Por EMILIA MARTÍNEZ
Decidí salir a pasear porque algo me acongojaba y deseaba que ese día tuviera un giro distinto, pero la verdad es que ya estaba aburrida de la soledad con que se coloreaba aquella plaza colonial cada domingo; sus adoquines, sueltos y rotos desde que recuerdo; las palomas igual de sedientas; el bolero, que veinte años atrás, aún tenía cabello y era apuesto como un personaje de Tin Tan… Me pregunté si la vida sería sólo la suma de los estragos del tiempo. A estas alturas, para mí ya no tiene sentido el progreso, decadencia es todo lo que veo: focos fundidos que nunca se sustituyeron, adobes coloridos que la lluvia lavó y nadie, nunca, volvió a teñir…
El giro que anhelaba llegó, aunque no como hubiera deseado. La soledad de la plaza se vio interrumpida por la presencia de Roxana, una vecina del barrio a quien conocía desde que éramos adolescentes. Fuimos buenas amigas, aunque ahora ya no la frecuentaba mucho, pues la gente decía que estaba loca. A pesar de que ya estaba entrada en años, se había negado a crecer, seguía jugando en la plaza, vistiendo pueriles falditas de colores y blusas de tirantes, llevaba el cabello suelto y despeinado y nunca había terminado la escuela, ni conseguido un trabajo estable. De pronto vendía galletitas, otras veces vendía porros, o eso se decía. Me alejé de ella por consejo de mi madre. Aunque ahora, desencantada de muchas de las cosas que me inculcó, me entró curiosidad por saber de ella. La saludé y la invité a tomar un café ahí mismo, en las bancas desoladas de la plaza. Me pareció lindo que aceptara con mucha alegría, no estaba resentida por la indiferencia –que rozaba el desprecio– con la que le había tratado durante muchos años. Quise pagar el café, no solo como disculpa, sino porque me preocupaba que ella no llevara ni un mango encima.
Mientras bebíamos, las palomas se alteraron por una pelea entre dos machos y al revolotear todas, salieron unas plumas volando. Una pluma blanca cayó lentamente frente a nosotros y allí comenzaron los disparates de Roxana, que me preguntó:
—¿Has escuchado eso de que encontrar plumas blancas significa que te están guiando los ángeles?
—No sé, creo que nunca he escuchado eso, aunque yo no me meto mucho en esas cosas místicas, soy más que nada, escéptica.
—Tengo una amiga que cree en los ángeles. El otro día la vi alegrarse al ver una pluma de pájaro pegada con mierda al parabrisas de su auto, para ella era una materialización del carácter divino de sus guías y protectores.
—¿Y qué? ¿Tú crees en esas cosas?
—No sé, ¿qué cosas? ¿En los ángeles?
—No, en la mierda con plumas de ave.
—Por supuesto que no, solo creo que cuando te caga un pájaro encima es de buena suerte. Si es en la cabeza mejor.
—¿Y qué le dijiste?
—Pues nada, ¿qué le iba a decir? Alprincipio me pareció muy estúpido, al cabo de un rato, me sonaba gracioso, pero no quise ofender a nadie.
— Pues suena muy tonto, yo no me hubiera podido aguantar la risa.
—Sí, pero despuéspensé que era bonito ver un mensaje divino en algo tan común y corriente. Deseé esa capacidad de desposeer el pensamiento lógico, que tantos dolores de cabeza me causa. Todavía no deja de hacerme ruido la cuestión.
— Yo no le daría importancia, cuando uno quiere encontrar respuestas místicas las encuentra en cualquier lugar: en una galleta de la fortuna de la comida china, en el horóscopo, en las noticias, en una piedrita de forma singular tirada en el piso justo frente a ti, hasta en los infomerciales que pasan en la tele a las 3 de la mañana.
—Exacto. Yo, buscando respuestas, he acudido a toda clase de lugares y prácticas.
—¿Ah sí? ¿Como cuáles?
