Por: ROBERTO CARLOS GÁMEZ
El 2023 marca un siglo del natalicio de dos mujeres que abrieron un nuevo camino en el mundo de la música, concretamente, con sus aportaciones al piano.
En aquel agitado año, con el mundo aún reconstruyéndose tras finalizar la primera guerra mundial, el 18 de febrero nacía en Pachuca María Teresa Rodríguez, quién llegaría a ser la primera mujer en dirigir el Conservatorio Nacional de Música. Su madre, la también pianista María Luisa Rodríguez, instruyó a la pequeña en la música desde temprana edad; se dice que desde los cuatro años, y para los ocho ya tocaba obras de Mozart, Chopin y Bach. Su padre, de profesión cantante, también impulsó su talento y fue así que a los catorce años se recibió como concertista bajo la tutela del jalisciense Antonio Gomezanda (quién venía a su vez de una exitosa estadía en Europa).
“Matesa” como le decían sus amigos, continúo su formación en Estados Unidos, siendo alumna del reconocido pianista ruso Alexander Borovsky. En 1952 recibió una beca del INBA para irse a estudiar a Europa. Es esta época en la que comienza a llevar la música mexicana a las grandes salas de conciertos de Moscú y Londres.
El 12 de diciembre de 1923 en Adís Abeba, capital de Etiopía, nació Yewubdar Gebru. He tratado de omitir el detalle omnipresente en todas sus biografías, pero es inevitable mencionarlo: nació dentro de una familia adinerada (su padre fue alcalde de la ciudad de Gondar). Este es un dato importante ya que le permitió ir a estudiar a un internado religioso en Suiza en donde aprendió a tocar el violín y el piano siendo una niña, en paralelo a su formación en la música clásica occidental, Ema hoy Guèbrou (conocida como la hermana Guèbrou, su nombre religioso y artístico), creció escuchando los cantos tradicionales de la iglesia cristiana ortodoxa. En 1933 volvió a Etiopía en plena guerra Italo-Etíope; ella y su familia fueron hechos prisioneros de guerra y enviados a la isla de Asinara (Italia). Al finalizar la guerra se trasladó al El Cairo para estudiar con el violinista polaco Alexander Kontorowicz. Cuando se calmaron las aguas de la política en su país, Yewubdar se llevó a Kontorowicz a Etiopía en donde fue nombrado director de la banda de la guardia imperial y la mancuerna tocaría para el emperador Haile Selassie I.
Hasta este punto es tentador imaginar a una joven talentosa y con amistades por demás convenientes, sin embargo, no fue fácil para Gebru continuar con su carrera, si bien Selassie la apoyó para lanzar su primer álbum en 1967, no estuvo de acuerdo en que se fuera a estudiar a la Royal Academyof Music de Londres unos años antes. Este hecho la impactó profundamente y la orilló a una depresión que pudo superar tras refugiarse en la religión. A los 21 años decidió ordenarse como monja, y a partir de entonces sería Emahoy Tsegué-Maryam Guèbrou. Se internó en un monasterio aislado al norte de Etiopía; se dice que afeitó su cabeza y estaba descalza todo el tiempo. Vivió una década en total aislamiento.
Estos años de ninguna manera se pueden considerar como tiempo perdido. En el ayuno y la contemplación Emahoy Tsegué-Maryam forjó un carácter que posteriormente le permitiría esculpir en el teclado piezas como “Mother’s Love” y “Ballad of the spirits”, composiciones que sin duda hoy podrían colarse en la playlist ambiental de algún hotel de lujo, pero aun así no pierden su talante sombrío y desgarrador.
Durante las décadas de los 60 y 70 realizó algunas grabaciones con fines benéficos, completamente ajena a la búsqueda de la fama. A mediados de los 80 se internó en un monasterio de Jerusalén. La llamada reina del piano –y matriarca del Ethio-jazz– permaneció en el aislamiento contemplativo hasta su muerte, ocurrida el pasado 26 de marzo a los 99 años.
Volviendo a este lado del mundo, Matesa llegó a tocar junto a Julián Carrillo, y fue solista en las orquestas de Cuba, Boston, México y Lima. En 1998 empezó su gestión a cargo del Conservatorio, puesto que desempeñó hasta 1991. Son recordados los siete recitales que ofreció en 1993 para celebrar sus 70 años de vida. La pianista, que sabía de memoria más de 400 piezas, falleció en la Ciudad de México a los 90 años, el 4 de septiembre de 2013.
A un siglo del nacimiento de ambas, tenemos la fortuna de poder encontrar sus grabaciones y testimonios en internet. A pesar de los contextos tan distintos de los que emergieron, sus composiciones nos llevan a lugares muy parecidos, en donde no hay más que hacer que disfrutar.
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