años
sesentas, sumando numerosos y acérrimos partidarios y detractores, la reciente
apretura (hace tres años) de la Licenciatura en Arte Contemporáneo de la
Universidad Autónoma de San Luis Potosí, así como el interés de autores
independientes y de otras instituciones formadoras, está provocando un cambio
en la escena cultural potosina, lo cual la vuelve a poner sobre la mesa.
El arte contemporáneo es un cambio de paradigma que
supone un reto para público, creadores e instituciones, y se hace necesario
establecer diálogo entre todas las partes, de manera que se propicie el acercamiento
a una definición y entendimiento de lo contemporáneo con visas a conformar una
comunidad sensibilizada, con acceso a información que le permita disfrutar y
criticar la obra local y ubicarla en el contexto histórico actual.
Si bien tiene antecedentes como la obra “La Fuente” de
Marcel Duchamp (1917) y raíces en las vanguardias, el surgimiento del Arte
Contemporáneo se ubica a partir de la Segunda Guerra Mundial, aunque se
conforma de manera más clara con los movimientos sociales ocurridos en diversas
partes del mundo en 1968.
El desafío para definirlo y comprenderlo consiste en que
se trata de un cambio de modelos inédito en la historia, en que el foco
principal se desplaza de la mímesis y la belleza (conceptos ligados al arte
desde los griegos) hacia los procesos, discurso y conceptos.
La iconografía, los cánones, el adoctrinamiento, el mero
testimonio histórico y el uso ornamental de la obra dejan lugar a la reflexión,
la crítica, la provocación y la duda. Ya no existe la narrativa convencional,
sino que se deconstruye para crear algo inédito.
Además, se rompe con la convención de que el arte
pertenece a galerías y museos y se integra a la vida cotidiana, desafiando a
las instituciones. Transgrede las barreras de la autoría, reinterpreta, se
apropia e interviene lo ya establecido. Es lúdico. Apuesta por la provocación.
Olvida los estándares de belleza, pero no por ello carece de estética, sino que
propone una más compleja. Involucra nuevos elementos semióticos, materiales,
soportes, espacios de exposición y propicia la desaparición de fronteras entre
las disciplinas.
La figura idealizada del autor se desdibuja y da lugar a
un administrador del arte. Se hace partícipe al espectador y se omiten
intermediarios. Se le reta, se confronta con una realidad irreverente, plagada
de elementos cotidianos o de la cultura pop que se vuelven propios y se
resignifican.
Apreciar y criticar el arte contemporáneo exige olvidar
las reglas anteriores del juego y comprender que estamos ante uno nuevo que no
busca decir al público qué pensar, sino invitarle a formar su propio juicio: no
quiere ser una respuesta, sino una interrogante.