Irene Ruvalcaba
Las abejas
liquidámbar trabajan solas, erigen laberintos espirales con la única guía de su
prístina caída. Se suceden unas a otras. Imaginan su defensa en soledad, sin
aguijón y sin espada. Nacidas para crear, las abejas liquidámbar no habitan sus
altos castillos de cera. Su primavera está siempre en otra parte.
Su
virtud: sin conocer linaje ni descendencia, construyen. Nosotros en vano
imitamos la soledad de estas abejas. Tenemos que sostenernos de nuestra genealogía,
gran tronco que no gira en espiral, sino que se expande, se ramifica. Lejos de
las abejas liquidámbar y de los árboles genealógicos, Carmen Villoro construye
espirales de sudor y vida para su antecesor transfigurado. Bajo una tela
delgadísima de miel, se envuelve en su poesía para que el verso descanse.
Desde el
centro del árbol, una voz chispea: “Que derrochen las flores su sabor. / Que
chorreen las pulpas.[1]”
Y la humedad con gusto acre se desborda para proteger nuestros recuerdos
caídos. El centro del árbol crece cubierto de un amor espeso. Coraza tierna,
leve recubrimiento agreste. Su sombra arropa la acuosa hojarasca.
El poema
refleja un augurio resignificante, el eco le devuelve su voz al agua: “Que
caigan, gota a gota / los elementos químicos / las células, átomos, fotoceldas.”
Que tras el cielo se figure nuestra estirpe, que en lo mínimo ondee la bandera
en infinitos gramos de sol, que el árbol sangre la muerte del tótem y su interior
no deje de cantar endechas.
Con
voces y ecos de la mortuoria sequedad, voy a soltar mis palabras como brisas
para que empapen tu memoria, Carmen Villoro, para que protejan nuestras orfandades,
para construir un castillo eterno en círculos de gozo, para “que se desaten los
ensueños: / los tegumentos todos, las esporas / bañen establos y perfumen casas
/ y mojen cada lámpara encendida.”
Entonces,
sin genealogía y sin casa, surcaremos un camino entre murmullos de jardín, la
poesía nos convertirá en abejas huérfilas y no dejaremos de bailar. Entonces
adoptaremos vientos y llegará la lluvia mostrándonos el santuario liquidámbar.
[1] Carmen Villoro, Liquidámbar, 2017, Mantis Editores, Guadalajara, Jal.