Por JUAN ANTONIO ALFARO
“El mundo es una mancha en el espejo”, escribió David Huerta al inicio de su extenso poema Incurable. En ese endecasílabo heroico, Huerta propone una aparente contradicción, un simulacro: si la mancha es aquello que no puede definirse, el espejo es el artefacto que permite acceder a aquello que en el fondo se refleja. Por tanto, o es una mancha que impide ver el fondo o es esa misma mancha solo un pedazo de nuestra propia percepción (algo parecido a lo que decía Adorno acerca del ensayo). De ser así, se trata entonces de un intento fallido de autoconocimiento y autoalumbramiento. El mundo sería, entonces, un reflejo de nosotros mismos. De ahí que la contradicción inicial se resuelva con la posibilidad de abarcarlo todo. El mundo, y luego su reducción al día, no puede ser contenido por nada, contiene todo; sin embargo, el espejo también parece contener al mundo, o no pertenecerle, ser exterior, ajeno a él. Así, la claridad ante la mancha es el día: “Todo cabe en la bolsa del día (…)”, escribe Huerta. Y al abarcar todo, al asumirnos como parte de ese todo y de nuestro entorno, instauramos una frontera para no diluirnos en él, ya que, para conocer el mundo, para sentir que podemos aprehenderlo, necesitamos separarnos, serle ajenos. Es “el discurso entrecortado de la introspección” lo que nos permite entrar y salir, tal y como afirma el mismo David Huerta sobre Jueves, libro de Julio Trujillo del que intentaré algunos comentarios a partir de su lectura.
Este Jueves abreva de la tradición de poemas largos que van del Primero sueño de Sor Juana, pasando por Muerte sin fin de Gorostiza, hasta llegar al ya citado Incurable de David Huerta, y nos plantea un “horizonte circular”: “Querías un horizonte circular / para el mareo de los sentidos”. De entrada, propone ya un ritmo, así como la concatenación de un tiempo y un espacio que se irá desenvolviendo a través de la reflexión y la confrontación violenta con uno mismo: “Terrorista de ti”, dice la voz del poema a quien piensa. A quien piensa que piensa. Le habla a quien habla. A quien le habla.
Julián Herbert señala lo que Harold Bloom considera la mayor relevancia psíquica y estética de los personajes de las tragedias de Shakespeare. Dice Bloom: “el personaje se escucha a sí mismo por accidente”. Y, para mí, ese es el lugar en el que se tensan el sonido y el sentido. Es el desdoblamiento y alejamiento del mundo, pero de vuelta siempre a él y al propio cuerpo.
En el libro de Trujillo, la confrontación parece buscada, parece consciente, por eso el alejamiento de la ciudad a una playa, a Nayarit en este caso. Y la figura del mar como un tópico que va y viene, y así la presencia de Valéry y el verso emblemático del célebre Cementerio marino que no deja de asecharnos, de venir a la memoria:
“¡El mar, el mar siempre recomendado!”. Porque en Jueves todo recomienza: el mar, el horizonte, la playa, la lengua, la danza, el trompo, el giro, el hombre que nace y muere y vuelve a nacer para confrontarse de nuevo, para desdoblarse de nuevo.
Viene también John Ashbery y el Autorretrato en espejo convexo, a quien en unos pocos versos Julio nos acerca: “y en esta red que tejes / como una alfombra inmensa / como un feroz autorretrato / no cabe la mentira”. Esto es la percepción y la deformación de uno mismo. “Esta catedral de resonancias / y ecos”, nos muestran una escritura rizomática (“un rizo pleno de curiosidad”, en palabras de Julio Trujillo), una red que se va tejiendo a lo largo del poema y que va incluyendo y tocando todo aquello que forma y conforma a la voz del mismo poema. El poema, por tanto, funciona como una construcción, como un edificio que se va levantando con palabras que es necesario destruir para comenzar de nuevo.
La vuelta, la insistencia del giro, nos hacen pensar que todo siempre es una aproximación, un ensayo, ese género proteico donde la reflexión convive al lado de la anécdota, la digresión, la autorreferencialidad, el lirismo: 1 “eres tu lengua y su locuacidad / sus extravíos”, escribe Julio. Y sigue: “así que entona tu dudosa letanía / a ver si alguien te escucha si no / mira tu teatro personal / vacío / lleno de ti”.
