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Reseñas

Notas sobre Relatos Urbanos, de Violeta García

Por NÉSTOR POMPEYO GRANJA J.

Escena 1:

El autoestopista de la Masacre de Texas es fan del rocanrol

va solo a los conciertos con bichos en los bolsillos y petróleo en el gaznate

tiene sonrisa torcida y la luz se le escapa entre los dientes chuecos.

Grita maníaco infantil cuando la banda aparece en escena

escribe sus propias pancartas con marcador de aceite sobre cartones ajados

agita su letrero con entusiasmo de protestante

y entre canción y canción lo examina para comprobar

que la penumbra del antro no haya mordido los trazos.

[Corte]

Cuando yo estaba en la secundaria, me gustaba escuchar a los Rolling Stones cantar “It´sonly rock and roll, but I likeit”. “Es sólo rocanrol”, pensaba yo, y el adverbio solo me sonaba a un cinismo desafiante: porque en la letra de la canción todo era solo eso: solo un chico extraño, loco, retraído; solo un corazón desangrándose en el escenario; solo un suicidio para satisfacer la lujuria adolescente.

Quienes hayan conocido a Violeta por su obra más reciente, definitivamente van a encontrar en “Relatos Urbanos” un rostro igualmente oscuro pero mucho, mucho, mucho más salvaje. Casi tan salvaje como salir de fiesta con ella. Y vaya que eso estaba cabrón. Esta reedición es una pieza que hacía falta para completar el espectro literario de Violeta García: uno que tiene su génesis en la herida más profunda de la noche. Pero no de esa entidad romántica de cualidades inasibles. No. Aquí la noche es escenario pero también es carne viva: baila, suda y coge. Bebe, fuma y sangra. Es noche doliente que contempla, abraza y une con paciencia las piezas rotas de seres que se quiebran en el día a día. Y como ya lo señalaron Hemingway y Cohen: esa grieta es necesaria para que pueda entrar la luz.

Escena 2:

Un maelstrom de cabezas y melenas succiona la hoja

hasta la fosa abisal de botas con plataforma

el autoestopista de la Masacre de Texas surca la borrascano opone resistencia

un codo de estoperoles rompe contra sus labios

y él escupe su destello carmesí.

La banda enmudeceel foro se alumbra

las olas alcanzan la barra la pancarta es náufraga olvidada

el autoestopista bebe y el tarro refracta su aurora.

Me cuenta que ha visto a dios en las vísceras de un cerdo

en la plumilla que rasga las cuerdas de una guitarra

y en la navaja que cruza las venas de un paseante despistado

me cuenta sobre las veces que ha intentado abreviar

la fórmula de la divinidad con rayones de marcador

y me reprocho por no haber leído su letrero.

[Corte]

En 1975, el matemático Benoît Mandelbrotpropuso el término “fractal” para referirse a un objeto cuya estructura básica —fragmentada o aparentemente irregular— se repite a diferentes escalas. Este concepto me parece útil para ilustrarel corpus de “Relatos Urbanos”, pues aquí se retrata una multitud de viñetas que se hacen eco entre sí. Decenas de estampas y de voces que forman una sola voz descompuesta en un coro de gritos. Son las historias de miles de seres sin nombre que se lanzan, conscientes, a las fauces del abismo, en busca de una chispa que confirme la endeble certeza de que los pulmones aun respiran.

Por eso, leer “Relatos Urbanos” es arriesgarse al reconocimiento. Porque sus páginas funcionan como un espejo ebrioen el que podemos ver nuestro propio subterráneo. Aunque ya no tengamos veinte años. Porque estas historias las hemos vividoen el pulso de una línea de bajo. Porque la prosa de Violetaacribilla como una caja de ritmos en clave electrodark. Porque en estos relatos, como en nuestras cloacas, la pinche vida se va rápido y hay que vampirizarla con sed urgente; porque necesitamos susangre para escribir más cuentos y cantar más canciones, en caso de que el entorno no ofrezca experiencias lo suficientemente excitantes.

Escena 3:

El autoestopista de la Masacre de Texas se levanta a mear

y yo vuelvo al escenario en busca de un papel que ya no existe

volvemos a encontrarnos pero el bar ya se ha esfumado

por delante la carretera la noche y la linterna en el aliento de mi compañero

su brillo choca contra un par de faros a la distancia.

El autoestopista de la Masacre de Texas agita su pulgar

se vuelve y me pregunta si alguna vez he viajado de ride

hago un repaso mental de mis viajes cerdos y carreteras

de mis guitarras marcadores navajas y pancartas

pero él ya se ha trepado en la camioneta

y yo me encuentro solo en la fosa abisal

con un cartón mojado que se deshace entre mis manos.

[Corte]

Violeta alcanzó a reconocer en las sombras algo que los demás no. El fulgor de aquellas almas que viven con intensidad. Que no tienen miedo de abandonarse a la noche. O al dolor, o al amor. O a la música y a los fluidos. O al alcohol y al coqueteo con los límites. Porque tal vez —y solo tal vez— ya no hay mucho qué perder.

Esta es la cara más descarnada de Violeta García. Sus cuentos más punk. Los más crudos. A los que se les notan las costuras y la voracidad de la juventud. O como dirían los Rolling Stones: es solo rocanrol, pero ¡carajo!¡nos gusta!

A huevo que nos pinches gusta.

Julio, 2025

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