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CRÓNICA

Autobiografía de un lector (V)

Por: FRANCISCO VELÁZQUEZ

Algo que no he contado del posgrado que hice en la UAM-Azcapotzalco entre 2020 y 2021, es que las clases fueron virtuales debido a la contingencia por COVID-19. Aunque no era necesario cambiarme de residencia, me mudé a Ciudad de México en enero de 2021, cuando la segunda ola de COVID-19 provocó el aumento de casos en todo el país.

Vivía en Azcapotzalco, en la colonia Reynosa Tamaulipas, en un edificio que estaba muy cerca de las instalaciones de la UAM. Elegí ese lugar porque la renta era accesible, dos mil setecientos pesos al mes, y porque existía la posibilidad de que regresáramos a clases presenciales si los contagios disminuían, pero las clases fueron en línea los tres trimestres que duró el posgrado.

El edificio tenía 3 pisos y en cada uno había 10 habitaciones individuales de 3 x 3 m con baño propio, y 2 habitaciones dobles de 4 x 4 m. En la mía solamente cabía una cama individual y un escritorio con silla; en las paredes estaba empotrado un closet de concreto y el baño era tan angosto que no podía extender mis brazos porque chocaban con la pared. En cada piso había una cocina en común para quienes vivíamos en ese piso; la cocina tenía parrilla de gas, tarja, alacena, refrigerador y horno de microondas. En la azotea había tres lavadoras para uso común de las más de 30 personas que vivíamos ahí. La cocina y el área de lavado era un territorio en disputa porque siempre había más de dos personas que querían cocinar y lavar al mismo tiempo que los demás.

Aunque durante el tiempo que duró el posgrado casi no salía de casa debido a que los casos de COVID-19 eran frecuentes y porque aún no había llegado la vacuna, después de las clases me gustaba salir a correr al parque de la Alameda Norte, entre las colonias Santa Bárbara y San Martín Xochinahuac, en los límites de Azcapotzalco y Ecatepec, pero muy cerca de la Arena México, el TecnoParque, la estación Ferrería del metro y las instalaciones de la UAM.

El edificio donde vivía estaba en la calle Campo Acalapa. Cuando salía de casa para ir a correr enfilaba sobre Gasoducto hasta llegar a la avenida San Pablo Xalpa, enseguida caminaba en dirección al eje 5 Norte. Cada vez que veía las instalaciones de la UAM experimentaba una sensación de contradicción por haberme ido a vivir a Ciudad de México sin que haya sido necesario cambiarme de residencia. Lo mismo ocurría cuando caminaba sobre la avenida San Pedro Xalpa y veía los negocios de comida, internet, papelerías y estudios fotográficos sin la vida estudiantil que caracteriza a estos sitios, parecía un día sin clases o un periodo vacacional que se había prolongado indefinidamente.

La primera clase del posgrado fue el martes 8 de diciembre de 2020. Recuerdo que antes de que iniciara esa clase se me descompuso la laptop que usaba desde hacía más de 12 años; era una marca Toshiba que había comprado en pagos con el salario que ganaba mientras trabajaba como reportero en un periódico en línea de San Luis Potosí. Mi laptop tenía problemas desde antes de que empezara el posgrado: el botón de encendido se había descompuesto luego de un viaje que hice a La Habana en 2016; como la almohadilla táctil y muchas letras del teclado no funcionaban tenía que conectar un mouse y un teclado externo.

Recuerdo que la primera letra del teclado que se descompuso fue la “A”. Que esa letra haya sido la primera en descomponerse es un accidente muy perequiano y oulipiano.

En 1959 Georges Perec publicó La disparition, una novela en clave de lipograma, es decir, un texto en donde se omite sistemáticamente alguna letra o varias del alfabeto. Perec omitió la “E” para escribir la novela porque es la letra más utilizada en el idioma francés. En 1997 Anagrama publicó la edición en castellano con el título de El secuestro. Los traductores Marisol Arbués, Mercè Burrel, Marc Parayre, Hermes Salceda y Regina Vega optaron por omitir la letra “A” por ser la más común del castellano, lo que produjo alteraciones en las palabras originales que Perec había utilizado. Georges Perec era miembro del Taller de Literatura Potencial Oulipo, un grupo de escritores y matemáticos que exploraba las múltiples posibilidades del lenguaje a través del uso y creación de reglas que determinan una estructura literaria, y que perseguía juegos y combinaciones dentro de las reglas convencionales de la literatura.

No pude tomar las clases durante la primera semana debido a que mi computadora no servía. Como en ese entonces aún no recibía la beca de CONACYT, uno de mis hermanos me compró una laptop, que es donde escribo este texto. Fue hasta enero de 2021 cuando recibí la beca y pude mudarme a Ciudad de México. Sin embargo, recibí la primera dosis de la vacuna Sputnik hasta septiembre de 2021; recuerdo la fecha porque no acordarse sería atentar contra la memoria: 19 de septiembre, el día que se conmemoraban 36 años del sismo de 1985.

