Violeta García
Durante mi infancia y adolescencia fui afortunada de tener a la mano libros y revistas de múltiples géneros, autores, temas. Me gustaba hojearlos y si encontraba una historia interesante que me enganchara, continuaba leyendo; de lo contrario, pasaba a otra cosa, como si fueran golosinas que devoraba o dejaba sin terminar. Mi favorita era la revista El Cuento, de Edmundo Valadés.
Mi padre tenía una colección nutrida. Se trataba de una compilación de cuentos de escritores de nacionalidades diversas, con temas distintos, ilustrados por imágenes en blanco y negro de artistas visuales de todo el mundo. Me gustaban las hojas de un color caramelo, la sección de minificciones, los dibujos y grabados.
En aquellos días no me fijaba demasiado en los nombres de los escritores, me dejaba llevar por la portada que más me llamaba la atención, luego, por los títulos. Aun así, muchas de las historias se me quedaron fijas en la memoria, y puedo recordarlas todavía. En esas páginas conocí a creadores de gran talento, algunos ya famosos, otros que se consagrarían después e incluso algunos de los que nunca más tuve noticia.
Probablemente gracias a dicha publicación surgió mi gusto por la narrativa breve, y cuando más adelante me enteré de que algunos consideraban al cuento un género “menor”, me pareció inconcebible, porque a mí me sugerían universos concentrados en unas cuantas líneas, que me intrigaban y consumía con avidez.
Las secciones de la revista, el diseño y selección visual y el texto editorial que se incluía al inicio incrementaban mi fascinación.
Entonces no sabía que El Cuento se había fundado en 1939 y que había tenido dos “épocas” de edición y distribución, y que el número final fue el 150, en el año 1999. Tampoco imaginaba el enorme trabajo y labor de recopilación y curaduría que requería una antología como esa, que además de dar a conocer a tantos literatos, también incluía un apartado de concurso para que los lectores pudieran publicar su texto.
Aún ahora, mi padre me reclama que me apropié de su colección. Debo admitir que de tanto consultarla, y por tratarse de tomos antiguos, algunos números se han deshojado o maltratado, y que también he perdido algunos, probablemente a causa del préstamo e incluso del hurto en algunas reuniones.
Hubo textos que me obsesionaron, y como no podía recordar ni el autor ni el título, pasé años en su búsqueda. Hasta que me enteré de la feliz noticia de que la revista fue digitalizada bajo la supervisión del escritor y antiguo colaborador Agustín Monsreal y que puede consultarse en la siguiente liga:
http://www.elcuentorevistadeimaginacion.org/indexcuento.php
No me queda más que decir que se trata de un gran esfuerzo, y que espero que la disfruten tanto como yo lo sigo haciendo.