—He conocido a toda clase de chamanes. Los de plantas, los de cacao, los que te dan dietas, los temazcaleros. Una vez fui con uno que me dio a fumar DMT.
—¿Qué es eso?
—Es una sustancia que supuestamente se encuentra en muchas plantas, la extraen sintetizada de las raíces de un árbol sagrado y cuando la fumas te hace alucinar unos 10 minutos.
—A mí no me dan mucha confianza esos chamanes, luego son cualquier dealer y la gente les da su fe ciegamente.
—Pues así era este, de chamán no tenía nada, pero como era amigo de una amiga y parecía que le iba bien en su vida, decidí tomar su “guía”.
—¿Y qué? ¿Te fue bien?
—Pues si quieres te cuento, pero es una historia larga.
Sabía que si ella lo decía, la historia se podía tornar verdaderamente larga, pero en ese momento me parecía más larga la historia del bolero viendo pasar a las palomas, así que decidí disfrutar del relato, aprovechando lo cómoda que me había hecho sentir el café calentito en esa mañana fría.
—Dale, hoy tengo tiempo.
—Pues, nos hizo hacer una meditación con cantos de María Sabina. Sonaban como voces de pequeños niños cantando. Fumamos algo de tabaco, era rubio, de Nayarit. El chamán era guapísimo, me ponía nerviosa. Nos pidió que al quemar el tabaco le otorgáramos una intención a la ceremonia.
—¿Cómo que una intención?
—Algo así como un deseo o una pregunta.
—¿Y cuál fue tu intención?
—Pues, yo tenía una pregunta y era algo relacionado con cuál es mi destino.
—Wow, nada cliché.
—¿Qué esperabas? Estaba en medio de una crisis existencial y me pareció más barato y jocoso acudir a un chamán que a un psicólogo.
—Dale, sígueme contando.
—Ya, pues hicimos las intenciones y el chamán preparó el DMT, puso en una pipa de cristal una base de marihuana y encima el polvo blanco amarillento. Para tomarlo había que acomodarse al costado del chamán, sentada sobre la cama, con almohadas alrededor para proteger al cuerpo que queda inerte cuando estás bajo los efectos.
—¿Tan fuerte es?
—Sí, es fuerte. Estábamos todos en penumbra, esperando en meditación nuestro turno. A mí me tocaba al último. Era mi primera vez. Vi como mis amigas pasaron. La primera no dijo nada, solo fumó, cerró los ojos y se recostó. En cuestión de 5 minutos estaba en pie otra vez. La segunda, fumó, cerró los ojos y al hacerlo dejó escapar un suspiro con un pequeño quejido que parecía de placer. Al cabo de unos minutos, escuché que balbuceaba algo, no entendía lo que decía porque susurraba, pero sonaba muy asustada. Cuando se reintegró estaba feliz y tranquila, pero escucharla durante el trance me inquietó mucho. Yo había escuchado que la experiencia del DMT era como morir.
Llegó mi turno. Me acomodé en el lugar, el chamán me dio instrucciones: cuando encienda la pipa vas a inhalar profundo, a media inhalación vas a empezar a fumar una, dos, tres fumadas y a la tercera exhalas todo. Así, seguí sus instrucciones y al exhalar, sentí que mi cuerpo se balanceaba hacia atrás. Alcancé a escuchar mi último aliento antes de caer en trance, ese suspiro se volvió polvo en el aire. Luego dejé de sentir mi cuerpo, todo se volvió mental, como en un sueño.
Yo no tenía mucho que decirle a Roxana, solo escuchaba los detalles.Entre los tragos del café, asentía con la cabeza para que ella supiera que seguía atenta.
