Elena Bernal Medina
Beber el pasado permite al grupo humano encontrar la energía para afrontar el presente y preparar su futuro.
Edgar Morín.
Nuestra tarea debe ser liberarnos a nosotros mismos, ampliando nuestro círculo de compasión abrazando a todas las criaturas y al total de la naturaleza y su belleza.
Albert Einstein
Alguna vez me he preguntado qué haríamos sin las personas que ejercen un oficio significativo, como el panadero, el carpintero, el protesista… creo que su labor es imprescindible, y cuando se sustituye su presencia, nos cambia mucho la percepción del objeto que fabrican o de la acción que ejercen. No es lo mismo comerse un dulce artesanal, que un dulce fabricado industrialmente; o escuchar a un músico callejero, que escuchar en la radio una canción.
El escritor Alejandro García nos pone el pie para que detengamos nuestro andar y formemos parte de su narrativa al compartirnos historias de Animales y oficios en peligro de extinción1; combinación de seres vivientes que se modifican o tienden a desaparecer a través del tiempo por diversos motivos como la industrialización, la globalización y la forma de vida de un país.
Quien ha ejercido un oficio, lo hace con dignidad y no solo se representa a sí mismo, sino que también en su actuar representa a su linaje y a todos los de su gremio. Día a día, va creando su personaje con un vestuario característico para la acción que ejerce, lenguaje típico del momento, entonación, incluso, ademanes. Todo eso le va dando porte al oficiante en turno. Por ello, es fácil recordar a un “elevadorista” con su uniforme de casimir que alguna vez nos llevó al piso deseado con tan sólo oprimir un botón y hacer un ademán de bienvenida; y si no lo vivimos, lo conocimos en una película. El que aquí se presenta, nos dice:
[…] Yo fui de los más famosos. Tenía fama de manejar con elegancia y sin aspavientos la palanca que abría y cerraba las puertas y preguntaba al subir a qué piso iban y me dirigía a ellos de manera personalizada, porque lo aprendí como una deferencia, de modo que también la gente agradece la distinción en el trato y comenzaron a darme la propina2.
Ir por la calle y sin más ni más, y detenernos en una esquina donde solía tocar un organillero que transformaba el espacio con su melodía y ahora nos hace recordar otro tiempo, como nos cuenta el autor:
[…] me llegaban escenas de esas películas con actrices de los 40 y los 50, bien en su casa, bien en un puesto de canela o café con piquete, bien en un cabaretito donde peleaban por escapar al predeterminismo naturalista estilo Zola. “Quiero morir/ no tengo ya aquel amor tan puro y santo/ quiero seguir al más allá a la que quiero tanto”3.
A mí, pensar en un organillero, me lleva a la Ciudad de México, al mero centro, donde está rodeado de cafés, de bares y mucha algarabía. Pero también existían los oficios que aparecían en una época determinada o en un acto específico, como los “alfeñiqueros”, quienes hacían figuritas para celebrar el Día de Muertos. A mí me encantaba ir al mercadito que se montaba en esas épocas y comprar frutitas de azúcar, y de paso cañas, cacahuates y dulces cristalizados. Hace mucho que no lo hago, porque en lugar de ese colorido artesanal, adornado con papel picado y flores de cempasúchil, con calaveras y cajas simulando ataúdes, me encuentro con un mercado ambulante de ropa, juguetes de plástico y con puestos de máscaras grotescas para celebrar el Hallowen, que en nada se asemeja a nuestras tradiciones.
Alejandro, el autor de La Noche del Coecillo4, tiene razón: hay oficios en peligro de extinción, unos por la evolución de la tecnología, como es la “operadora de larga distancia”. Aún recuerdo cómo costaba hacer una llamada a un ser querido que vivía en otro estado del país para decirle unas cuantas cosas, pues el tiempo corría rápido en cuanto tomábamos el teléfono y los pesos eran pocos; entonces reconocemos la siguiente evolución: telefonista-teléfono público-teléfono celular; con este último podemos hacer videollamadas, tomar fotos y subirlas a la red en cosa de segundos, usar el WhatsApp, chatear, mandar memes,… ¿pero dónde quedó la doñita que nos comunicaba después de hacer una larga fila de espera?… ¿se habrá jubilado?… ¿ya no vivirá para contarlo?… ¿será parte del paisaje urbano de otro tiempo que se refresca de vez en cuando para rememorar lo que ahora ya no es?…
Si hablamos de actos específicos, me pregunto ¿dónde quedó la “abuelita de la lucha libre”, que conocimos en la tele, cuando trasmitían por el canal 2 las luchas de la Arena México? ¿Sería una palera o una auténtica abuela que descargaba todo su coraje contra los rudos o los técnicos de ese tiempo y nos permitía creer que sí se podía salirse de los estereotipos establecidos de la edad? Estos dos personajes son rememorados en este libro.
