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Narrativa

Camarón tiene los ojos verdes como mi abuelo

Por MÓNICA MENARGUES BENEYTE

Está amaneciendo. Mi abuelo y yo en el corral al canto de «¡pitas, pitas, pitas!» echamos el grano a las gallinas que corren entre nuestras piernas. Mi madre hierve la leche. Después del desayuno comienza a dolerme la barriga, me acuesto de nuevo y duermo hasta las diez. Cuando despierto busco a mi familia por la casa y los encuentro en el salón. Camarón ha muerto. Mi familia escucha la noticia en silencio. En mi calle cuando alguien muere no ponemos la radio, y si está encendida la apagamos. He escuchado a Camarón en casa todos los días de mi vida. Camarón será mi primer acercamiento a la muerte. Años más tarde morirá mi abuelo y conoceré una muerte menos popular pero más honda.

Recuerdo esas noches de primavera en las que mi abuelo ponía un puñado de habas a hervir y entre dientes cantaba: «Rosa María Rosa María si tú me quisieras que feliz sería». Mi abuelo decía que de haber tenido una hija la habría llamado Rosa María. A mí me habría encantado llamarme Rosa María para mi abuelo y Rosemary para mis futuros amigos ingleses. Crecí pensando que mi nombre no tenía ninguna canción, pero en la celebración de mi dieciséis cumpleaños un amigo me cantó una canción de Sabina que decía: «mira, Mónica, ya estoy harto de tu maldita indecisión. Vivo al borde del infarto martes sí, miércoles no».

Su declaración de amor solo hizo que recordara que mi abuelo estaba muerto y me arruinó el cumpleaños. Además, me pareció que la letra tenía una rima fácil y un mensaje demasiado obvio. Yo quería salir con un hombre que tuviera los ojos verdes como mi abuelo y como Camarón, que la piel le brillara de tanta luz y que fuera alto y fino como el trigo. Nunca encontré un hombre como mi abuelo, que me paseara por caminos de tierra con la Vespino, que tuviera las manos abiertas de partir olivas, que supiera sacarle la sangre a las gallinas sin estridencias, que asara el cordero tostado y que luego me diera las partes más sabrosas.

Una tarde, varios años después de la muerte de mi abuelo, mi abuela soltó que mi abuelo era un borracho. Ese día estaba merendando un bocadillo. Engullí tan de golpe uno de los trozos que la garganta se me abrió como la de una serpiente que traga un conejo. Miré la cara de mi madre que estaba delante, pero parecía que ella no había escuchado nada. Sin embargo, mi abuela se había liberado de un caballo grande. Esa noche no dormí. Puede que mi abuelo fuera un incomprendido como Camarón, que no paseara a mi abuela en la Vespino y que me quisiera más a mí que a ella. Puede que mi abuela estuviera cansada de escuchar a Camarón o puede que contara la verdad al decir que mi abuelo bebía mucho. Ya apenas escucho a Camarón. Si suena en la radio rompo a llorar.

***

Mónica Menargues Beneyte. Sevilla, España. Es trabajadora social de profesión. Participa en el club de lectura Actualidades de la edición sevillana y en el Laboratorio de Lectura de Poesía Contemporánea, programados por el poeta José María Gómez Valero. Ha colaborado en la revista mexicana Golfa Arte y Cultura y en la web El Ojo / The Eye, proyecto de fotografía en diálogo con otras disciplinas, coordinado por Mónica Picorel y Misael Ruiz. Ha sido seleccionada para el V Festival de Video Artistas Mirando desde el Este en la categoría de videoarte, así como para su programación en el Centro Cultural de España en Costa Rica. Su trabajo puede leerse en la cuenta de Instagram @beat_workin, donde une narrativa, poesía, fotografía y otros medios visuales para explorar temas como la familia, la infancia, la crianza y la salud mental.

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