—Me había transportado a un lugar en llamas. Desconectada de mi cuerpo, pero no de mi cultura, naturalmente pensé que eso era el infierno. Hacía un calor confortable, a la vez que quemaba, abrazaba. Allí había toda clase de creaturas, ninfas, sátiros, dioses y demonios de todas las religiones y humanos de exuberantes proporciones, que bailaban una danza obscena, se frotaban frenéticos, empapaban con su aliento el ambiente de licor, se penetraban en toda clase de direcciones y posiciones, el color del ámbar iluminaba sus rostros en éxtasis. Como si ya conociera sus dinámicas, me encontré yo participando de la orgía, aunque lo más intenso y llamativo era el abrazador calor de las llamas. El frenesí era tanto, que el recinto vibraba, el fuego no se distinguía de entre los asistentes, lumbre y cuerpo era lo mismo ahí dentro. Así como se me presentaba, no parecía malo el averno, no había torturas ni sufrimiento, más bien puro placer carnal, y siendo así, el peligro más grande ahí sería el sentimiento de culpabilidad. Y sí, eventualmente llegó.
— Entonces, ¿te cogiste a un demonio?
—Me cogí a todos ahí. Deseé que no existieran las ETS espirituales ni los embarazos interdimensionales.
Ese comentario me dio un poco de risa, que se apagó debido al verdadero miedo que me daban esas dos cosas.
—Carajo, espero que no, ya me hubiera embarazado en sueños.
—Cuando pensé en esa posibilidad, la culpa me invadió, entonces, la visión de la orgía se tras-posicionó con otra visión, como si fuera una interferencia de tv, entre imágenes duplicadas y ruido visual empecé a distinguir gente visiblemente loca, desquiciada, revolcándose en el suelo, riendo con sonrisas chimuelas, jalándose el cabello sucio y tieso, comiendo de la basura nauseabundas bandejas con gusanos. Carcajadas frenéticas y lamentos era todo lo que escuchaba.
—Qué mal viaje.
—Eso no es nada. Esa visión cesó abruptamente, y yo me encontré en una habitación vacía, completamente blanca. Absolutamente sola entre cuatro paredes y nada más. Entendí que si estaba ahí era porque lo que acababa de ver y de sentir nunca lo iba a comprender nadie, no podría comunicarlo, ni siquiera sería capaz de recordarlo y explicármelo a mí misma con palabras, pues no había nada en el mundo real que se asimilara. Entonces sentí la verdadera locura, la soledad a la que me condenaba mi particular subjetividad. Estaba cautiva en mi propia mente, y no podría salir de ahí. Jamás sentí tanto miedo. Ni la amenaza del infierno, ni la posibilidad de volverme una vagabunda desquiciada fue tan amenazante como habitar ese vacío, la absoluta soledad de la muerte.Eso es lo que más me ha aterrado.
—A lo mejor era tu mente advirtiéndote que te quedarías loca si te sigues drogando.
—No, siempre existe ese tabú con las drogas, es una cuestión social interiorizada, peromientras no esté inhalando solventes o fumando crack no creo que deba preocuparme. Aunque en ese momento, sí pensé que me iba a volver loca.
Comencé a gritar, aunque nadie podía escucharme. “¡Ahhh auxilio, quiero volver!”. Gritaba lo más fuerte que podía, pero era inútil, ni siquiera yo escuchaba mi propia voz, como si en lugar de gritar estuviera simplemente pensando. “¡Déjenme volver!” grité cada vez más fuerte y ante la desesperación salieron de mi boca letanías sin sentido, cosas en un idioma que yo ni siquiera conocía, y el número 3 que se me aparecía de manera escrita, flotando en la habitación. Por fin empecé a escuchar mi voz gritando “¡Tres, tres, tres!”,y cuando pude abrir los ojos vi a mis tres acompañantes, atónitos. Me sentía mejor por haber vuelto a mi cuerpo, pero estaba muy confundida, no sabía con quién estaba, no recordaba ni sus nombres, ni sus rostros que en ese momento parecían alienígenas.
