Poesía
CUATRO POEMAS DE JORDI VIRALLONGA
Jordi Virallonga
LA MEDIDA IMPOSIBLE DEL MAR
Hola, mamá, no te enfurezcas,
sé que estás muerta y que Dios no existe,
que debo ser feliz, y que hago mal preocupándome por cosas
que te harían desgraciada,
pero hoy estaba con Vera en el balcón,
el mar tenía la medida imposible
que te ha reemplazado,
y te echo de menos por el azúcar y los cubiertos,
por las ganas de que existas,
que ya ves, ya sé que no me ves,
y que no voy a preguntarte por mis hijos.
No quiero hablar de ti porque te llevo
en esta niña que soy yo cuando fui tuyo,
que te haría ser más joven, menos muerta,
no esta ruina permanente sin columnas
que no acaba de asolar la tempestad,
esa última sed, la vencida inmensidad del abandono.
Esto lo escribí porque a veces,
cuando me siento mal
porque no preguntan por ti y les digo,
y sé o no sé, mamá, tú me conoces,
necesito inventarme al abuelo que no tuve y al que tuve,
al puto padre que te parió, y que en mi casa
hubo amor, hubo reina,
hubo gente extraordinaria.
MÍMESIS DEL ARQUITECTO
Quien construyó esta casa
nunca pensó que iba a odiarte
y los niños tendrían sólo una habitación
para ahogar a cuentos y a canciones bajitas
los gritos de sus padres:
que por favor sigan queriéndonos, te pido,
nosotros como si no estuviéramos,
no hay que molestar.
Quien levantó esta casa lo hizo a base
de prósperos años nuevos y negocios familiares,
no proyectó refugios para el fajador
que escapaba oyendo el puente
derrumbarse tras de él casi cada día,
sabiendo que el vencedor
se queda con todo al sonar la campana.
Es curioso viajar sin que pase el tiempo,
tener veinte años más y que se estreche el camino
en esta carretera aparecida por los faros,
con piedras de repente, lugares
cuyo tiempo es su ausencia de destino.
De nosotros queda una casa malvendida.
Los arquitectos no saben de amor, como tú,
dibujan planos donde sólo permanece
lo que jamás se habita.
EXTRAÑOS EN LA NOCHE
Viajan a oficinas, a otros pisos,
van de aeropuerto en aeropuerto,
leen prensa, cruzan mares, mercados,
Manhatan, San Luis,
los cementerios.
Desde lo alto son menos
los vivos que estos muertos,
dormidos pasajeros,
que llegan a destinos
como putas a una vía muerta.
Pero conservan el cochazo,
la casa, les basta que los niños
estén siempre durmiendo,
que al cerrar la puerta quede whisky
y Frank Sinatra,
que mañana haya mañana,
que el
futuro de dinero y soborne a la tristeza.
MIRA, PADRE, NO TE ENFADES.
Mira, padre, no te enfades,
sé que tienes un montón de trabajo,
que ahora estás muy solo y triste,
que el teléfono no para de sonar
y que por cualquier cosa lloras
y nos gritas y dices que salgamos
para no molestarte.
Llevas más de un año así,
pero como nos bañamos y vestimos,
te acompañamos al mercado,
te abrazamos e intentamos ser alegres
y que tengas siempre limpio el cenicero,
estás seguro de que todo marcha bien
y de que ella sólo a ti te hacía falta.
Mira, no te enfades,
pero necesito saber que aún nos quieres,
que no es cierto lo que dicen de nosotros
y mi hermano un cuaderno de espiral para el colegio.
No te enfades si te digo todo esto,
pero ni te has fijado en que ya sé escribir ni en que ya hace cinco dientes que no pasa el ratón Pérez.