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Ensayo

El incienso de David

CLAUDE CHANTAL[1]
Por la traducción: ROBERTO COLIS

«A orilla de los ríos de Babilonia

estábamos sentados y llorábamos

acordándonos de Sión.

En los sauces alrededor

habíamos colgado nuestras liras […]

¿Cómo íbamos a entonar los himnos del Eterno

en una tierra extranjera?»[2]

Este salmo, atribuido al rey David, resume toda la ambigüedad y las paradojas de la relación de los pueblos monoteístas con la música. El más bello de los cantos sólo habla del silencio. La ausencia se revela en el alma vegetal, presencia murmurante. Ahogados en la nostalgia que fluye, se vuelven objetos de contemplación la desdicha, la separación y la fragilidad de la vida. La contemplación se refleja en las aguas dolorosas y consoladoras.

David es rey y profeta. «Anuncio la sabiduría de los tiempos antiguos, abriré mi boca en parábolas, anunciaré cosas ocultas desde la creación del mundo».[3] Pero el Amado[4] es también poeta, músico, terapeuta: «Y cuando el espíritu de Dios estaba sobre Saúl, David tomaba la cítara y tocaba con su mano; entonces Saúl respiraba mejor y encontraba alivio, y el espíritu malvado se iba lejos de él».[5] Baila y ordena fiestas: «Y David dijo a los jefes de los levitas que proveyeran a sus hermanos cantores de instrumentos musicales, laúdes, arpas y címbalos, que ellos debían tocar estrepitosamente en señal de júbilo».[6]

Es hombre. Experimenta y recapitula todos los pensamientos y sentimientos humanos. Canta: «Que mi oración sea como el incienso delante de tu rostro».[7] La música es ese humo que lleva nuestras quejas y alabanzas al cielo.

Isaac Arama, filósofo español fallecido en Nápoles en 1494, confirma en vísperas de la expulsión que el secreto del arte musical fue transmitido a Israel al mismo tiempo que la Torah. Ibn Sahula, poeta y cabalista[8] español del siglo XIII, escribe en su comentario al Cantar de los cantares que el conocimiento de los misterios del canto y de la música lleva al conocimiento de los misterios de la Torah[9]. Sin embargo, desde hace siglos ruge la polémica. La música era considerada por unos como peligrosa, seductora, incluso mágica –estaría del lado de Caín y su descendencia: «[…] Jubal: fue el padre de los que tocan la cítara y la chirimía–,[10] residuo de tiempos antediluvianos. Para otros, al contrario, la música tiene un poder apaciguante, estimulante, terapéutico; inspira y acerca a Dios; es contagiosa y está ligada a la profecía: «Ahora, traedme un tocador de arpa. Y cuan[1]do el músico tocaba, la mano del Eterno estaba sobre Eliseo».[11]

Cantos, shofar,[12] trompetas, tambores, címbalos, arpas, cítaras y tamborines llenan la Biblia. Ahí, la música está omnipresente y pone un nervio sonoro a la palabra de la Torah. Dios mismo creó a los ángeles el tercer día para que cantaran sin cesar sus alabanzas…

Nostalgia andaluza

Los judíos estaban fuertemente arraigados en la Andalucía musulmana. Participaban activamente del auge cultural de los reinos árabes. Hubo numerosos músicos, de manera notable en la corte de Alfonso X El Sabio (1254-1284), que participaron en la elaboración de las Cantigas de Santa María,[13] por ejemplo. Las comunidades judías fueron expulsadas de España por la prohibición del judaísmo decretada el 30 de marzo de 1492 en el palacio de la Alhambra de Granada. Doscientas mil almas prefirieron el exilio a la conversión. Comienza entonces una inmensa dispersión por la cuenca del Mediterráneo. Grandes comunidades se instalan en Tesalónica, Constantinopla, aunque también en Venecia, Ámsterdam, Londres, y más adelante en Brasil. Las migraciones emprenden dos grandes caminos: hacia el Este, al Imperio otomano; y hacia el Sur, a Magreb. Nacerán tres nuevas lenguas: el judesmo en Oriente; la haketiya en Marruecos; y el ladino, que en realidad ya existía, lengua de sintaxis hebrea y léxico español, nacida de la traducción palabra por palabra que los rabinos españoles del siglo XVIII hacían de textos hebreos bíblicos y litúrgicos con fines educativos. Esta lengua aún se practica entre los sefardíes de los Balcanes.

Las familias se llevan sus tradiciones judías de España, pero también la lengua y la cultura arábigo andaluzas, la música y la poesía locales, en particular la música, la tradición de los romances y las melodías que van a transformarse bajo la influencia de los países donde se refugian. En Oriente, adoptan el uso del tetracordio cromático descendente (La, Sol sostenido, Fa, Mi), que ya se encontraba en la Andalucía musulmana luego de la llegada de Zyriab.