Sentía más allá de los límites de mi cuerpo, como si el aire que me rodeaba fuera parte de mí. Les preguntaba “¿Cómo te llamas?”,y no me contestaban.Creo que estaban impactados, quizás no se creían que había olvidado quiénes eran. Luego los recordé, pude mentar sus nombres en voz alta y al instante sentí un amor y una alegría tan intensos, como si me hubiera reencontrado con mi familia después de años de vagar en soledad. Los abracé, les dije que los amaba. Y comencé a sentir otra cosa que no he vuelto a experimentar, lo describiría como un orgasmo multisensorial, que no se sentía en mis genitales, si no en todo el cuerpo, en la cabeza; la mente me vibraba, podía visualizar una especie de campo energético en forma de esfera que me rodeaba el cuerpo y respondía al curso de mi respiración, cada cuerpo en la habitación tenía su propio campo y mi orgasmo se expandía a través de esa esfera de luz azul.
—Esa parte suena mucho mejor.
—Me retorcía, gemía de placer. En medio de aquel frenesí le di un beso al chamán que me correspondió de una forma tan sensual que no pude evitar darle un mordisco. Su lengua se derritió en mi boca como un trozo de mantequilla mientras él daba un grito de dolor: sus ojos se derritieron también dejando vacías sus cuencas. El pánico regresó. Por un momento creí que los dos agujeros negros que flotaban sobre su nariz me engullirían, pero entonces escuché que decía: “ella sí le jaló bien”.
La cara de mis acompañantes cambiaba, palpitaba. Estaban sorprendidas, pero no parecían preocupadas por mí, se reían; eso me tranquilizó y pude reintegrarme por completo. Les pregunté cuánto tiempo había durado el trance, me dijeron que a lo mucho quince minutos. Eso me sorprendió, yo había pasado toda una vida ahí dentro. Me preguntaron qué significaba el número 3. “No lo sé, solo apareció”, contesté.
—Pero entonces ¿cuál fue la respuesta a tu intención? ¿Se respondieron tus preguntas?
—La verdad es que no, o al menos a mí no me gustó la idea de interpretar que mi destino es enloquecer y extraviarme en los vericuetos de mi mente pervertida, y aún no ha pasado, así que prefiero dejar la pregunta abierta.
—¿Entonces, la ceremonia fue un timo?
—No del todo, lo más importante es que ahora tengo una nueva pregunta que responder.
—¿Cuál?
—Qué significa el 333.
—¿Y qué significa?
—Aún no lo sé, depende del contexto. Lo sigo investigando. He experimentado con toda clase de triángulos dibujados sobre papel, triángulos amorosos, tríos sexuales, tres tristes tigres, trenzas de todo tipo…Sigo buscando; dicen que quien busca encuentra, así que creo que voy bien. Ahora estoy experimentando con la base de los malabares que es 3, 3, 3.
—¿Te das cuenta de que eso es igual de absurdo que creer en los ángeles, como tu amiga?
—Sí, por eso no tuve el valor de criticarla. Creo que no me molesta lo absurdo, sino la idea de que las respuestas lleguen a ti así nomás, cuando lo divertido es ir a buscarlas y que no te cuenten, que no te digan.
Me quedé callada, ¿qué le iba a decir? Todo me pareció muy estúpido. Era cierto, estaba loca, pero no quería ser grosera con ella. Le dije que tenía que irme, me despedí estrechando su mano y le agradecí por la conversación. Me ofreció pagarme el café y sacó su billetera que definitivamente no estaba vacía como yo pensaba. Igual le dije que no era necesario. Ella se quedó ahí donde la encontré, jugando con una pelotita que equilibraba en su cabeza y en diferentes partes de su cuerpo. Yo caminé hacía mi casa, preguntándome si existía algo como el destino, y si el de Roxana era quedar loca, ¿cuál era el mío? Y lo más importante: ¿a dónde demonios tendría que ir a meterme para encontrar la respuesta a esas preguntas?, si fue por preguntar que terminé involucrada en esa extraña conversación.
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