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Literatura

EL SUEÑO POR VENIR (NOTAS SOBRE EL FUTURO DE LA LITERATURA MEXICANA) [1]

Gonzalo Lizardo

Homero, nuestro padre, lo sabe todo. Una sola cosa no conoce: el odio. El odio es hoy la más grande inmundicia de nuestro planeta. Es, por desgracia, criatura del hombre, y no puede combatirse más que por medios humanos. En la lucha contra el odio, máquinas como los poetas homéricos son insustituibles.

Ismail Kadaré

Tiene algo de irónico que nos veamos así, a través de una videoconferencia, reunidos en línea para hablar sobre el futuro de la literatura, justo cuando las circunstancias nos obligan a hacerlo desde una pantalla de cristal, desde este espejo mágico que nos permite dialogar en ausencia y en lejanía sobre nuestros miedos, nuestras esperanzas, nuestros desvelos. ¿Cómo hablar del futuro, cuando el futuro ya nos ha alcanzado? Vivimos en una película de David Cronenberg, o por lo menos hoy me siento en Videodrome, como si fuera el profesor Brian O’Blivion, ese videoprofeta que solo se manifestaba virtualmente, es decir, que solo existía como imagen pregrabada y proyectada en la pantalla de tu televisor o de tu computadora.

Como se ve, nuestros tiempos son más cercanos a la distopía que a la utopía, pero eso no debería abatir nuestro ánimo, sino al contrario: debería encender nuestra rebeldía, avivar nuestra resistencia contra la injusticia, la desigualdad, la ignorancia o el abuso del poder. A la poesía jamás le han faltado obstáculos. Incluso puede suponerse que solo existe gracias al desafío de la adversidad, al peso de nuestras culpas, al dolor de nuestras caídas. No en vano Ismaíl Kadaré supuso que la Ilíada había sido escrita como expiación poética: como el lamento del pueblo griego al reconocer que eran hijos de un crimen histórico: el genocidio de los troyanos en manos de los aqueos.

Entonces, como ahora, podríamos culpar a los dioses, a los chinos o al neoliberalismo, pero antes nos convendría transcribir nuestra tragicomedia universal sobre la página en blanco, para ver si así discernimos nuestra responsabilidad y nuestro descargo. En consecuencia, más que hablar sobre el incierto futuro de la literatura en México, conviene reflexionar sobre sus desafíos presentes: los obstáculos que debe vencer la literatura en los tiempos por venir.

Por lo pronto, vislumbro cuatro desafíos ineludibles: la Memoria, el Odio, la Libertad y el Sueño.

En cuanto a la memoria, es obvio que entre más nos acercamos al futuro más nos alejamos de nuestro pasado, pero lo raro es que ese pasado cada día nos pesa más. Hoy como nunca sentimos ajenos y gravosos los usos, costumbres y valores de nuestros ancestros, lo cual nos produce una creciente sensación de orfandad: vivimos sin antepasados en quien confiar, exhaustos por el peso de la historia, encarados a un futuro que nos rebasa. Entre la nostalgia por los viejos tiempos y la condena a los viejos crímenes, es necesario que la poesía nos proporcione alternativas viables sin dejar de ser críticas: fábulas para restaurar nuestras raíces, símbolos para expiar nuestros yerros, relatos para exhumar los traumas de nuestro inconsciente colectivo.

Ahora bien, si parece abismal el desafío de la Memoria, más lo será el del Odio. Frente al auge del crimen organizado, los feminicidios, los desastres bélicos y ecológicos, se ha generalizado una furia ciega contra todo aquello que nos ataque, nos duela o nos amenace, aunque sea teóricamente —incluso el lenguaje, el arte o la dieta—, sin recordar que, en ciertos casos, la violencia es un mecanismo regenerador o un medio de defensa: en el mundo no hay creación sin destrucción ni revolución sin sangre. El verdadero problema no es la violencia a secas sino el odio, y ese es un problema completamente humano. Por eso la literatura tendría que develar —con obras concretas— la distancia entre la violencia y el odio, lo cual equivale a redefinir algunas viejas nociones sobre el crimen y el castigo, la inocencia y la culpa, la maldad y la clemencia, la penitencia y el perdón.

Por su parte, la Libertad se ha vuelto un concepto tan sobado, tan ambiguo y tan malentendido, que nadie se ha tomado la molestia de definirlo ni matizarlo, como si la Libertad perdiera todo valor en cuanto quisiéramos ponerle límites. No hay que confundir, creo yo, el derecho a la libre expresión con la impunidad para difamar al prójimo, ni tampoco tolerar que algunas ideologías (a nombre del librepensamiento) se propongan reprimir, infamar o extinguir el pensamiento ajeno. Más que hablar sobre los límites de la Libertad —asunto más bien filosófico—, la literatura debería explorar nuestra experiencia cotidiana para discernir en carne viva sus paradojas, que a final de cuentas coinciden con las paradojas del Deseo.

Respecto al desafío del sueño, debo recordar que la literatura, al desdoblar la vida real, al desplegar lo cotidiano, se vuelve un hecho real, pues añade un recinto más al laberinto del mundo: el arte es el sueño de lo real, pero un sueño muy específico, que no debemos entender como evasión, sino como el símbolo de una vida más plena. La literatura, por tanto, nos debería proporcionar los sueños y las pesadillas que nos despertaran de ese mal sueño que es la historia, con sus 14 500 guerras y sus incontables cementerios. Podemos preguntarnos si la literatura mexicana será capaz de consumar esta misión. Citando a Ismaíl Kadaré, “Yo digo que sí. No sé lo que puedan decir los demás. En todo caso, resulta muy audaz pensar en añadirle una dimensión más a la vida, añadirle los sueños. Tan audaz que basta para que se convierta en misión de la literatura”.[2]


[1] Ponencia expuesta el 2 de agosto de 2020 durante un conversatorio sobre “El futuro de la literatura en México, dentro de la Feria Nacional del Libro de Zacatecas.

[2] Kadaré, Ismail, La cólera de Aquiles, Katz Editores, Barcelona 2010, p. 60.

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