Las clases del posgrado terminaron en noviembre de 2021; ese mismo mes dejé de recibir la beca. Aunque ahorré el dinero necesario para sobrevivir y pagar la renta durante diciembre, enero y febrero, a partir de marzo de 2022 comencé a trabajar en una cadena de librerías. Por esos días recibí la segunda dosis de la vacuna, pero en junio me contagié de COVID-19. Aunque no perdí el olfato ni la sensación de gusto, el primer día vomité y sentí un dolor de cuerpo que jamás había experimentado; duré 7 días en reposo. Fue hasta octubre de ese mismo año cuando recibí la tercera dosis.

La OMS declaró el fin de COVID-19 como emergencia sanitaria internacional el 5 de mayo de 2023, también advirtió que el virus no ha dejado de ser una amenaza para la salud mundial. Esto significa que el virus seguirá presente de una manera similar a la influenza en los últimos años. Entre los problemas de salud que empezaron a experimentar quienes se contagiaron de COVID-19 hay uno que me llama la atención porque se relaciona con el tema que une a esta serie de textos que llevo escribiendo desde hace un año: la memoria. Muchas personas han manifestado que luego de contagiarse del virus han experimentado “niebla mental” en algunos lapsos del día. Esto significa pérdida de la memoria, problemas para concentrarse y dificultad para recordar palabras, fechas y otros eventos.

Algunos estudios que se pueden consultar en internet indican que el 70% de los pacientes que tuvieron COVID-19 sufre problemas de memoria y concentración. Los médicos han recomendado hacer ejercicios de estimulación cognitiva con el fin de mejorar la memoria, la atención, la concentración y el lenguaje, como armar rompecabezas, resolver sopas de letras, laberintos, crucigramas, jugar dominó u otros juegos de mesa. El IMSS, por ejemplo, recomienda escribir acerca de un viaje que el paciente haya realizado, repetir los días de la semana de manera inversa, mencionar los meses del año de diciembre a enero, deletrear nuestro nombre propio al revés, escribir 10 palabras que comiencen con cada letra del abecedario, y enlistar las características de una persona conocida a manera de relato.

Al igual que el caso de la letra “A” relacionado con el teclado mi laptop antigua, este tipo de ejercicios también resultan de carácter muy perequiano y oulipiano. Georges Perec realizó ejercicios similares durante su trayectoria como autor, como los crucigramas semanales que creó para la revista Le Point. Perec trasladaba estos recursos a sus obras como parte integral de su poética, así puede distinguirse en “Tentativa de un inventario de alimentos y líquidos que engullí en mil novecientos setenta y cuatro”. Otro ejemplo es Pensar/Clasificar, una compilación de textos que publicó en periódicos y revistas entre 1976 y 1982, donde figuran una serie de notas y listas como “Notas sobre lo que busco”, “Notas sobre los objetos que ocupan mi mesa de trabajo”, y “Notas breves sobre el arte y el modo de ordenar libros”. Un último ejemplo es Me acuerdo, un libro conformado por una lista de 480 recuerdos breves del autor acerca de temas diversos. El libro empieza así: “(1) Me acuerdo de que Reda Caire presentó su espectáculo en el cine de Porte de Saint-Cloud. (2) Me acuerdo de que mi tío tenía un 11 CV con matrícula 7070 RL2. (3) Me acuerdo del cine Les Agriculteurs, y de los grandes sillones”.

Ha pasado más de un año desde que me dio COVID-19 y hasta el momento no he experimentado algún episodio de “niebla mental”, pero una de las intenciones que me motivó a escribir esta serie de textos autoficcionales es ejercitar la memoria. En este texto, por ejemplo, intenté recordar fechas significativas como el día que empezaron las clases del posgrado, el día en que llegué a vivir a Ciudad México, la fecha en la que recibí las vacunas, y las calles que estaban cerca del lugar donde vivía en Azcapotzalco. Sin embargo, me costó trabajo recordar el nombre de las colonias que estaban alrededor de las instalaciones de la UAM, el nombre de algunos textos de Perec, el de los traductores al español de La disparition y el número de recuerdos del libro Me acuerdo. Para acordarme de esos datos tuve que consultar en internet los nombres de las calles y los datos relacionados con Perec.

Siempre acostumbro seleccionar, copiar y pegar, cuando estoy haciendo algo similar, pero en este caso, aunque tardé más tiempo, decidí hacerlo sin necesidad de utilizar esos recursos. Me concentré en leer los nombres de las calles y libros, retenerlos y repetirlos en mi memoria, y luego escribirlos. Cuando acabé y comprobé lo que había escrito descubrí que había invertido, omitido y cambiado algunas cosas, particularmente el título más largo de uno de los textos de Perec que cito. Aunque pude corregirlo, decidí dejarlo como lo había escrito inicialmente, por esa razón el título de ese texto de Perec tiene algunas variaciones respecto al título original. Algo similar me pasó con la fecha en que recibí la segunda vacuna; solo sé que fue a finales de enero o principios de febrero. Tampoco recuerdo la fecha del día en que me contagié. Quise buscar los certificados de vacunación para recordar el día exacto, pero preferí no hacerlo porque eso que llamamos olvido es parte inseparable de eso que llamamos memoria.

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