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Reseñas

Invocación, abandono e iluminación en Necromancia, de Violeta García

Por NÉSTOR POMPEYO

La primera vez que escuché a Violeta leer un poema fue alrededor de 2012. Por aquellos años ella estaba promocionando su segundo libro, Mitología de una ciudad enferma (Editorial Ponciano Arriaga, 2011), y durante una lectura pública, decidió, de la nada, compartir un críptico texto inédito que parecía esconder varias lecturas en clave. De inmediato las reconocí casi todas, porque… darketos. Sonreí y se me ocurrió preguntar, un poco por fastidiarla, si aquello hablaba de Rozz Williams y Christian Death. Ella frunció los labios, como solía hacer cuando tenía que aguantarse una mentada de madre, y solo asintió con la cabeza. Ya después se desquitó, pero el momento fue valioso porque todavía iban a pasar muchos años antes de que Violeta por fin decidiera mostrar su obra poética, probablemente la cara menos conocida, incluso entre sus seguidores. Fue mucho tiempo después, durante una de sus estancias en Argentina, cuando repentinamente me pidió que le echara un vistazo a lo que hoy es la plaquette Brujas (Clara Beter Ediciones, 2019) que, a su vez, forma parte de Necromancia (Clara Beter Ediciones, 2023). Por fin había emergido su nuevo y poderoso hechizo. Por fin había decidido mostrárselo al mundo.

2. Un ramo de ironía. Cynthia Leticia Guerra Aguirre. Técnica: Tinta y lápiz. Medidas: 14 cm x 21.6 cm

Yo siempre he pensado que el arte tiene una deuda con lo grotesco, con lo feo, con aquello que la gente no quiere ver. Violeta era consciente de esto y siempre trató de reivindicarlo con su obra, pero también con todo su ser. Aquí me voy a permitir un paréntesis muy personal, porque me gustaría ofrecer un poco de contexto. Conocí a Violeta en la prepa: teníamos dieciséis, diecisiete años. Mi primer acercamiento con ella fue, precisamente, motivado porque compartíamos ese interés por lo oscuro, lo gótico, lo siniestro. Quizá suene a cliché, pero desde la primera vez que hablamos, entendí que había en ella algo que parecía magia. O brujería. Una especie de magnetismo en sus palabras, su interacción, su presencia. Señales de esas que solo se encuentran en personas muy especiales.

Después de la prepa, Viole y yo nos perdimos la pista durante varios años. Cada quién anduvo por su lado hasta que, algunos años más tarde, circunstancias como la literatura y el mundillo del arte nos volvieron a hacer coincidir. A partir de entonces, el vínculo no hizo más que crecer. Compartimos muchas cosas, la clase de cosas que se comparten en una amistad: largas pláticas, confesiones, letras, arte, tragos, viajes, mucha música, muchos conciertos… hablábamos de todo. Y cada persona que teníamos en común parecía compartir en silencio la sensación que yo tuve con Violeta aquella primera vez: la de estar ante una bruja que no eligió lo oscuro por casualidad. Me explico: los métodos de Violeta no eran ortodoxos. Esto se lo dije muchas veces y siempre me mandaba al diablo, porque ella juraba que era pura oscuridad. Y sí, pero no. La oscuridad en Violeta fue una elección estética, pero su ética era mucho más elaborada. Es como si ella hubiese abrazado la complejidad del mundo en su totalidad, apelando a las sombras como una vía para acceder a una iluminación dolorosa, pero verdadera. Y ese método lo extendía a quienes tuvimos la fortuna de compartir lazos con ella, porque Viole, en toda su empatía, su generosidad, su nobleza, nos mostraba chispazos de luz que solo eran posibles si antes se experimentaba la tiniebla. Por eso cuando uno se abandona a la experiencia total, inmersiva, de su arte, uno comprende que la penumbra en Violeta era un medio, un encantamiento ritual diseñado para que el lector, el observador, asistiera a sus propias tinieblas internas. Ya el que corra con suerte, probablemente sea capaz de confrontarlas y emerger de ellas siendo otra persona.

