Josué Sánchez[1]
Reducir la literatura mexicana a los límites de la tradición es una forma escolar de autocensura. Hace casi un siglo Brandys lo dijo en Cartas a la señora Z: “La tradición es la suma de valores anticuados. La nación los respeta de la misma manera que se respetan los recuerdos (…) No existen riesgos hechos de recuerdos”. Por esto, prefiero la lectura vital de lo que llamamos “canon” al verlo como una ciudad de edificios habitables y no un cúmulo de monumentos: los primeros, en su fachada, escaleras, barandas y habitaciones, exhiben un estilo cuya moral y estética son susceptibles de ser confrontados con mi deseo de vivir ahí; los segundos fueron erigidos para satisfacer la melancolía oficialista que inventa himnos y menosprecia muchas de las cualidades de Pedro Páramo al encasillarla como la última novela de la Revolución.
Leí Restauración (Paraíso Perdido, 2019; Premio Lipp La Brasserie 7ª ed.), de Ave Barrera (Guadalajara, 1980), confrontando la densidad de sus muros. En la novela, una impronta arquitectónica dicta la trama: Min, la restauradora, comienza a salir con Zuri, un fotógrafo cuya familia posee una deteriorada casona en la Ciudad de México. A las pocas páginas, el fotógrafo le encomienda a Min la restauración del edificio familiar y en este punto el drama se instala en los episodios que la casa evoca a medida que es remozada. Barrera construye, entonces, un vaivén de líneas temporales: asistimos al desarrollo múltiple entre la relación de los personajes, las labores de restauración y el matrimonio de Eligio y Gertrudis. Esta pareja habitaba la misma casona en el pasado: él es el tío-abuelo de Zuri y amigo de un afamado escritor mexicano llamado Chava; Gertrudis es el receptáculo de un odio viejo y patriarcal manifestado en las relaciones con su familia y esposo. Ambas parejas convergen en la aparente atemporalidad de las sesiones de fotografía y tortura donde cada pose y castigo está en deuda con el Farabeuf de Elizondo (y quizá éste, a su vez, con El jardín de los suplicios, de Mirbeau).
Lo anterior corresponde al nivel superficial de la obra. Muchos lectores han insistido en ver Restauración como variaciones o un intento de reescritura de Farabeuf. Esto es cierto en una lectura que pondera las obras por su referencialidad. Barrera rebasa la noción anterior cuando dialoga con nuestra tradición y le niega pleitesía: la autora apela al esteticismo elizondiano lleno de tortura china y su exotismo para usarlo como recurso que da cuenta del diseño afectivo de los personajes. Esto significa que, mientras Elizondo encontraba en la obsesión del instante la disciplina secular del éxtasis, Barrera la interpreta como una fragua donde se forja la complicidad entre memoria y olvido que define el dolor de Min. Lo anterior se desarrolla en la novela como un leitmotiv que caracteriza la contemplación del instante: “Soy ese tajo de luz, sinécdoque innegable de una realidad que no reconoce mi memoria”. Esta premisa se resuelve con un abierto homenaje a Rulfo, pero ahondar en esto me llevaría a revelar un hito narrativo de la obra.
Ahora bien, el diseño de relaciones afectivas que rige Restauración expone las condiciones que propician el abuso. Ahí está uno de los mayores logros de la novela, donde la violencia extrema, cuya forma aquí es la violación y la tortura, no son sucesos aislados, sino la suma progresiva de la manipulación desde una jerarquía que se arroga el derecho a lastimar. En este sentido, Barrera toma las dinámicas de pareja y nos deja ver el bombardeo de actitudes pasivo-agresivas y abiertamente violentas que merecen más reflexiones lúcidas como ésta en la literatura mexicana contemporánea. Aquí, violación y tortura no son usados en términos efectistas ni sancionados desde la trinchera acrítica del bienpensantismo; tampoco aparecen como recursos limitados al balbuceo de los malos thrillers y el exploitation. Aquí, violación y tortura son el resultado de la misoginia y el odio entendidos como palabras nuevas que implican un desarrollo lejos del lugar común y más cercano a la sensibilidad de un lector descolocado de las convenciones morales de las narrativas de la violencia. La autora, en suma, detalla los alcances del daño que Zuri, Eligio y Chava infringen a los personajes femeninos y logra un vínculo de empatía que cimbra las expectativas del lector.
Mucho se ha hablado sobre “La mariposa (composición escolar)”, de Elizondo, donde un narrador apunta al inicio: “Miro la agonía de una vieja falena destruida por el mediodía clarísimo”. El logro estético de la oración anterior es innegable e intuyo que le permitió a Barrera calibrar la imagen de la mariposa agónica como eje capital de su novela. Podría aventurar, entonces, que la prosa voyeur de Elizondo es apenas el aliciente para que la autora, con su lenguaje de erudición arquitectónica que recoge volúmenes y texturas, vuelva sobre la imagen de la falena y la inserte en su obra como un símbolo de vulnerabilidad. Este símbolo convive, a su vez, con versiones y recursos de cuentos tradicionales, como Barba Azul y la Cenicienta, utilizados en función de una trama donde el realismo y lo sobrenatural se articulan de manera sutil.
Ave
Barrera es la responsable de una novela cuya hechura se asemeja a la narrativa
de un retablo personal: las fábulas de sus heroínas son evidentes; la relación
con el panteón de nuestros autores también. Barrera añade el toque laico a su
retablo cuando lo aleja de los ritos de una tradición literaria que a veces
olvida el grito y la pulsión de empatía que convierte a las obras en algo más
cercano al pecho y no un simple monumento a lo convencionalmente literario. Restauración
es el riesgo de habitar una vieja casona hoy y reconocer y repudiar la historia
de las generaciones que la hirieron.
[1] Josué Sánchez (Veracruz, México, 1989). Narrador y Maestro en Literatura Hispanoamericana por el Colegio de San Luis. En 2019, su libro No se trata del hambre (Edhasa/Castalia, Barcelona: 2019) obtuvo el XXIX Premio Internacional de Literatura Tiflos celebrado en Madrid, España. En 2018, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara lo eligió como parte de su programa «¡Al ruedo: Ocho talentos mexicanos!», una selección de escritores jóvenes que comienzan a forjarse un camino en las letras de México. Asimismo, Ediciones de Punto de Partida de la Universidad Nacional Autónoma de México incluyó una muestra de su obra en Sin mayoría de edad (México: 2019), antología que reúne escritores hispanoamericanos nacidos entre 1983 y 1993. Su primer libro de cuentos, En el pabellón de las dieciséis cuerdas, fue publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, en 2015. Sus textos también han aparecido en las antologías Diez narradores 1980-1989 (Punto de Partida, México: 2016) y Cuentistas de Tierra Adentro 2007-2017 (Fondo Editorial Tierra Adentro, México: 2017). Ha obtenido la beca Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en los periodos 2014-2015 y 2019-2020. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas durante el periodo 2017-2018.
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