El poema se vuelve un objeto contingente: es como es ahora, pero también pudo haber sido de otra forma, aunque no necesariamente de esa forma. Como afirma Montalbetti, no hay nada que tenga que ser de una manera y no de otra: “has ido confundiendo un día con otro / como querías / como si el jueves / digamos que hoy es jueves / recomenzara al punto de la media noche”. Todo pasa a ser parte del texto. Una cosa y la otra: “todo es un texto y tú también eres su lector / y también eres una cita / alguien te escribe”, como si fuera el grafógrafo de Elizondo quien ahora nos hablara. Sin embargo, es la misma voz del poema la que se va diluyendo en el mar; en el poema, en el texto mismo: “nadar es escandirte / como si elaboraras una lírica / reconcentrada y recortándose en la página / del agua / licor de ir avanzando y embriaguez / gratis locura del que nada / y nada”. La repetición es insistencia. La repetición es el nuevo principio creativo, como lo anunciaba Gonzalo Millán. Aquí, en este Jueves, la repetición es también la tensión entre sentido y sonido, como ya lo había dicho antes. Esa misma repetición, esa insistencia, esa “locura del que nada / y nada”, influyen también en la disposición de los versos en el poema que recuerda el nado, la respiración, el ir y venir entre el crawl y El nadador de Héctor Viel Temperley, el verso proyectivo de Charles Olson y el canto fragmentado de Ezra Pound.
A partir del agua, el poema nos muestra la similitud del embrión con el pez. Así como la posibilidad de que el hombre también provenga del mar y tenga, como dice el biólogo Neil Shubin “un pez interior” tanto como “un Dios inasible que lo ahoga”. Luego, se muestra la progresión, la evolución a un animal tirado sobre la piedra, desprendiéndose de sus escamas hasta ser un bípedo, o más bien, una pluma sin bipedo, el ser intermedio entre un mono y el hombre: un pitecántropo, lo que nos trae a la memoria otro libro de Julio Trujillo. Es el renacer, una tabula rasa. Volver desnudo y renombrar las cosas. Adán en el paraíso. El recomienzo. El mono gramático. El haz y el envés de lo mismo. Caminar siempre al encuentro de, aunque no sepamos nada ni nadie nos aguarde. Andar con un fin, aun sin conocer el fin y para llegar al fin y disipar el fin y avanzar de nuevo. Porque ya lo decía John Donne: “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo”.
Pero… “siempre hay un pero”, un pero que logra interrumpir el tiempo en su linealidad y lo vuelve un giro, un elemento circular, “un largo soliloquio desdoblándose”, un regreso al cuerpo, al agua, “a este sudor de la escritura que produces / como segunda piel”. Pero, “siempre hay un pero”, “un pero / como una ola insistente”, ahora el hombre es “hombre y bebé en su propia cuna / cantándose a sí mismo”. Es evidente la referencia a Whitman, pero, siempre hay un pero, también es evidente el autoescarnio. Cuando el poema va soltando referencias y ganando en lirismo y plasticidad, se derrumba, la sátira a la referencia culta advierte otro poema, otro comienzo. La construcción del poema no solo se erige como profunda reflexión e introspección, sino también como autocrítica y crítica a la exaltación del yo, de la entelequia, del mirarse el ombligo todo el tiempo.
El poema va derivando en un autoescarnio cada vez más sangriento: “tu aullido es un residuo / un eco de qué voz / de qué sonido original dicho por quién / un tras de sí / eso es tu texto / unas palabras que persiguen un sentido / y son apenas lascas”. Las referencias van saltando cada vez más visibles como el eco de una kilométrica derrota, pero también como el renacimiento engendrado en palabras. Y la pregunta obligada y a la que se obliga el poema es: “¿qué hacer con tantos nombres?”, y ahí mismo se contesta: “responder / ir al llamado”. Porque después de todo, este Jueves es una anagnórisis. Es el personaje que se escucha a sí mismo por accidente u obligado y que continua el giro, el viaje, su horizonte circular para descubrir que Taylor Durden es Tyler Durden y siempre lo ha sido y lo será cuando termine el Jueves. Por que Julio lo sabe y lo dice casi al final del poema: “a donde vayas vas contigo / si no te mueves vas contigo / puedes bogar en las inmensidades del océano / o estar parado en un ladrillo / vas contigo (…) no hay un mapa / apenas un puñado de palabras / no hay brújula / apenas olfato / hay un camino que se fragua bajo el pie”.
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