La diáspora es también vehículo, en los diferentes lugares de asilo, de un patrimonio poético y cultural que va a vivir en ósmosis con las tradiciones y los sistemas musicales de otras culturas y comunidades. Se fosilizan en la literatura oral vestigios de la lengua española del siglo XV: fonemas, giros, términos, expresiones. El romancero judeoespañol es uno de los ejemplos de compilaciones conservadas con veneración de una generación a otra.

El Piyyut, arte sefardí

«[…] Los cautivos de Jerusalén que están en Sefarad poseerán las ciudades del Sur».[14] En hebreo, Sefarad designa generalmente a España, a los judíos de origen español y medieval y, por extensión, a los miembros de las comunidades judías no asquenazíes. Las comunidades del Magreb han conservado y adaptado con mayor fidelidad la música andaluza, los nubas, los muwashshahat en árabe clásico o en dialecto. Se encuentran aquí dos vertientes esenciales: el hazan-cantor y el paytan (poeta y músico litúrgico). Ambos desarrollan un papel eminente para la infiltración de melodías extranjeras en el seno de la música sagrada de la sinagoga.

El cantor, o paytan, aficionado o profesional, tiene una función litúrgica, paralitúrgica y social. En un principio, canta durante los oficios los piyutim, poemas litúrgicos de estructura responsorial, y suscita la respuesta de la asamblea. Posee un repertorio inmenso. Anima las fiestas rituales, interviene en el curso de los banquetes de bodas, en ocasión de las circuncisiones, las ceremonias de ofrendas y dedicaciones, las peregrinaciones, los funerales.

El piyyut, que toma prestado su nombre del griego poietés (creador), es un poema litúrgico concebido para adornar y enriquecer las plegarias. Cuando aparece, en el siglo VI, depende estrictamente de la hizanah (arte del cantor o hazzan). Paralelamente a la entonación de cánticos bíblicos, el piyyut permite al hazzan soltar la rienda a la creación y a la improvisación. A menudo se construye siguiendo el modelo de contrafactura, es decir la utilización de una misma melodía para textos diferentes, especialmente melodías profanas y populares. Forma de reciclaje tan eficaz que la melodía logró el éxito. Las melodías viajan, se adaptan, su historia se pierde en la noche de los tiempos y del espacio. A su vez, los textos recogen preocupaciones piadosas y laudatorias, y enriquecen el acervo de himnos cultos y populares. Sobre el texto del piyyut se nota con frecuencia el nombre de la melodía tomada y a veces el modo o maqam. Con el tiempo, las partes cantadas de los oficios toman más y más importancia, a tal punto que el hazzan se especializa y que el piyyut sale de la sinagoga, se diversifica y se extiende a través de todos los gestos simbólicos de la comunidad. El arte del piyyut, nacido en Palestina en torno al siglo VI, había florecido al contacto de la poesía arábigo andaluza. La época del califato de Córdoba y de los reinos islámicos que le sucedieron (entre 711 y 1036) está considerada como la edad de oro del judaísmo español y la poesía hebraica. En el siglo X España se había convertido en el más grande centro de creación de piyyut. A diferencia del piyyut antiguo, el piyyut español tomó y adaptó los procedimientos de la métrica de la vieja poesía árabe, la qasida, en boga en Andalucía antes de la influencia de los innovadores Abu Nawas y Zyriab.

Hoy en día, los magrebíes conservan esta memoria preciosamente.

Tomado de la revista Les chants d’Orphée, Musique & Poésie, Actes Sud, París, 2009.


[1] Claude Chantal es el seudónimo de un poeta francés.

[2] Salmo 137

[3] Salmo 78, 2.

[4] David significa «el amado» en hebreo.

[5] 1 Samuel 16, 23.

[6] 1 Crónicas 15, 16.

[7] Salmo 141, 1

[8] La Cábala o Kabbalah es una tradición judía occidental y medieval fundada en el postulado de que el universo es creado por la voz de Dios, que la Torah es como la partitura, la liturgia, la matriz sonora de la creación.

[9] Según Amnon Shiloah y Cyril Aslanov, Les traditions musicales jui ves, Maisonneuve & Larose, 1996.

[10] Génesis 4, 21.

[11] II Reyes 3, 15.

[12] El shofar es el cuerno de carnero, instrumento sagrado y ritual entre los judíos.

[13] Una de las más importantes selecciones de canciones monofónicas de la literatura medieval en Occidente, redactada durante el reina[13]do del rey de Castilla Alfonso X, llamado El Sabio.

[14] Abdías, XX.

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