3. Alma en condena. Cynthia Leticia Guerra Aguirre. Técnica: Tinta y lápiz. Medidas: 14 cm x 21.6 cm

Si a mí me lo preguntan, Necromancia se trata de todo lo anterior. De escuchar esas voces que vienen de escenarios desconocidos; de invocarlas, de abandonarse a ellas, aunque en el camino nos invada el miedo. Escribir este texto es importante para mí por varias razones: primero, porque hablar de la obra de Viole siempre es una forma de desenterrar su voz, de devolverla temporalmente a este lado del abismo, donde tanto la seguimos necesitando. Segundo, porque actos como este se convierten en llaves que abren portales: justo los necesarios para que más personas tracen su propio pacto con el fantasma inmortal de Violeta García. Y tercero, porque esta edición –la única, la definitiva– de “Necromancia” representa un triunfo del verdadero amor. Uno que celebro en ritual privado porque me tocó atestiguar el agridulce camino que este libro tuvo que recorrer antes de ver la luz por primera vez. Infinitas gracias a Pablo Nario, Gito Minore y a la casa editorial Clara Beter, por su real compromiso y cariño a la obra de mi amiga.

Como mencioné algunas líneas atrás, este libro supone el primer acercamiento oficial que tuvo Violeta a la poesía –solo antecedido por Brujas, cuyos textos se incluyen, como ya lo señalé antes, en esta colección–. No obstante, cabe mencionar que la autora no era ajena al género, pues lo leía y lo practicaba constantemente y eso se nota en Necromancia, tanto por su madurez poética como por el uso del lenguaje, las formas, los conceptos y las imágenes. El poemario está dividido en siete secciones –of all numbers– que, junto con las cuidadosas ilustraciones –también de la propia García– confieren al volumen un detallado carácter conceptual que se debe experimentar con plena atención. A lo largo del texto, que se vuelve confesión, narrativa oscura y medio de contacto con la muerte, la autora emplea arquetipos del horror universal y las estéticas góticas para proponer una lectura nueva: una suerte de aproximación personal que es al mismo tiempo exorcismo, erotismo y maldición. Los textos de Violeta demuestran no solo un dominio absoluto de la imaginería oscura, sino un compromiso real con lo macabro. Como si en cada verso se empeñara en reivindicar ese lado que pocos se atreven a ver, sea por miedo, por repulsión o por mantener la máscara de la normalidad. Como si decidiera señalar, con su palabra de hechicera, las virtudes de lo siniestro. No es la luz en la oscuridad: es la capacidad de lo oscuro por ofrecer su propia calidez. A veces incluso disfrazada de abrazo gélido y mortuorio.

Es difícil elegir una sola muestra que represente el entramado universo poético de Violeta, pero a continuación, por puro significado personal, me gustaría transcribir el poema que referí al inicio de este texto. Aquel que, una tarde de 2012, me llevó a formular una pregunta imprudente que me granjeó una silenciosa, discreta, pero perfectamente distinguible mentada de madre. El texto se titula “(1334)”:

La presión

aplicada correctamente

sobre las sienes y el pecho

sobre el pubis y el sentimiento

puede por constante

ser un dulce corrosivo

que nos lleva a desangrarnos en la tina

o a colgarnos

(las pastillas también son eficaces)

1. Sentirse solo

2. Sentirse infeliz

3. Sentirse atrapado

NOTA: el 90 % de la población es propenso.

Por cosas como esta es que me atrevo a asegurar que el ardor de Violeta García no se apagará. Porque ella supo hacer de su flama un incendio, uno que alcanza a iluminar más allá de la Muerte, como una centella que ruge fuego en la tiniebla de la noche. Una esfera de lumbre que no se puede contener en una caja de madera. Una canción lúgubre, eterna, que con cada sílaba nos invita a seguir viviendo y muriendo con ella.

Estés donde estés, Viole, gracias por todo. Te quiero un chingo.

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