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Literatura

Autobiografía de un lector VI

Por FRANCISCO VELÁZQUEZ

En el fragmento inicial de “Biblioteca Bizarra”, de Eduardo Halfon, el narrador cuenta la experiencia que tuvo al conocer una biblioteca personal que dejó su tía abuela, una mujer que murió a los 99 años y que durante toda su vida se dedicó a formar una biblioteca exclusivamente sionista. Dice que cuando vio todos aquellos libros sobre el Estado de Israel, la poesía de Halevi y las novelas de Leon Uris, se sintió triste y pensó en toda una vida dedicada a la lectura de un sólo tema, “a la lectura de un ideal, a la lectura de un pueblo y su deseado pedacito de tierra árida en el Mediterráneo”. Dice que en ese instante también pensó en la muerte y en alguien entrando en su casa después de su muerte a husmear las estanterías de caoba de su biblioteca personal: “¿Cuál será entonces, según ese alguien, mi tema o mi ideal o mi deseado y árido pedacito de tierra?”, se pregunta.

“Biblioteca Bizarra” está compuesto por una serie de breves fragmentos, todos llevan el título de “La biblioteca…”, seguido de adjetivos como “árida”, “salvaje”, “ciega”, “peruana”, etcétera. En el último de ellos, “La biblioteca mojada”, el narrador cuenta el caso de un amigo suyo que le gustaba leer metido en la bañera. Dice que su amigo no se fija si los libros se mojan porque “son solo libros”. Halfon incluyó “Biblioteca Bizarra” en su libro que también se llama Biblioteca Bizzarra (Jekyll & Jill, 2018), donde aparecen seis crónicas personales sobre el oficio de escribir, vivir y leer. El título de ese breve fragmento, “La biblioteca mojada”, puede servir para describir lo que me pasó en la casa donde vivía en Azcapotzalco y lo que me ocurrió cuando compré el libro de Halfon donde viene ese texto.

Recuerdo que unos días antes de que me mudara había guardado mis libros en cajas de cartón. Junté unas cuatro, una encima de otra, y las puse sobre el piso de mi habitación. En esos días hubo un problema en el edificio: la bomba se descompuso mientras estaba subiendo el agua a los tinacos y se inundó el primer piso, que era donde yo vivía. Como la bomba estaba dentro de una habitación que estaba frente a la mía, el agua ingresó fácilmente a mi cuarto durante la madrugada y a otras habitaciones; yo me di cuenta cuando desperté y puse los pies en el suelo. Lo primero que hice fue subir las cajas al colchón, pero cuando iba a subir la que estaba en el suelo, pensé que el agua se había infiltrado: yo traía chanclas y el agua acumulada me cubría los pies. Abrí esa caja, saqué los libros y enseguida los puse sobre la cama. Recordé que los que estaban hasta el fondo, Missing, de Alberto Fuguet, y Melvill, de Rodrigo Fresán, eran los más grandes y los más caros de esa caja. Imaginé que iban a estar empapados porque el agua cubría unos cuantos centímetros de la altura de la caja; sin embargo, al momento de sacarlos descubrí que los libros estaban intactos y que el interior de la caja tampoco se había mojado. Me quedé sorprendido contemplándola, era una de esas cajas de cartón de huevo San Juan que se usan para las mudanzas.

Mientras abría la puerta para barrer y sacar el agua hacia el pasillo observé la habitación donde estaba la bomba y me di cuenta de que el agua seguía saliendo por debajo de la puerta. Quienes vivíamos ahí nos comunicamos con los administradores del edificio, pero era domingo y tardaron más de cuatro horas en llegar. Debido a que no podíamos entrar a esa habitación para ver cuál era el problema, durante ese tiempo siguió saliendo agua; lo único que pudimos hacer fue sacar el agua hacia la calle para impedir que se metiera a nuestras habitaciones. Un par de días después volví a poner los libros dentro de la caja y me mudé. Ahora vivo por el Periférico Sur y Circuito Azteca, entre Coyoacán y Tlalpan.

