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Memoria

Las catarinitas del verano y la “vida cultural potosina”

Por DAVID OJEDA

Este texto recuperado, fue la primera, de varias colaboraciones, dedicada a la vida cultural potosina; publicado hace veinte y cinco años en el periódico Pulso de San Luis Potosí, dentro del espacio semanal del autor. El Consejo Editorial ha considerado recuperar una colaboración por número, del acervo de Múltiples temas tratados por David Ojeda a lo largo de los años; cuya pertinencia, en la mayoría de los casos, ha aumentado. Estamos convencidos de que el filtro del tiempo les añade relevancia.

Treinta años, en el siglo que dejamos atrás, son apenas alrededor de su tercera parte. No mucho. Pero treinta años, también, en la historia potosina, estimando su origen con la fundación de nuestra ciudad, el año de 1592, poco después del deambular de los primeros europeos por este territorio, vienen a ser algo así como el 7 % de ella. Más poca cosa aún. Y menos todavía vienen a ser treinta años si consideramos todo el espacio de tiempo de la estancia o la vagancia de la especie humana por estos lugares. Pues, si como dicen los enterados, los primeros pobladores de esta zona debieron establecerse o pasar por ella hace alrededor de 15 mil años, luego entonces, los treinta añitos vendrían a representar un 0.2 % de ese lapso. Nomás como un suspiro de catarinita en una tarde de verano.

Y, para rematar, si atendemos a los datos de la antropología, que cifra la antigüedad del hombre sobre la tierra en alrededor de tres millones de años, los treinta años se reducirían al 0.001 % de ese término. Es decir: algo más o menos equivalente a la sombra de una sombra de otra sombra.

Todo eso, según Usted lo ha de comprender, no es en última instancia más que una convención. Pues no ocurre el tiempo sino la experiencia sensible: no existe el pasado sino la memoria que guardamos de los hechos; y el futuro sólo viene a ser una ventana al tormentoso océano del azar y la contingencia.

A pesar de todo, al decir 30 años uno tiene que reconocer que en términos de historia personal es mucho tiempo. Los hombres del pasado, en las hordas primitivas, en el antiguo Egipto, en las sel- vas y los desiertos, eran ya ancianos a esa edad. Hoy, sin embargo, miles y miles de años de desarrollo de por medio, podemos decir que alguien de 30 años es un joven adulto.

En mi caso, conforme acumulo años de edad, siento que me aproximo a un misterio. Aunque también sospecho que no habré de aclarármelo del todo sino hasta el día de mi cataplúm. Y cuando me instalo en el borde de ese misterio no tengo más remedio que desentrañar los hilos de mi memoria con las pinzas de la nostalgia que es, al mismo tiempo, deseos de recordar y comprender. Lo que a Usted también le ha de ocurrir al rehacer los grandes episodios de su vida.

Hoy le cuento a Usted todo esto para iniciar una serie de colaboraciones que serán motivadas por una celebración a la que he de unirme con algo más que entusiasmo. Pues nuestra Casa de la Cultura cumple el próximo lunes 30 años de existencia. Y entonces, ese 0.001 % de tiempo en la existencia de la humanidad, ese 0.2 % de la presencia del hombre en el continente americano, ese 7 % del tiempo corrido desde la fundación de nuestro San Luis hasta nuestros días, esa tercera parte del siglo que dejamos atrás, se convierte en un ciclo cerrado y ejemplar de nuestra historia local: el de nuestra Casa de la Cultura.

Porque en nuestra Casa de la Cultura se encuentra resguardado todo el universo para Usted y para mí. Tal es el portentoso cometido de los espacios destinados a servir como centros de arte y cultura: cifrar y desplegar y difundir el saber de los hombres, la creación artística, la inquietud intelectual, el sentido de la crítica, los motivos del cambio, el camino de la esperanza, la vía del escepticismo. Todo lo cual ha sido cumplido con creces por nuestra Casa de la Cultura.

El edificio de la casa es un punto de referencia y de orgullo en nuestra ciudad. Y la historia de éste ilustra los vaivenes de la sociedad potosina en poco más de un siglo. La fusión de dos familias y fortunas (Trápaga y Meade) hizo que uno de sus integrantes, en el tránsito del siglo XIX al XX, proyectara y supervisara la construcción de una “casa de campo”. De este modo el edificio ocupado ahora por nuestra Casa se dibujó por primera vez en nuestro horizonte: distante de la ciudad, rodeado de huertas.

Con el tiempo y tras mediar la Revolución, con la mancha urbana cada vez más próxima a la finca, la familia Meade Trápaga permitió que la casa de campo se convirtiera en hotel. Éste recibió el nombre de “Vistahermosa” y fue en su momento el mejor de nuestra ciudad. En este sentido déjeme citarle a manera de ejemplo que ahí se hospedó en diversas ocasiones el general Lázaro Cárdenas, siendo presidente de la República. Y durante una de sus estancias, llegado a nuestra ciudad para someter el levantamiento cedillista, fue “bombardeado” el hotel (en realidad una bomba pequeña que cayó lejos del edificio) por un biplano piloteado por una hermana de Saturnino Cedillo.