Todos los que ejercían un oficio que está en peligro de extinción formaban el folclor de nuestro pueblo, tenían presencia y eran visibles como parte importante dentro de la sociedad; incluso a algunos los conocíamos por su nombre o por su sobrenombre que ellos portaban con orgullo.
En Animales y oficios en peligro de extinción5, Alejandro García nos hace un buen recordatorio de otra época y, a través de sus relatos, nos da un empujoncito, un puchón, y nos mete, casi sin darnos cuenta, en nuestros propios recuerdos: era una época en la que cada persona tenía un valor importante en el barrio, en la ciudad, simplemente por lo que hacían, ya fuera una buena malteada (de esas que te quedan grabadas por el sabor a fruta más el ingrediente secreto que daba como resultado una bebida espumosa), o el reconocer en tu entorno a un señor o una señora que siempre le tendió la mano al que más lo necesitaba, desde cruzar la calle a un anciano, hasta levantar a alguien por una caída; sí, esas personas que sin ninguna ventaja de por medio son más nobles que cualquier ONG; dispuestas a ayudar por encima de su propia vida.
Aquí quiero confesar algo: este libro lo he disfrutado tanto, que si yo fuera la Secretaria de Educación del país, lo establecería como un libro de texto, para que los niños y adolescentes pudieran ver cómo se vivía antes con todos esos personajes urbanos que eran esenciales.
Y vaya que todavía no hablo de los animales, quienes se presentan casi siempre en voz propia. Con ellos, me vino a la mente un juego de adivinanzas, para descubrir de qué animal nos estaba hablando. He aquí un ejemplo:
[…] soy cuando la piel se resiente después de un día ajetreado, de mucho sudor. (…) A diferencia de los tragapelusas, burdos carniceros, nosotros damos placer y confort. (…) somos cuadrúpedos, tenemos un hocico parecido a pico, nuestras patas poseen pequeñas zarpas que lo mismo zarpan que enmiendan y emitimos una saliva pulcra y tonificante que restaura de los estropicios del sudor.6
¿Quién es?…
El garrapato
En algunas ocasiones, con los textos de animales, me dio hasta salpullido, ganas de sacudir mi almohada, como en este relato:
[…] Fuimos centenas de miles de variedades. Hubo un sinnúmero de estas que ni siquiera fueron vistas por el ojo humano. Muy poco de eso queda. Sin ir tan lejos, las almohadas de cualquier cama rebosaban de ácaros dispuestos a chupar la sangre de la nuca o de la papada de nuestros hospedadores. Digamos que era un empleo fijo, para que nos entendamos7.
Con algunos animales sí me dio horror o me sentí impotente ante sus actos; aunque también reconocí que su presencia ha sido necesaria al formar parte de la cadena alimenticia y ser parte del universo. Un universo donde nos reflejamos, y reconocemos nuestro instinto animal que nos hace buscar nuestra supervivencia siendo territoriales, además de percibirnos con astucia o ferocidad, en muchos casos disfrazada de dulzura ante la sociedad.
Con los relatos de animales, Alejandro nos habla de un microuniverso que nos toca, aunque sea imperceptible; nos afecta y nos modifica. Somos seres vivientes racionales ante seres vivientes instintivos e irracionales, pero finalmente complementarios al compartir el mismo espacio físico. Aquí prefiero que cada quien deduzca a qué tipo de seres pertenecemos los humanos de este siglo XX.
Ahora prefiero dejarlos con su propia lectura, donde se reencuentren con su infancia, adolescencia, a través de los oficiantes que les tocaron, también con su propio bestiario, que será único e irrepetible. Sin duda, al leer este libro, habrá nostalgia de lo que se ha ido y también una sensación de alivio al darnos cuenta de que nada ni nadie se va del todo, que permanecen vivos en nuestra memoria y en las ingeniosas palabras del escritor.
Antes de que se extinga, yo me voy a través del sonido del silbato agudo y prolongado de un lunes por la noche, que me anuncia al señor que vende camote horneado con miel de piloncillo y un poco de lechera. ¡Provechito!
26 de agosto del 2021.
1 Alejandro García, Animales y oficios en peligro de extinción, Taberna Librería Editores, México, 2021, pp. 78.
2 Ibid., pp. 20-21.
3 Ibid., p. 25.
4 Alejandro García, La noche del Coecillo, Tlacuilo Ediciones, México, 2008, pp. 108.
5 Alejandro García, Animales y oficios en peligro de extinción, pp. 78.
6 IbId., p. 11.
7 Ibid., p. 36.
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