Cuando me ocurrió este incidente aún no tenía el libro de Halfon que mencioné, lo compré hace unos meses en una feria de editoriales universitarias. La edición que compré es de la Universidad San Francisco de Quito, en su colección Pulso & Letra. Al igual que en otras de sus obras, en Biblioteca Bizarra Halfon construye un yo ficcional a partir de su vida personal y familiar para construir una genealogía. Esa tarde, luego de comprar el libro, fui a la cafetería que había en la feria para hojearlo; enseguida recorrí los stands por última vez.

Como la feria fue en el Centro de Exposiciones y Congresos de la UNAM, cerca de donde vivo, mi idea era irme caminando a casa. No obstante, mientras caminaba sobre la avenida del Imán comenzó a llover. Al principio fue una llovizna ligera, pero enseguida la lluvia cayó intempestivamente. El viento zarandeó mi paraguas. Alcé la vista: el cielo era un inconmensurable lienzo gris. Seguí caminando porque no había ningún sitio para refugiarme. Recuerdo que iba pegado a la barda para no mojarme, como las lagartijas que se trepan a las bardas de CU, pero debido a las fuertes ráfagas de viento la lluvia no caía verticalmente y me golpeaba de las rodillas para abajo. Aunque parecía que tenía la vista nublada porque veía todo gris, caminé hasta la avenida Antonio Delfín Madrigal. Entonces observé que un camión estaba detenido: no sabía a dónde iba, pero caminé entre los charcos de agua y me subí porque lo único que quería era irme. El camión avanzó en dirección al Centro de Exposiciones, de donde yo venía. Después dio vuelta en la calle de Céfiro y luego se incorporó al Periférico Sur, rumbo a Perisur. Le pregunté al chófer hasta dónde iba la ruta: “la terminal es en avenida del Imán, frente al Hospital de Pediatría”, dijo. Cuando me bajé no me preocupó caminar entre charcos porque la suela de mis tenis estaba rota y sentía como si estuviera caminando descalzo sobre un río. Pedí un Uber. Vivo en la colonia Media Luna. Vista desde arriba, la forma del perímetro de las calles es la de una luna menguante. Luego de bañarme y cambiarme recordé que había guardado el libro de Halfon en mi mochila. La abrí. Cerré los ojos. Aunque el programa de mano de la feria y una libreta de apuntes que traía estaban empapadas, el libro de Halfon lucía intacto porque estaba dentro de la bolsa de hule que me dieron donde lo compré.

Halfon concibe los textos de Biblioteca Bizarra como ficción, a pesar de que son historias de carácter autobiográfico. “Mi vida, mi biografía, es el telón de fondo que le doy a ese otro Eduardo Halfon, pero el drama que sucede en el escenario es ficción”, ha dicho en una entrevista. Dice que ese otro Eduardo Halfon va armando una genealogía a través de viajes, historias, ficción y literatura: “es su genealogía la que va armando, no la mía. No es una autobiografía lo que estoy escribiendo. Tampoco son memorias. Es ficción. Y la ficción, cuando funciona, es universal. Aunque una historia tenga sus orígenes en la vida misma del autor, la literatura la convierte en la vida de cualquiera, en la vida de todos”.

Abrí el libro de Halfon para comprobar que ninguna página estuviera mojada. Entonces pensé en mi biblioteca personal y supuse que Biblioteca Bizarra y otros libros de carácter autoficcional que he venido leyendo desde que vivo en Ciudad de México son “mi tema o mi ideal o mi deseado y árido pedacito de tierra”. Cuando recorrí la cubierta del libro con la palma de mi mano experimenté una suerte de placer porque las imágenes del diseño tienen un borde en la impresión que permite identificar el tipo de imagen: libros, aviones, submarinos, hojas de árbol, un gato, una taza de café. La parte que más me gusta de un libro es la falsa portada o portadilla. Me gusta porque es la única página donde aparece el título de la obra sin el nombre del autor que la escribió. Me gusta pensar que cualquier lector puede ser el autor. Por esa razón, cuando me gusta mucho un libro, como el de Halfon, tomo un lápiz y escribo mi nombre en esa página: Francisco Velázquez.

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