Luego de unos años el hotel vino a menos. Con todo, mantuvo durante un tiempo su fama y presencia como centro de festejos. Al respecto, dicho sea para recomendarle a Usted una de las mejores novelas de la tradición narrativa potosina, en “La hora de Babel”, de Alfredo Juan Álvarez (reeditada por Juan Pablos–Ponciano Arriaga, México, 1997), se narra una fiesta –hoy lo llamaríamos reventón– organizada en el edificio por los alumnos y maestros de la Facultad de Humanidades de la UASLP (facultad de corta vida y noble memoria, arteramente liquidada por la UASLP debido a razones que la novela explora y denuncia muy bien).

A mediados de los años sesenta, una escuela secundaria funcionó un par de años en el edificio. Entonces fue cuando yo lo conocí, como alumno del segundo año. Era 1965 y recuerdo mi estancia en la terraza entre clase y clase: 15 años de edad, adoptando a escondidas del director (¿Nicanor Parra?) la costumbre boba del cigarrillo y el humo, desperdiciando el tiempo y la energía ante maestros que actuaban por inercia o con impericia.

Poco después, tras un lapso de 5 años, el edificio había cambiado. Y yo con él. Pues en 1969 el gobernador de nuestro Estado, Antonio Rocha Cordero, seguramente con sus tirantes puestos, recurriendo a su humor socarrón y a su deseo sincero de hacer buen gobierno y buena obra, ordenó que el Estado adquiriera la finca “Vistahermosa”. Luego encargó su remodelación al arquitecto Francisco Javier Cossío, quien probablemente hubo aconsejado ese rescate.

El proyecto de remodelación fue muy atinado y se llevó adelante con rapidez. El arquitecto Cossío me confió alguna vez que la recomendación final (crear una Casa de la Cultura y no un museo) fue de él; y que la idea fue entusiastamente recibida por Rocha Cordero, quien le confió la dirección de la misma.

De este modo, el 20 de noviembre de 1970 se inauguró nuestra Casa de la Cultura. Ésta lucía flamante. Y yo me creía flamante también, pues para entonces iniciaba los estudios de derecho en la UASLP y me sentía un muchacho destinado a nuestra aburrida seriedad potosina. Por entonces entré a la Casa en distintas ocasiones, mientras intentaba los inicios de mi “vida intelectual”: exposiciones que yo veía con cara de menso enterado; conferencias que escuchaba con expresión de bobo de película. Cosas así.

Pero cuatro años más tarde, luego de haber trabado conocimiento y complicidades con éste y aquél amigos que escribían (sobre todo en la UASLP y en la empalagosa y –digo yo– tristemente célebre Sociedad Literaria “Manuel José Othón”), recibí la invitación para solicitar mi admisión al Taller Literario que estaba por fundarse en nuestra Casa de la Cultura. Dicho taller, como ya se lo conté aquí hace un par de semanas, comenzó sus sesiones el 24 de mayo de 1974. Y tal fue para mí el inicio de una relación que me hace sentir a nuestra Casa de la Cultura como mi “alma mater”: mi mejor aprendizaje, mi oficio de escritor, mi saber más crítico, mis mejores amigos, mis colegas admirados, son aquellos que he hecho en torno a nuestra Casa de la Cultura.

Asistí al taller de la Casa desde su primera sesión, en mayo de 1974, hasta febrero de 1977, cuando me hice cargo de un taller en la Casa de la Cultura de León. Después, dos domingos de cada mes, desde mediados de 1977 hasta fines de 1981, me reuní con Donoso Pareja y otros coordinadores de talleres literarios en nuestra Casa de la Cultura, en lo que llamamos pomposamente “Seminario de Crítica” y que aún es motivo de muy buen humor en mis recuerdos. Después, a partir de 1986 no he dejado de estar presente en nuestra Casa, por las cuestiones literarias que en torno a ella se animan.

Todo eso me ha permitido sentir que la Casa es parte esencial de mi vida. A lo largo de años la he visto desarrollarse hasta ser una de las instituciones culturales ejemplares en nuestra región. Ex- posiciones y conferencias, conciertos y mesas redondas, cocteles y presentaciones de autores, el mejor catálogo de bibliografía potosina, publicación de tal o cual libro, grupos de trabajo académico, cursillos, el propio taller literario (al que le cabe el orgullo no sólo de ser el decano de los talleres literarios del interior del país, sino de ser el que propicia el programa y los coordinadores de muchos de ellos), teatro, happenings, discusiones y hasta deschongues políticos, son apenas algunos de los grandes contenidos y logros en la programación e historia de la Casa. Pero hay mucho más todavía. Y todo ello se ha dado durante treinta años. A lo largo de ellos el arquitecto Cossío no ha dejado de ser el director de la institución, para bien de ella y todos los que hemos recibido y apreciado los beneficios de su tarea.

Por eso, el año de 1994, por decreto del gobernador del Estado, a nuestra Casa de la Cultura le fue impuesto oficialmente el nombre de “Arq. Francisco Javier Cossío Lagarde”. Así se reconocía justamente a uno de esos potosinos que entienden la vida comunitaria de modo responsable y coherente. Pues el San Luis que Cossío ha vivido no sería igual sin él. Nuestra Casa, no obstante, siendo obra del arquitecto Cossío, también es resultado de una serie de casualidades, hechos, personajes y corrientes históricas que mucho explican nuestro San Luis. Y a lo largo de varias colaboraciones por venir podremos Usted y yo repasar algunos datos al respecto. Tal vez así, cuando escuchemos diversas expresiones y juicios a propósito de lo que algunos llaman “vida cultural potosina”, al apreciar sus personajes y obras, tengamos mayores y mejores argumentos para ver y enjuiciar el conjunto y no las coyunturas aisladas.

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